Sin duda, una chica sin familia que se preocupara por ella, sin siquiera parientes cercanos o amigos, era realmente conveniente. Por lo menos, si no era mucho, en algo le iba a aliviar. El cuerpo humano de Amenotar estaba al borde del colapso, por más que la matriarca le suplicaba que tomara su energía, el demonio se negaba obstinadamente a ello. Un cuerpo de mujer que había parido a nueve hijos no serviría para eso. Necesitaba energía pura.
¿Por qué no aprovechar esta oportunidad? Además, era solo una mocosa sin futuro, no sabía hablar ni podía oír, su existencia en este mundo no era nada necesaria.
Amenotar se aproximó Saccani y tomó su mano, la energía comenzó a drenarse del cuerpo de la niña al cuerpo del sabio doctor. Había robado una gran cantidad de energía de vida, pero no era insuficiente para recuperar los días sin su huésped y si seguía drenando probablemente ella no podría sobrevivir; aun así, no se detuvo. Después de diez minutos de una continua absorción comúnmente una persona humana perdía el sentido; sin embargo, en contraste a la apariencia y condición de la niña, su energía de vida no parecía disminuir. Era abundante, monstruosamente diferente a la de un humano común y corriente. Amenotar jamás se había encontrado con humanos excepcionales, pero de igual modo, tenía que aprovechar esa circunstancia. Por ahora, tenía una fuente aparentemente inagotable de poder. ¿qué más podía pedir?
La matriarca estaba segura que ya nunca más iba a volver a ver a la harapienta niña. Deberían haber visto sus cienes hincharse cuando el sabio doctor le dijo que se ocuparía de la niña de ahora en adelante. Pero, ¡¿cómo?! Ni él mismo sabía cómo podría criarla, jamás se había hecho cargo de esa tarea y apenas había soportado a Milian. Como lo que tenía al frente parecía más una muñeca que un ser vivió, se convenció a sí mismo que la tarea no sería muy difícil, pues la niña no pondría objeciones a su principal utilidad. Eso, por lo menos, lo aliviaba.
La matriarca, preocupada por los esfuerzos que Amenotar pudiera hacer por la niña y tratando de que su carga no perjudique a su cuerpo, se encargó de colocar a una mucama que diera de comer, bañara y cuidara a la niña. Ese trabajo se le dio a la esposa del centinela mayor. Como no había tenido hijos, la mujer del centinela desarrollaba una labor excepcional. Bañaba, cambiaba, peinaba y alimentaba a la pequeña muñeca, que ya no podía usar harapos estando en la casa doctor. Cumpliendo un horario cómodo, pues la esposa del centinela solo se quedaba hasta las nueve, después de acurrucar a la niña en su cama.
Todos los sábados la mujer no regresaba a la casa del médico, no sabía el motivo, pero tampoco iba a preguntarlo. Ese día, justamente, era en el que Amenotar devoraba la mayor cantidad de energía de vida.
La niña siempre se mantenía en silencio mientras el miserable doctor tomaba su mano. ¿Tal vez era para consolarla? ¿Sabía el doctor de la muerte de su abuela y se sentía culpable?
No sabía ni tampoco se molestaba en atreverse a preguntar. Igualmente, el doctor podía no entenderla. Por ahora estaba cómoda y su estómago recibía comida tres veces al día. Ya nada le parecía extraño, se sentía adormecida en vida, y así pasó casi un mes entero en la misma rutina.
Pero por alguna razón, cada vez que recibía los mimos y atención de Daila comenzó a sentir calidez en su corazón. Un día tuvo fiebre, y Dalia no se movió de su lado, cambiaba cada cinco minutos el paño de su frente y le acariciaba suavemente sus largos cabellos.
Dalia no perdía la oportunidad de intentar enseñarle algunas cosas a la pequeña Saccani. Movía su boca, nombraba las cosas y las señalabas, solo por eso Saccani comenzó a ampliar su diccionario de significados mentales. Daila era una mujer de cuarenta años, delgada y de rasgos pacíficos. Probablemente habría sido una excelente madre. Saccani se preguntaba si ella tendría hijos, y si era así ellos eran muy afortunados.
Cuando Daila sonreía, Saccani automáticamente comenzaba a hacerlo también, después de pasar más de dos meses con ella, parecía que un vínculo invisible se formaba entre ellas y así Saccani comenzó a tomar interés por las cosas que hacía Daila, como cocinar, tejer y limpiar, tratando torpemente de imitarla sin éxito alguno.
Amenotar no se cruzaba con la muchacha, mantenía su distancia y prefería mil veces que ella estuviera en cama como antes a verla caminar por aquí y por allá detrás de la mucama. Saccani no entendía la razón de su presencia en la casa del médico, pero al pensar bien las cosas, se dio cuenta que en ese lugar también había vivido Milian, la cuestión era que no había hallado su habitación, ninguna de las habitaciones que ella, cautelosamente, había inspeccionado contenía algún rastro de él, ni una foto, ninguna de sus prendas, era como si nada en esa casa quisiera recordarlo. La primera vez que Saccani había llegado a la casa del médico a pedir comida, este le señaló una pintura de un hermoso jardín con la silueta de dos personas de cabello largo a contraluz con un marco exquisitamente dorado, el sabio doctor Milian le apuntó a ese cuadro y luego se señaló a sí mismo, Saccani entendió de que era de su propiedad, pero después de haber buscado por la sala un millón de veces no pudo encontrar ese recuerdo.
En las tardes, Daila llevaba a Saccani al jardín, el sol calentaba sus rostros ligeramente y allí peinaba el largo cabello rubio de la niña y practicaba en él diferentes peinados. La casa no tenía espejos así que Daila no podía mostrarle lo bella que se veía con cada diseño. Saccani con su tacto seguía el modelo de la trenza, mientras más incrustaciones este tenía Saccani sonreía y abrazaba a Daila como un gesto de agradecimiento.