Enmunds

2. Caridad

Saccani partió apresuradamente, mientras el alimento conservara su calidez sería mejor para su abuela. La pequeña choza no media más de unos treinta metros cuadrados, no había nada en su interior relativamente en buen estado. Siendo sobras y cosas que nadie quería, la choza apenas tenía unas cuentas vajillas de barro donadas por el amable sabio Milian, otras habían sido extraídas de la basura, como la cama de paja sobre el suelo en la cual dormían la abuela y la nieta.

La abuela era una anciana senil y no tenía ningún ingreso para comprar alimentos, Saccani apenas había cumplido trece años y no podía oír ni hablar. Los pobladores de la Aldea no se molestaban en ocuparse de ellas y la razón era realmente absurda. ¿Cómo no pueden proteger a su gente? Ni el mismo jefe que tenía esa función lo hacía. Pero la abuela soportaba todo eso, y a pesar de que podía mejorar la situación de su nieta tampoco hacía algo al respecto.

Al llegar a la choza la niña se arrodilló frente a su abuela, la anciana estaba en sus momentos de lucidez y recepcionó el tazón lleno de sopa y al terminar de beber la mitad se lo pasó a su nieta. Después de ello, Saccani apagó la antorcha contaminante y se echó a dormir.

Al amanecer, la tristeza aún no se había ido del corazón de la niña, ella amaba a Milian y al ser él el único, después de su abuela, en brindarle un poco de amabilidad, lo extrañaba tanto que su pecho dolía. Por las mañanas, la niña se ocupaba de limpiar a su abuela, su contextura era delgada y su piel era bastaste arrugada, no tenía casi dientes y ya no podía caminar, por lo que no podía enseñar a Saccani nada sobre el mundo que la rodeaba.

Saccani observaba a escondidas la vida familiar de los niños de su edad, gracias a ello pudo entender muchas cosas, de esa manera aprendió a fuerza el significado de algunas cosas como “Aléjate”, “Vete de aquí” “Corre”. Caima se hizo cargo de Saccani cuando ya padecía su enfermedad, era imposible que esa anciana lograra cuidarla debidamente, por lo que esa niña creció como un pequeño animal salvaje.

Entre la chatarra que todos apartaban había encontrado un jarrón que aún podía ser de utilidad, lo mantuvo un par de meses en su choza, hasta que llegó a la aldea Milian y Amenotar, entonces el primero le enseñó a prender leña y calentar en ese jarrón con agua de hierbas. Ese procedimiento era realizado por Saccani desde que aprendió cómo hacerlo. Había pasado ya más de dos.

Aunque el sabio doctor del pueblo cuidaba a la abuela Caima su enfermedad ya era incurable, solo le esperaría dolor y un muerte lenta y agonizante, Saccani no sabía eso; sin embargo, lo intuía. Desde la muerte de Milian la abuela no había tenido atención médica alguna. Si bien Saccani iba por comida todas las noches, el único doctor no se había dignado en realizar una visita a su abuela.

En una friolenta tarde, los huesos de la anciana tiritaban, a pesar de que estaba ardiendo en fiebre. Saccani estaba asustada y no podía hacer más que recurrir al doctor de la aldea. En las tardes la aldea estaba activa, los niños jugaban por los senderos, los hombres trabajaban y las mujeres tejían afuera de sus casas. Todos pudieron ver a la niña que corría en dirección a la casa del jefe de la Aldea.

—Otra vez la mugrosa niña irá a fastidiar al líder —comentaba un pueblerino—, ojalá no la vea la matriarca, sino la molerá a golpes.

Saccani no podía oír advertencias ni gritos ni reclamos, solo podía observar la expresión de las personas y adivinar qué trataban de decir. Sabía que iba a recibir algunos golpes, pero ante la situación eso era inevitable. Debía llegar al doctor cuanto antes.

Para su mala suerte, encontró a la familia del jefe de aldea en las habitaciones del médico, aguardaban en la sala con cara de preocupación; sin embargo, la niña de harapos no se detuvo a saludar. La matriarca la miraba indignada y fue directo hacia ella para agarrarla del brazo, pero la niña se escabulló hasta la habitación principal del doctor. La matriarca hizo un alboroto para que su esposo fuera detrás de la niña y la apresara. Al llegar a la habitación Saccani encontró al sabio doctor recostado sobre la cama, no pudo darse cuenta de pequeños detalles como la palidez en la cara de ese hombre, así que solo caminó hacia él y jaló de sus mangas con la intención de llevárselo hacia su abuela. Hacía gestos y movía la boca tratando de hablar.

Amenotar se sentó y abofeteó la mano de la niña, su rostro estaba contraído en puro cansancio, la matriarca y el jefe de aldea ingresaron a la habitación, ya habían llamado a centinelas. Ellos rodearon a la niña y sujetaron sus brazos, rugidos indescriptibles salieron de su boca.



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En el texto hay: demons, humanos super dotados, purificadores

Editado: 03.04.2020

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