Enredo viral

10. Golpe bajo

Nunca había pensado en cuál difícil sería trabajar con una persona al escribir una canción.

Desde hacía varios minutos que Sebastián hablaba de algo. Pero, sinceramente, comencé a dejar de prestarle atención cuando mencionó que no imaginaba esta letra con un beat pegadizo y parecía muy deprimente.

—... por lo que una de amor será nuestra mejor opción.

Quise decirle que, si se daba el tiempo de leerla, era indudablemente una canción de amor, pero había intentado decirlo desde el principio.

Cuando me di cuenta de que por fin se quedaba callado, volteé a verlo... Aunque hubiera preferido no hacerlo nunca.

Parecía molesto. Sus cejas estaban bastantes fruncidas, al igual que su nariz, mientras su mandíbula estaba apretada y sus ojos grises estaban puestos sobre mí.

—¿Qué? —pregunté.

—No me estás escuchando —dijo con calma.

Sin pensarlo demasiado, me moví un poco más lejos de él.

—Tú no me prestaste atención desde el principio —respondí.

Casi lo veo poner los ojos en blanco, aunque se contuvo.

—Claro que no, dijiste algo sobre sobre los sentimientos y esas cosas...

Solté un bufido, casi rodando los ojos.

—¿Ves cómo no me prestas atención? Solo leíste un par de líneas y decidiste que no era bueno —mascullé, apretando mis puños—. ¿No quieres al menos terminarlo?

Él negó con la cabeza, dejando la hoja sobre mi regazo.

—Ya te lo dije, esto ni de broma pega.

Cerré mis ojos, masajeando mis sienes mientras intentaba relajarme un poco.

—¿Solo piensas en eso? Una canción no tiene que pegar para ser buena —intenté razonar de nuevo con él—. Se trata más de los sentimientos que puede evocar, como...

—Sentimientos, sentimientos —cortó él, con un gesto de desdén—. ¿Acaso conoces el sentimiento de la diversión? ¿O las ganas de levantarte a bailar?

No pude soportarlo más y me puse de pie, agarrando con tanta fuerza la hoja que se arrugó.

—¡No digo que tenga que faltarle eso! ¡Si la leyeras con más detenimiento...!

—No quiero cantar algo tan cursi —volvió a interrumpir, soltando un suspiro de aburrimiento—. No va con mi imagen, ¿sabes?

—¡No es cursi, es sincera! —casi grité, sintiendo que el calor me subía por el cuello—. Pero claro, para notar la diferencia, primero tendrías que saber algo de sinceridad.

Sus ojos grises se ensombrecieron. Se levantó, acercándose a mí con una calma que resultaba amenazadora.

—Créeme —dijo, con una voz peligrosamente baja—, sé más de esto de lo que tú jamás podrías.

Me quedé plantada en mi lugar, cruzando mis brazos sobre mi pecho mientras levantaba mi mentón.

Odiaba estar así de cerca de él. Lo hacía desde el primer día, cuando me sostuvo para no caer. Lo hice aún más cuando tuvimos que repetir todas esos clips y fotos para sus redes. Aun así, me continuaba preguntando por qué el corazón se me aceleraba tanto, aunque la razón era más obvia de lo que le hacía creer a mi cerebro.

Me daban ganas de golpearlo. Se trataba nada más de un subidón de adrenalina que contenía ese estúpido deseo.

A veces solo quería borrar la sonrisa encantadora de sus labios. Otras, como esta, quería saber si solo así podían acomodarse las ideas en su cabeza.

—¿Cómo podría no saberlo? —inquirí con desafío.

Se encogió de hombros, soltando una risa sin gracia.

—No sé, quizás... Porque no sabes lo que le gusta a la gente —dijo sin cuidado—. Después de todo, es fácil criticar desde las sombras. ¿Cuándo fue la última vez que te arriesgaste a mostrarle tu trabajo al mundo?

Mi cuerpo se tensó, mientras sentía que la garganta se cerraba. Sus palabras no eran un simple ataque; eran una lanza que atravesaba la armadura de mis seudónimos y encontraba el blanco: la chica de dieciséis años que una vez subió una canción con su nombre real, solo para recibir una lluvia de comentarios que aún escuchaba en sus pesadillas.

«¿Cuándo fue la última vez que te arriesgaste...?».

La respuesta, amarga y familiar, resonó en mi cabeza: Hace tres años. Y juré que no volvería a pasar.

Desvié la mirada enseguida, sintiendo que mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas repentinamente.

Intenté recuperarme en total silencio. Parecía que él sabía demasiado bien lo que me habían hecho sentir sus palabras que no tuvo la necesidad de decir algo más.

—Veré si puedo escribir algo más —murmuré, con la voz en un hilo.

Lo escuché suspirar, casi reír mientras sacaba el aire de sus pulmones.

—Eso creí —susurró.

Comencé a guardar mis cosas rápidamente, sin voltear a verlo de nuevo, con las manos temblando levemente.

—Oye...

—No digas nada más, ya entendí —interrumpí rápidamente—. Una canción pegadiza y para nada cursi. Algo comercial, con lo que puedas identificarte.




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