«Podemos vernos? Quiero hablar sobre el trato».
Mis manos sudaban antes de enviar el mensaje. Aunque sabía que no tenía mi número, estaba segura de que sabría quién era.
«Ok», fue su única respuesta.
«Conoces el jardín de la fuente abandonada?», escribí, añadiendo rápidamente: «Está detrás del auditorio principal».
Se tardó un poco más en responder.
«Creo que sí. Llego en unos minutos».
Ya casi había terminado el día, pero teníamos suerte en estar en fin de semana, porque no había toque de queda. Aun así, la mayoría de las personas que permanecían en la Academia solían seguir el horario habitual, así que era muy probable que no nos encontráramos con nadie.
Después de colocarme un suéter, salí de mi habitación y caminé por los pasillos en silencio. Era experta en no llamar la atención, así que crucé desapercibida hacia el ala más antigua del campus.
Pasé el auditorio principal hasta un arco de enredadera que cada vez crecía más. Al adentrarme más y ver la fuente que ya no corría, me sentí más tranquila. Cada vez que veía la escultura de piedra, que simulaba un atril gigante en donde había una partitura que tenía escritas notas que ya se veían borrosas y desgastadas, no podía evitar pensar en cómo se habría visto cuando recién la hicieron.
Me senté en una de las bancas de piedra y, después de unos minutos, lo vi atravesar el arco.
Venía con ropa más cómoda que la que usaba en la mañana. Una sudadera azul marino holgada, donde el cuello caído dejaba ver la clavícula y la base de su cuello. Sus manos, que siempre sostenían un celular, ahora estaban libres, y una de ellas se pasó con descuido por su cabello despeinado.
No se detuvo a ver a su alrededor como yo cada vez que venía, sino que caminó hacia mí sin quitarme los ojos de encima.
—¿Ya tienes tu respuesta? —preguntó, sin preámbulos.
Lo observé un segundo antes de soltar un suave suspiro. Aún no entendía cómo se llevaba tan bien con Elliot. A diferencia de él, que siempre daba vueltas para llegar a un punto, Sebastián se había acercado para escuchar una respuesta directa. Quizás incluso pensaba que lo había molestado al no escribirle mi respuesta por mensaje.
—No he dejado de pensar en tu propuesta todo el día —murmuré, desviando la mirada hacia la fuente—. Y tienes razón, esta podría ser la única forma que tengo de ganar este concurso, pero aún... Tengo miedo de que podamos ser vistos, ¿sabes? Eres una figura pública, nunca pasas desapercibido en la Academia y, si vuelven a grabarnos o tomarnos fotos mientras estamos juntos...
No terminé la oración, sintiendo cómo un escalofrío me recorría el cuerpo entero. Escuché sus pasos, lentos y pesados, acercarse en mi dirección hasta que se sentó a mi lado, dejando bastante distancia.
—Déjame a mí todo lo de nuestra relación falsa —dijo, aunque no sonaba para nada tranquilizador—. Podemos buscar lugares como este para hacer contenido, o más privados como nuestras habitaciones. No te preocupes, no dejaré que nadie sepa que eres tú.
Fruncí un poco mis labios.
—¿Y qué esperas de mi trabajo?
—¿Disculpa? —preguntó, con un tono confundido.
—Ya sabes. Soy compositora, entonces, ¿qué esperas del concurso? De mi canción.
Hubo un corto silencio en el que volteé en su dirección, viendo cómo se encogía de hombros mientras metía las manos en los bolsillos de su sudadera.
—Bueno, que ganemos —respondió con simpleza—. Una canción que le guste a las personas, que sea pegadiza y así.
¿"Y así"?, quise preguntarle, pero preferí quedarme en silencio.
Esta era la razón por la que nunca había considerado una colaboración con Sebastián antes. Por supuesto, sabía que tenía talento y que había trabajado duro por llegar a donde se encontraba. Era carismático y tenía una voz profunda tan versátil que siempre me asombraba las escalas que utilizaba, pero... Para él, todo se reducía a su "marca".
Incluso lo había dicho en la reunión con Elliot, no quería que su marca se viera afectada por una mentira. Sus canciones eran comerciales y pegadizas, pero tan vacías que, con el tiempo, sonaban huecas.
Odiaba la música comercial, aunque admitía que eran escalones sólidos. Aun así, él realmente era mi única opción ahora.
Sebastián ni siquiera dudaba en que ganaríamos y no sabía más que las cosas que Elliot le había dicho sobre mí. Aunque comenzara a buscar, ninguna persona que pensara inscribirse al concurso me tendría tanta confianza como él ahora.
—Bien —cedí al fin—. Acepto el trato.
Él asintió, sacando en ese instante su celular del bolsillo y para inscribirnos en la página web de Sonido 79. Charlamos lo justo para llenar el formulario. Al terminar, emprendimos el regreso en silencio.
Aún tenía dudas de cómo trabajaríamos juntos y cómo nos pondríamos de acuerdo con esa tontería de la relación falsa, pero en mi cabeza pesaba más una de las dos cosas, así que no dudé en sacar el tema.
—Oye, ¿y cómo vamos a...?
La pregunta se me cortó cuando agarró mi muñeca y me acercó a su cuerpo, cubriéndome la cabeza con la capucha de mi suéter. Repentinamente me vi envuelta entre sus brazos.