Veo pasar calles y calles, no vamos a ningún lado, es como si viajáramos en círculos, aunque algunos lugares los reconozco, estamos cerca de casa, quiero preguntarle a donde nos dirigimos, pero al mirarlo de refilón veo lágrimas recorrer su rostro, allí entiendo que no solo yo estoy devastada, él también sufre, la amaba, no sé qué se sienta estar enamorado, pero debe ser horrible perder a la persona que se ama. Por inercia le tomo la mano, hoy más que nunca nos necesitamos, solo nos tenemos el uno al otro. El tiempo sigue avanzando, estoy algo cansada, mis ojos comienzan a cerrarse.
—Iremos a casa para que descanses—pronuncia mi padre. Asiento con la cabeza, no tengo fuerza para decir nada.
Tres semanas han pasado desde la muerte de mi madre, en todo ese tiempo casi no me he levantado de la cama, me he bañado algunos días, otros no, no recuerdo mi última comida o bebida, he estado tan triste, tan cansada, sin ganas de nada. Mi padre se ha levantado a diario para ir al cementerio, creo que ha pasado más tiempo con mi madre en estos días, de que los que compartió toda su vida, no ha regresado a trabajar, ni a donde vive, tal vez ha decidido que nos quedemos aquí, espero que siga a mi lado. Es lo lógico ¿o no?
—Ela, levántate. Ven a desayuna—escucho que grita desde la cocina. Dando traspiés me levanto, el mareo envuelve mi cabeza, debe ser la falta de alimento y de sueño, ya que, aunque he estado acostada, son pocas las horas que he logrado conciliar el sueño. Bajo como puedo, recorro el gran salón con la vista, la casa está prácticamente vacía, los muebles no están, todo lo demás se encuentra en cajas, hay millones de ellas en la casa ¿Qué es todo esto?
—Ela—me vuelve a llamar, ya estoy detrás de él.
—Ya estoy aquí —me siento, mientras parpadeo par de veces.
—Te ves muy mal, debes comer, estás muy delgada.
—No tengo hambre.
—Hija, eso no está en discusión. Hazlo—me ordena, al tiempo que coloca un plato con pancakes con queso, miel y un vaso de jugo de naranja. Mi madre me diría que ese alimento no es sano, no hay nada de nutrientes ¿Dónde está la proteína? Sonreí como un destello, recordando un mejor momento, donde era tan feliz, lástima que no lo sabía. Como a regañadientes, no me provoca nada, aunque en realidad tengo hambre, también sé qué debo hacerlo, mi mamá no querría verme enferma, pero ¿cómo hago? La extraño mucho, un nuevo trago de jugo atravesaba mi garganta, mientras las lágrimas me recorrían el rostro, mi padre volteó a mirarme, así sin más, él también sollozaba.
—¿A dónde vamos? —aún me inquietaba ver la casa tan vacía.
—Hija, iba a decírtelo, se me olvidó mencionarlo porque bueno, lo que nos ha pasado es horrible, además has estado encerrada en tu cuarto a diario, pero debo regresar a casa, tengo compromisos, trabajo —¿Compromisos? De qué carajo me hablaba.
—¿Eso que significa papá? ¿Me dejas? ¿Me abandonas? —estoy llorando de nuevo.
—Por supuesto que no ¿Cómo se te ocurre? Pero no puedo seguir aquí más de esta semana, debo volver a casa —claro, volver a casa, en verdad que esta no es su casa realmente, nunca ha pasado aquí más de una semana seguida, toda la vida mi mamá soportó eso, pero yo necesitaba razones. ¿Dónde es esa casa?
—¿Debes volver a tu casa? ¿Dónde queda esa casa? ¿Qué o quién está allí? ¿Qué pasará conmigo? ¿Con la escuela? —preguntas, tras preguntas salían de mi boca, necesitaba saber que pasaría conmigo, no era un mueble que montaría en un camión de mudanza, perdí a mi mamá, ahora también perdería a mis amigas, mi colegio, mis clases de música, mi vida.
—Debes calmarte, tenemos que hablar, es muy largo y complicado lo que voy a decirte.
—Habla ya papá, sé que es complicado estar conmigo solamente, créeme que a mí tampoco me hace ilusión la idea, pero no puedo estar por mi cuenta aún. —faltaba muy poco para terminar la preparatoria, estaba haciendo las gestiones de la universidad, pero ocho nueve meses aun, era bastante tiempo.
—Hija cálmate, debes escuchar y sobre todo tratar de entender —pronunciaba mientras caminaba de un lado a otro, coloca las manos en su cabeza, es como si se diera fuerza ¿Qué pasa?
—¿Dónde está esa casa? —le volví a preguntar, ahora más nerviosa.
—En Boston—¿tan lejos? En ese lugar no hay nada para mí, no hay nada que me interese.
—¿Por qué vives tan lejos de nosotras? Con razón nunca estás, si te encuentras a miles de kilómetros.
—Hija, yo te amo, quiero que eso lo sepas, tú y tu madre han sido lo más maravilloso de mi vida, ella fue un ángel que me llenó de luz, su amor mi fuerza, mi elixir vital para poder sobrevivir a mi realidad, ahora que no está, no sé cómo continuar.
—Quedándonos aquí, vive conmigo en nuestra casa, ya no regreses a Boston, puedes trabajar en esta ciudad.
—Ela, no es posible, no es tan sencillo.
—¿Por qué no?
—Tengo otra familia—no estaba segura si lo que acaba de escuchar era verdad, o parte de mi gran imaginación, pero esa oración taladraba mi cabeza una y otra vez, me empiezo a sentir ahogada, acabo de ser empujada hacia un risco gigante, voy cayendo, preparándome para recibir el impacto que me hará pedazos.
—¿Qué tú qué? —casi no puedo hablar.
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Editado: 16.03.2025