Habían pasado unos días y apenas nos habíamos comunicado con Sebastián. Era cierto que lo estaba intentando..., pero su actitud no me ayudaba demasiado.
No terminaba de entender por qué había comenzado con tanta motivación y ahora parecía querer ignorar el hecho de que debíamos continuar trabajando juntos. Aun así, hice lo mejor que pude en los días que no hablamos.
Esperaba que no creyera otra vez que la letra que había escrito era deprimente. Había intentado pensar en algo con un ritmo más movido e incluso había comenzado a trabajar en la música, aunque no había avanzado lo suficiente para escuchar su opinión.
Escribir una canción nunca era fácil, pero ahora se me hacía aún más difícil porque era la primera vez que lo hacía para que le gustara a alguien más.
Había intentado ignorar ese pensamiento, pero últimamente no lograba sacarlo de mi cabeza. Nunca pensaba que la canción que escribía podía no gustarle al cantante porque, si pasaba, simplemente buscaba a alguien más. Pero ahora no podía hacerlo sin él… y no sabía cómo hacer que esto funcionara.
Mientras caminaba a el jardín donde nos habíamos reunido la primera vez, pensaba en lo mucho que no quería verlo de nuevo. Odiaba que fuera así, pero era algo por lo que tenía que pasar si quería ganar ese concurso.
Cuando lo vi sentado en una banca de cemento, se me revolvió el estómago. Inhalé profundamente antes de acercarme.
Noté que el pasto había crecido bastante y nadie había pasado a recortarlo. Aunque era común en este espacio medio abandonado, tuve que levantar más los pies para que no se me enredaran.
Iba tan concentrada en cada paso que, cuando levanté la vista y encontré sus ojos fijos en mí, casi sentí cómo mi cerebro hizo corto circuito.
Apreté los labios, desvié la mirada y sostuve la carpeta contra mi pecho, intentando no pensar en lo ridícula que debía verme luchando contra el pasto.
—Llegaste —dijo, como si yo fuera un paquete que llevaba esperando.
—Ajá —respondí distraída.
Me detuve frente a él… o eso intenté. Al dar un paso más, la punta de mi zapato quedó atrapada en una raíz traicionera escondida bajo el pasto. Sentí el tropiezo antes de entenderlo y, cuando intenté corregirlo, solo logré empeorarlo.
El mundo se inclinó hacia la izquierda, y la imagen de su rostro se hizo borrosa, luego enorme.
—Cuida-
No alcancé a reaccionar. Mi cuerpo cayó hacia adelante, y en un segundo, sentí el golpe blando contra su pecho y un olor a sándalo me envolvió. Su expresión fue una mezcla de sorpresa absoluta, ojos muy abiertos y manos que se levantaban para atraparme.
Y lo hicieron... por desgracia.
Terminé prácticamente sentada sobre una de sus piernas, una mano apoyada en su hombro y mi cara tan cerca de la suya que podría haberle contado las pestañas si me lo proponía.
El silencio fue inmediato y asfixiante. Vi cómo las comisuras de sus labios se crisparon intentando no sonreír, no podía ser mi imaginación con esta cercanía, e incluso me pareció que su respiración se había detenido.
Me incorporé de inmediato, aclarando la garganta mientras sentía sus manos retirarse de mis hombros.
—Yo... —intenté buscar una excusa, aunque solo había un culpable—. El pasto.
—Claro —respondió él con seriedad fingida—. Fue el pasto, totalmente.
Fruncí el ceño mientras lo escuchaba reír, aunque intentó cubrirse el rostro con su mano mientras miraba a su regazo.
—Fue el pasto —corroboré con indignación—. Bueno, una raíz debajo del pasto, seguramente.
Mi comentario solo logró que riera más fuerte. Estuve a punto de replicar de nuevo, pero me contuve de golpe. Vi cómo se reía, sin filtro, sin guardar la compostura, y me detuve.
Se estaba riendo de mí, sí, pero esa risa parecía tan... necesaria, como si estuviera usando esta situación para desechar todo el estrés que cargaba.
—Parece que tienes un imán con el suelo —dijo cuando logró recuperar el aire—. O conmigo, no estoy seguro.
Sentí que mi cara ardía.
—¡Se llama gravedad! No es ninguna de las dos.
No pudo evitar sonreír abiertamente y, antes de que pudiera decir algo más, levanté la carpeta del suelo y dije rápidamente:
—Traje algunas ideas.
La sonrisa no se borró de su rostro, pero pude notar cómo su cuerpo se tensaba un poco mientras se acomodaba en la banca y extendía su mano en mi dirección.
—Déjame verlo —dijo suavemente.
Cuando la carpeta dejó mis manos y tocó las suyas, sentí que mi corazón comenzó a acelerarse. Él comenzó a leer en silencio. Podía ver cómo, de vez en cuando, su ceño se fruncía y apretaba los labios, quizás evitando decir algo antes de leerlo completo.
Me senté en la otra esquina de la banca, moviendo nerviosamente las piernas.
No era un silencio incómodo, como los que solía experimentar al lado de Sebastián, pero sí bastante tenso y expectante.
Lo comprobaba ahora: lo peor era querer que a alguien le gustara mi trabajo.