Enredo viral

2. Un brindis a mi desgracia

Sí, mil veces no vendría y, aun así..., aquí estaba.

Todo había pasado tan rápido que todavía no terminaba de procesarlo, pero había algo seguro: era culpa de Elliot.

«Escuché que su color favorito es el verde. Un vestido de ese color te quedaría bien», fue el primer mensaje que me envió después de ignorar mis preguntas.

«Te imaginas en una sala con él con tan pocas personas? Seguro podrás intercambiar más que un saludo».

«JAZMÍNNN, YA TIENES TU VESTIDO? NOS QUEDAMOS SIN TIEMPO».

«Lo harás bien, solo asiste».

«Te miro ahí 😉», envío hace menos de media hora.

¿Pude haberlo ignorado todo este tiempo? Claro, incluso pensé en bloquearlo de nuevo. Pero... Elliot siempre tenía razón cuando se trataba de este tipo de cosas, y mi cuenta bancaria era una prueba viviente de su buen olfato para las oportunidades.

Si esto salía bien... probablemente debería hacerlo mi mánager oficial.

No todo era tan fácil como él lo hacía ver. Cuando él arreglaba los tratos, todo simplemente fluía. Pero, teniendo en cuenta la naturaleza de esta gala, él no podía ser mi intermediario y era yo quien debía dar la cara.

Solo el pensarlo me ponía nerviosa. Aun así, obligué a mis piernas a moverse en dirección a la Sala Ébano y Marfil, tambaleándome un poco sobre los tacones nuevos que había comprado esa misma mañana junto con el vestido verde de tirantes. En la tienda me había parecido perfecto; ahora ya no estaba tan convencida.

Entrar no fue difícil. Solo bastó con decir mi nombre en la entrada y, después de que un hombre buscara en una lista, abrieron las grandes puertas de la sala.

La luz era cálida, aunque me cegó por un momento en el que entrecerré mis ojos. Noté cómo varias personas volteaban con curiosidad en mi dirección; sin embargo, pronto continuaron en lo que estaban sin prestarme más atención.

Un camarero que levantaba una bandeja elegantemente me interceptó.

—Buenas noches, señorita —saludó cortésmente, haciéndome sentir fuera de lugar—. ¿Champán o una de nuestras alternativas sin alcohol?

Me quedé un segundo paralizada, sin saber qué debería responder mientras miraba las copas una y otra vez, como si fuera un examen de opción múltiple para el que no había estudiado.

—Eh... Sin alcohol —balbuceé, estirando mi brazo para tomar una copa.

—Esa es champán, señorita.

Aparté mi mano de golpe, sintiendo que mi rostro se encendía mientras volvía a intentar con una copa de un líquido de diferente color, tomándola rápidamente.

—L-Lo siento... Gracias...

Me alejé a paso torpe, frenando de inmediato al sentir que casi me doblaba el tobillo.

Al llegar a mi mesa, donde estaba escrito mi nombre, saludé con voz baja a las personas que ya se encontraban allí. Apenas recibí un gesto a cambio y enseguida me ignoraron.

Me dediqué a observar el salón, deseando desaparecer.

Aún cuando había intentado vestirme bien, las demás chicas parecían brillar más que mis futuros prospectos labores. El sonido de las voces y suaves risas junto a las copas chocando eran la partitura más aburrida que había escuchado.

La luz se atenuó un poco, mientras la que estaba en el escenario brillaba con más fuerza. Las voces se fueron apagando y las personas comenzaron a sentarse en sus respectivos asientos.

Mis ojos se abrieron grandemente cuando me di cuenta que conocía bastante bien a la persona que se acercaba al micrófono con una de sus mejores sonrisas encantadoras.

—Buenas noches, chicos —su voz, calmada y segura, llenó la sala—. Espero que se sientan cómodos, porque estamos por comenzar. Y, a diferencia de mis clases de teoría, en donde he visto a la mayoría de ustedes dormirse —se escuchó el murmullo de risas—, esta vez me verán por poco tiempo y como un fan más.

Tras él apareció la fotografía de un hombre mayor. Su cabeza tenía cabello negro y blanco casi en las mismas proporciones, vestía ropa cómoda y estaba sentado detrás de un escritorio, rodeado de varios premios y partituras enmarcadas.

Sentí cómo mi coraón dio un vuelvo.

—No necesita mayor presentación, porque todos lo conocemos. El hombre que convierte en oro todo el talento en bruto que sus oídos encuentran. El que, en esta industria, es sinónimo de visión —hizo un gesto hacia el costado del escenario—. Jóvenes y señoritas, con ustedes, El Alquimista: Claudio Villaseñor.

Un estallido de aplausos llenó el salón y, de entre las sombras del escenario, surgió él.

No era un hombre alto y vestía un blazer oscuro sobre una camisa simple. Aún cuando yo me sentía más ostentosa que él, era la persona que más llamaba la atención de la sala. Había algo diferente... su presencia.

Tenía una pequeña sonrisa en el rostro mientras caminaba con pasos calmados en dirección a Elliot, quien le estrechó la mano con un apretón firme mientras se acercaba al micrófono.

—Gracias, Elliot —dijo con voz grave, dominando la sala al instante—. Y gracias a todos por asistir. Aunque he escuchado muchos rumores sobre la razón de esta convocatoria, espero sorprenderlos al menos un poco.




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