Enmerald. Guardianes 1

Capítulo 22: Sus ojos azules

Capítulo 22: 
Sus ojos azules 


10 de junio 1728 

Esta vez soñé de nuevo con este estrecho espacio donde está ese hombre sombra. Y de nuevo me pide que la detenga, pero no me dice a quién, ni qué es lo que ocurre en el exterior. No entiendo de donde ha salido, es la segunda vez que me pasa. A diferencia de los sueños que he tenido con mi padre, lo que tengo con la sombra son tan vividos, no pierdo ningún detalle, como quisiera que cada uno de mis recuerdos fuera así.

Al otro lado de la habitación, unas voces alteradas discuten. La cabeza me duele al intentar recordar lo ocurrido. Es como si fuera una pesadilla, pero el dolor me indica que fue real. Trato de incorporarme en la cama, pero mi cuerpo ruge lo contrario, magullado por los arrebatos de la noche anterior. En mis brazos, siento un dolor punzante por los raspones que parecen en carne viva, aún.

—¡Es que traerla aquí…! —grita una voz gruesa y autoritaria—. ¡Podría darse cuenta!

Me siento tan mal, que ni siquiera puedo escuchar bien lo que dicen. Solo pedazos de una conversación que me tiene confundida. ¿De qué me puedo dar cuenta? ¿Y dónde estoy?

Otra voz sale en protesta. La reconozco.

—Si sigues gritando, la despertarás y entonces sí se dará cuenta. Si es que ya no ha escuchado todo —refunfuñaba un joven.

Si el dolor de cabeza no me tiene tan mal, estoy segura de que es Sergio. Él es el lobo que me salvó. Pero, ¿qué me está ocultando? Las voces cesan y mi mente se sumerge en un profundo sueño.

Corro por unos callejones oscuros y desolados. Oigo unos pasos firmes detrás de mí. La respiración es agitada y el corazón late con furia dentro del pecho. Solo sé que tengo que huir de él. Corro hasta que mi alma no puede más, y me encuentro atrapada entre la espada y la pared, atemorizada ante su cercanía.

Y un lobo, desgarrándolo.

Abro los ojos con un grito atrapado en la garganta y lo primero que entra en mi campo de visión es un rostro.

Los ojos azules brillantes y salvajes, propios de un hombre lobo, y las pestañas largas y negras le dan un aire de misterio a su rostro. Tiene el cabello negro y despeinado, y una tierna sonrisa en los carnosos labios.

Es Sergio.

El grito atemorizado se desvanece en mi garganta y da paso a una parálisis de mi cuerpo. Nada parece responder. Ni siquiera siento los latidos de mi corazón, que luego salta dentro de mi pecho, desenfrenado.

—Al fin despiertas —dice casi en susurros, su voz dulce y suave—. ¿Cómo te sientes?

«Cautivada por tu mirada» es lo único en que mi mente piensa.

—Me encuentro bien. Gracias —alcanzo a decir sin dejar de mirarlo.

Él se mantiene en su asiento, con los brazos entre las piernas y los hombros encorvados, muy cerca de mí.

—Ya avisé a tu madre sobre lo sucedido —dice, serio.

—¿Qué? —pregunto anonadada.

—Es broma, solo quería ver tu reacción —dice con una sonrisa encantadora dibujada en sus labios que me impide respirar—. Le avisé a Mia; ella convenció a tu madre para que te quedes en su casa por los preparativos del cumpleaños. Tus hermanas también están ocupadas con el de tu hermana, pero tu madre quiere que regreses temprano.

Hoy es el cumpleaños de mi hermana Nariel, y no puedo faltar a la celebración lo bueno es que para la noche y aún tengo el día para recuperarme del todo el desastre de ayer por la noche. También podría aprovechar de hacerle una visita a Delia.

—Gracias —digo, calmada. Solo espero que Carmelo no niegue esa versión, bueno a él no le conviene que mi hermana sepa lo que estaba intentando hacer conmigo. Tanils es peligrosa, y celosa mucho más.

—¿Seguro que estás bien? —insiste, preocupado.

—Sí —trato de sonar tranquila, pero ocurre todo lo contrario. Mi voz tiembla ante el recuerdo.

—En ese momento, estaba muy enojado y no pensaba con la cabeza fría exactamente; además, estaba pendiente de ti, por lo que no me fijé en detalle de la persona que te estaba atacando. Pero, aun así, creo saber quién fue —explica con seguridad.

No sé en qué momento las lágrimas comenzaron a apoderarse de mí; solo sé que me empañan los ojos. Intento contenerlas, pero es imposible.

Él continúa:

—El esposo de tu hermana, ¿o me equivoco?

Trato de responder, pero tengo la voz está trabada en el llanto. Cada momento de desesperación, intentando huir de él, inunda mi mente. Sergio se aleja de la silla, se acomoda a mi lado y me rodea con sus brazos. Hundo mi rostro en su pecho. Las lágrimas son un manto de agua que parece no tener fin.

Todo ocurre lentamente en mi mente: la mano de Carmelo sobre mi pecho, sus labios en mi cuello, sus dedos en mis piernas, el forcejeo para desprender el vestido… Toda la angustia, el miedo, todo está latente, como si ese momento nunca se hubiera detenido y aún estuviera sucediendo.

—Tranquila —susurra Sergio a mi oído—. En este momento, está en manos de una sanadora intentando recuperar su rostro.




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