Enredo viral

8. La teoría del estudio clandestino

Colaborar con alguien usando a Orion Hony no era difícil. Solía escribir una canción, componer la música y luego buscar la voz que le daría vida a mi pieza. Aun cuando Elliot me decía que muchas personas buscaban a Orion para que les escribiera una canción, nunca lo había hecho al revés.

No era solo que ahora no podía ser Orion, sino que tenía que escribir con una voz en mente.

Aunque no podía enseñarle nada que estaba escribiendo para SympHony, decidí ir a la primera reunión con Sebastián, un poco aliviada con su fuerte motivación a iniciar. Quería aprovechar su entusiasmo inicial, porque no tenía idea de cómo sería todo el proceso.

Cruzar al ala de chicos no era tan difícil, y yo lo sabía. Durante mi primer año, había descubierto que la única sala de mastering con un piano de cola Bösendorfer estaba en el tercer piso de su edificio. Mientras cubría mi cuerpo con un suéter grande y gorra, fingía seguridad y no bajaba la mirada, ningún prefecto me detenía. Así que llegar a su habitación no fue complicado.

El piso era el más alto que visitaba hasta el momento, pero decidí usar las escaleras para no levantar muchas sospechas en el elevador. Al terminar de subir al octavo piso, mi respiración era pesada y me quedé frente a su puerta por unos segundos para intentar recuperarme un poco.

Después de un par de segundos, toqué su puerta. Se escuchó una voz al otro lado, pero no entendí lo que dijo. Hubo un silencio largo antes de que la puerta se abriera un poco frente a mí.

Asomó su rostro por la apertura de la puerta. Su cabello negro estaba desordenado y sus ojos parecían apenas abiertos, como si acabara de levantarse. Aun así, su ceño se frunció levemente mientras inclinaba su rostro cerca del mío. Justo cuando estaba por dar un paso atrás y alejarme, sus dedos tocaron la gorra que tenía y la levantó levemente. Las comisuras de sus labios se levantaron apenas en una sonrisa contenida mientras se hacía a un lado.

Interpreté el movimiento como una invitación y pasé adelante.

—¿Por qué vienes vestida así?

Noté que el tono de su voz era más bajo de lo normal, aumentando mis sospechas de que acababa de levantarse.

—¿Cómo así? —pregunté distraídamente, observando el lugar.

Su habitación no era tan desordenada como había imaginado, incluso me sorprendió verla más organizada que la mía. Había un closet grande que cubría casi toda la pared de la derecha, un escritorio con estantes llenos de discos de música al lado de su cama pulcramente arreglada. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue el gran ventanal que llenaba la habitación de una luz cálida, frente al que se encontraba un aro con trípode.

—Bueno... Así —respondió, haciendo que frunciera mi ceño mientras volteaba a verlo.

Me sorprendí al notar que estaba más cerca de lo que pensaba y, con un movimiento sigiloso, me quitó la gorra.

—Ah, ¿eso? —él asintió mientras miraba la prenda con una sonrisa—. Bueno, si no quería que me echaran del edificio, debía esconderme.

Él apretó sus labios, mientras observaba cómo me quitaba la sudadera grande. Esta vez estaba segura, quería reírse por algo.

—¿Qué es tan gracioso?

—¿Acaso no leíste mis mensajes?

Fruncí mi ceño con confusión mientras sacaba mi celular del bolsillo.

—No recibí...

«Por cierto, pedí permiso para que estuvieras en mi habitación».

«Solo tienes que pasar a recepción a firmar».

«Los prefectos no te molestarán».

Mientras leía los mensajes que me había enviado, mi mano agarró con más fuerza el dispositivo mientras sentía algo apretar mi pecho.

—Esto fue... hace dos minutos —mascullé, intentando calmarme—. Tardé casi media hora en llegar aquí.

¿No pudiste enviarlo antes?, quise preguntar, pero mordí mi labio para evitar comenzar una pelea.

Él se encogió de hombros, volviendo a poner la gorra en mi cabeza, dando un suave empujón para que cubriera mis ojos.

—No creí que fueras tan puntual —aceptó.

Solté un largo suspiro, quitándome la gorra mientras él pasaba a mi lado. Lo vi acercarse al aro cerca de su ventana y colocar su celular en el trípode.

—Supongo que enviaré un mensaje para decir que estás aquí —dijo, mientras continuaba componiendo algo.

—No puedes hacer eso —dije rápidamente.

Volteó a verme lentamente, elevando una ceja con curiosidad.

—¿Sabes que pueden sancionarme si se enteran de que estuviste aquí sin permiso?

Apreté mis labios mientras evitaba su mirada.

—Pero si saben que puedo pasar desapercibida, pueden... hacer muchas preguntas —dije, sintiendo cómo el pánico se asomaba a mi voz.

No podía dejar que las autoridades del edificio supieran cómo entraba al lugar o podrían volverse más estrictos. Si eso pasaba, esa sala de mastering quedaría complemente fuera de mis posibilidades.

Sebastián soltó una risa, no burlona, sino genuinamente divertida. Se apoyó contra el borde de su escritorio y cruzó los brazos, mirándome como si fuera la criatura más extraña del mundo.




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