Enredo viral

11. Estrategias de evasión

Probar un nuevo género musical no era lo que me asustaba, aunque sí me sacaba de mi zona de confort.

¿Era por eso por lo que me sentía tan mal por llevar estas letras llenas de sinsentidos a mi reunión con Sebastián? No era solo incomodidad; las manos me temblaban y sentía el estómago revuelto, como si estuviera a punto de devolver el desayuno.

No quería que él leyera estas letras, que ni siquiera había podido terminar, y dijera que esto era justo lo que necesitábamos.

¿A quién engañaba? Lo que realmente quería era prenderles fuego a estas hojas y ver cómo las palabras vacías se convertían en ceniza. Eso sí sería arte.

Si le decía a Sebastián que se habían quemado sin querer, ¿me creería?

—¡Jazmín! —casi salté en mi lugar al escuchar mi nombre por los pasillos—. ¡Justo la persona que estaba buscando!

Elliot se acercaba a mí con una sonrisa en los labios y los brazos extendidos. Nunca admitiría el alivio que sentí cuando sus manos me dieron un par de toques en los hombros.

—¿Cómo te está yendo con todo el asunto del concurso?

La sonrisa que casi aparece en mis labios se desvaneció con esa sola pregunta.

—Bien, supongo —respondí, soltando un suspiro cansado.

Él rio suavemente.

—Claaaro, haré como que te creo —dijo con tono burlón, mientras buscaba algo en su bolso—. Pero, para distraerte un poco de eso, te traje... ¡esto!

Frente a mí apareció un pedazo de papel que no habría sido importante... de no ser porque leí El Aforo impreso en él.

—¿¡En serio la consiguió!? —pregunté, con más emoción de la que me gustaría admitir.

Elliot se rozó la nariz con un aire de superioridad mientras yo tomaba la entrada, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba al solo sentirla en mi mano. Se sentía como un bálsamo sobre todas esas horas que estuve escribiendo cosas desagradables.

—Te dije que lo haría —respondió con suficiencia—. Ya deberías tenerme más confianza.

Una repentina corriente de adrenalina atravesó mi cuerpo. Era como encontrar la nota perfecta para un pentagrama, esa que hacía que toda la armonía encajara de repente. Después de estos días pensando que serían los últimos de mi carrera, al fin recibía una buena noticia.

—¡Muchas gracias!

Abrí mis brazos mientras daba un paso más cerca de él, pero pronto me di cuenta de lo que hacía y bajé mis manos lentamente, casi como un robot, para darle un par de palmadas en los brazos.

—G-Gracias, supongo...

Mi intento de corregirme solo provocó que Elliot soltara una carcajada, colocando sus manos en el abdomen mientras se doblaba por la risa. Puse los ojos en blanco, pero no pude evitar la risita que se escapó de mis labios.

—¡Oye, Seb!

Casi salté al escuchar ese nombre, y mis manos se apretaron más en los brazos de Elliot mientras algunas personas pasaban a nuestro lado. Se me había olvidado por completo que estábamos en medio del pasillo.

Mis ojos se elevaron y, por apenas un segundo, se encontraron con el gris de los suyos.

Mi piel se puso de gallina en ese instante. Sus ojos pasaron de mí hacia la persona que le hablaba desde sus espaldas y pasaron a nuestro lado mientras iniciaban una conversación. Aun cuando había sido como cualquier otra interacción que habíamos tenido antes del concurso, algo se sentía... diferente.

Moví mi cabeza, intentando eliminar ese pensamiento.

Estaba segura de que era, simplemente, porque en pocos minutos teníamos una reunión para trabajar en la letra de la canción.

Maldición, esa reunión... Hubiera preferido seguirlo ahorita, darle estas tontas hojas y huir de ahí. No quería ni siquiera saber qué pensaba de ellas.

—Ya me doy cuenta —dijo Elliot, asintiendo.

Fruncí levemente mi ceño y, mientras comenzaba a quitar mis manos de sus brazos, me detuve mientras los ojos mieles del profesor me veían con diversión.

Claro..., Elliot. ¡Elliot!

La verdad era que nunca había trabajado sola, siempre lo hice con él. Claro, nunca estaba en medio de mis procesos creativos como Sebastián ahora, pero siempre que necesitaba la opinión de alguien acerca de cualquier cosa, confiaba en el feedback que Elliot me daba.

Era mi profesor, después de todo. Y, muy pronto, mi mánager.

—¿Puedo pedirle un favor? —pregunté, apretando nuevamente sus brazos.

—Ya lo sabes, si está en mis manos... puedo hacerlo posible, sí —aceptó.

No dudé en abrir mi bolso y buscar esas hojas que tanto deseaba quemar, extendiéndolas frente a él.

—Necesito su opinión sobre estas letras. Es para la canción de Sonido 79.

Él elevó una ceja, viendo con atención el montón de hojas organizadas que le tendía.

—¿Y por qué quieres mi opinión? —preguntó.

Lo vi a los ojos seriamente.

—Solo puedo confiar en usted.




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