Enmunds

7. Los tres niños

Amenotar no tenía tanto trabajo, más de la mitad del tiempo que pasaba fuera de la casa lo invertía en tomar té en la tienda de los centinelas. Allí conversaba con ellos, practicaba un poco de artes físicas y jugaba al quiñ y, después de que los hombres volvían a su guardia, se retiraba a su monótona vida. Ello no le era insoportable, pero como un vivaz y fuerte joven necesitaba, aunque no a menudo, algo de adrenalina o diversión. ¿Cómo quería aquella niña confinarlo a enseñarle a leer? Y además había tomado el primer libro de medicina que Milian había escrito. En vez de fastidiarlo con peticiones aburridas, esa niña debería estarle agradecida de que, por lo menos, tenía algo que comer.

El hombre de pupilas marrones casi rojizas, desde hacía mucho tiempo no iba a mirar los árboles de su jardín, ya era otoño por lo que las hojas se estaban marchitando y los pajarillos chillones ya habían emigrado hacia una zona más cálida. Se aproximó al hall de la casa en donde el techo aún alcanzaba a dar un poco de sombra, allí el aire era fresco y permitía que con comodidad se observara todo el jardín.

Tenían su pipa al costado y unos bocadillos que Daila, a petición suya, le había preparado. Tuvo media hora de tranquila meditación hasta que unos sigilosos bracitos lo abrazaron por la espalda y luego taparon sus ojos con una finas y blanquecinas manos.

—Menotar, ¡¿quién soy yo?!

La única con la una falta de practica en la pronunciación de su nombre era la joven hija Cyryl. Amenotar se hizo el desentendido.

—Eres Julián —el respondió el sabio doctor.

—¡NO! —La niña rio— Menotar tonto, soy yo, Cyryl.

La niña por fin soltó a Amenotar y saltó a su regazo. El sabio doctor le preguntó por qué estaba allí (importunándola y haciendo un bullicio innecesario), y la niña aún sin soltar su abrazo le dijo que estaba visitando a Lirili.

—Mi hermano también vino. Está en el estudio.

—¿En mi estudio? ¿Qué hacen allí? —Preguntó Amenotar sorprendido. Ni él mismo iba al estudio, cómo era posible que ellos estuvieran allí.

El estudio contenía grandes estantes de libros, tintas, papeles y plumas, un lugar excelentísimo para los aficionados a las letras. Milian adoraba ese lugar por lo que era su favorito, Amenotar no estaba interesado en la vida de un sabio erudito, así que no molestaba a Milian cuando se internaba allí por horas o días.

—Sabio doctor, recuerde que —interrumpió Daila—, desde hace un mes el joven hijo en un acto de bondad ofreció enseñar a Lirili a leer y escribir.

¿Hace un mes? ¿Cómo no pudo darse cuenta? Aunque eso era obvio, pues a él no le importaba nada relacionado a la niña ni siquiera se acordaba en qué momento Daila le habría hablado de la predisposición del joven hijo para hacer de profesor. Después de todo, si la niña seguía siendo una salvaje, ¿qué importaba? Si era sordomuda, aunque supiese leer y escribir, ¿de qué le serviría?

Bueno, que le enseñase no era nada malo, ocultarlo no tendría por qué ser la gran cosa, además, no lo estaban ocultando de él. Pero lo que sí le molestó fue que eligieran el estudio. Aunque, ¿qué lugar sino ese era el más adecuado para enseñar?

Amenotar presionó su mandíbula, quería ir y arrojarlos de allí. Desde hace un mes estaban profanando el lugar favorito de Milian. No podía resistir esa sensación de que estaban ultrajando algo de él mismo.

—Lo había olvidado, pero desde mañana, has lo preparativos para que vengan a aquí al jardín así estarán bajo mi supervisión directa.

A Daila le encantó la idea, ¿mejor maestro que el sabio doctor? ¡Ninguno! Emocionada fue a la cocina a preparar el almuerzo, mientras Amenotar pensaba en que una vez que la matriarca se enterase de esto se volvería problemáticas las cosas.

Saccani no le había devuelto el libro al joven hijo, ni tampoco tenía las intenciones de hacerlo, a pesar de que logró, a base de dibujos, prometerle que una vez que aprendiera a leer se lo iba a devolver.

A la mañana siguiente a la salvaje golpiza, el joven hijo realizó una visita formal, portándose extremadamente cordial con la joven dama y su mucama, obviamente había esperado que el sabio doctor saliera de turno. Tenía otra estrategia en mente, una en la que la violencia y grosería ya no encajaban.

Saccani nuevamente sintió culpa, pensaba que había desfigurado el rostro del muchacho, así que había hecho muchos dibujos para trasmitirle cuanto lo sentía: manos juntas, una persona de rodillas, una paloma que representaba la paz, todos ellas echas horriblemente, pero daban a entender el mensaje. Daila los guio al jardín para que “conversaran” con mayor comodidad. Saccani había llevado un gran contenedor lleno de papeles lisos y una caja con tinta y pluma para tratar de comunicarse. Le enseñó al joven sus trazos y este solo asentía y sonreía, aunque por dentro hervía en ira al recordar la paliza que recibió de esa chica.

Sin embargo, lo que tranquilizó a Saccani era la rapidez con la que el muchacho se había curado de sus heridas, apenas se veían manchas un poco más oscuras que su tono de piel.

—No debí haber actuado de la forma que lo hice —leyó en los labios del joven— pero, por favor, devuélveme ese libro y olvidaré todo.

Saccani no quería devolver el primer libro que pudo tocar sin que Amenotar se lo haya arrebatado, ya que siempre ese sabio doctor era receloso con la literatura de la casa. Pero, independientemente de ello, había algo más que anhelaba y que necesitaba si quería llegar a ser como la persona que amaba: leer. En cada ocasión que Milian iba a verla, él siempre llevaba a cuestas un libro. A la pequeña Saccani de ese tiempo le encantaba ver como el sabio doctor movía sus labios mientras le leía los pasajes de esos libros.



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En el texto hay: demons, humanos super dotados, purificadores

Editado: 03.04.2020

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