Enmerald. Guardianes 1

Capítulo 28: Baile

Capítulo 28

Baile

09 de Junio de 1728

 

Me doy un último vistazo en el espejo: el vestido azul cubre mi cuerpo, y el cabello blanco está perfectamente recogido en un alto moño. Mi madre me ayudó a peinarme. Hoy, como nunca, volvió a ser esa madre que perdí cuando mis habilidades salieron a la luz. Hasta me prestó una gargantilla fina con una delicada gema de color carmesí. Parece que la sangre destilara de mi cuello, una comparación que hace que se me estremezca el cuerpo de horror. Esta gargantilla podría significar muchas cosas, y todas las que vienen a mi mente implican la muerte. Lo mejor sería no llevarla, pero ofenderá a mi madre, así que no tengo más opción que lucirla en su honor.

—Vinieron por ti.

La voz de mi madre me toma desprevenida y un gritito se escapa de mis labios. Su rostro carece de expresión. Simón acertó, ella y mis hermanas apenas llegaron hace dos horas. No han comentado nada, las tres han estado muy calladas. Quien no está en la casa es Carmelo.

—¿Quién? —pregunto, extrañada.

—Ese joven llamado Sergio —dice elevando una ceja.

—Ah… Es amigo de Fabián, seguramente lo hicieron venir por mí, ya conoces a Mia —respondo pausadamente. La realidad es que no, Sergio quedó en venir por mí y lo había olvidado.

—Claro. No lo hagas esperar.

Mi madre sale de mi cuarto. Como dijo Mia, ella no asistirá y mis hermanas tampoco.

Los nervios comienzan a hacer de las suyas nuevamente. Las manos me sudan y, sin darme cuenta, comienzo a caminar de un lado para el otro sin ninguna razón. Ya he estado cerca de Sergio, ¿por qué tengo que ponerme así cada vez que le veo?

Dejo que mis pulmones se llenen de aire una y otra vez, mientras seco las manos en las sábanas. Luego abro la puerta. El pasillo está desierto, pero un murmuro proviene de la sala. Mi cuerpo se detiene, atemorizado. Son las voces de Sergio y de mi madre. Por alguna extraña razón, tengo miedo. La mujer que se encuentra en la sala es una desconocida, alguien que ha sabido qué máscara usar en cada momento, pero que jamás ha mostrado su verdadero rostro.

Todo va a estar bien, hoy es un día especial. Mi mejor amiga cumple diecisiete años y va a cumplir muchos más. Voy a encontrar una solución donde nadie salga lastimado, si no me equivoco existe una manera de drenar los poderes de las brujas. La muerte no debería ser el final de mi madre.

Me obligo a avanzar. Bajo las escaleras tan rápido que casi pierdo un peldaño.

Sergio está en la sala con mi madre, en medio de una conversación que muere en el momento en que piso el último escalón. Algo comienza a formarse dentro de mí, un leve cosquilleo en el estómago. Nunca pensé que llegaría a sentirme tan feliz de verlo de nuevo.

—¿Nos vamos? —pregunto con timidez.

—Por supuesto —dice Sergio, levantándose con elegancia—. Hasta una próxima oportunidad, señora.

—Siempre es bienvenido —responde mi madre con una amabilidad que jamás había visto. Una de las mil caras que posee.

—Muchas gracias, fue un placer —contesta Sergio. Camina hasta la puerta a grandes zancadas. Creo que ha notado lo hipócrita que es mi madre. Abre la puerta y espera por mí.

—Que pasen una buena noche.

Me quedo fría ante los buenos deseos de mi madre.

—Gracias, madre —respondo sin mirar atrás.

El carruaje nos espera en la entrada. No escucho cerrarse la puerta, y siento la intensa mirada de mi madre en mi espalda. Sergio aparece a mi lado y me tiende el brazo. Lo tomo, insegura. Mi madre es demasiado amable, lo que me hace preguntarme qué me espera cuando vuelva. ¿Qué estará planeando? Nada bueno, eso es seguro.

—Te ves muy hermosa —susurra Sergio.

Su brazo se mueve hasta tomar mi mano. Sostengo la suya con fuerza y con la otra recojo un poco el vestido. La escalerilla es angosta, subo con cuidado. Tengo las piernas flojas por la vergüenza, ni siquiera sé qué decir. Me acomodo en el interior. Él sube y toma asiento frente a mí.

Giro la vista. Mi madre se mantiene en la entrada de la casa con una sonrisa lúgubre y el brazo en el aire, moviéndolo de un lugar a otro. Sergio hace lo propio y el carruaje se pone en marcha.

—Creo que vi sorpresa en tu rostro al verme —dice inocentemente.

—Así es —respondo, sin poder controlar mi desbocado nerviosismo—. Olvidé que vendrías.

— ¿Lo olvidaste? —pregunto con seriedad y un poco de pesar en la voz.

—Sí, tengo muchas cosas en la cabeza —me excuso.

—Te sienta bien ese tono de azul —dice sin apartar la vista de la tela de mi vestido.

—Gracias.

Miro afuera, a la calle.

— ¿Cómo pasaste la noche? —pregunta.

No puede tocar otro tema que no sea mi noche.

—Bien.

Cruzo los dedos para que no pregunte más al respecto.

—No parece —insiste él




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