Enredo viral

17. Rumbo a lo desconocido

«Me parece buena idea», le escribí, dejando que el optimismo le ganara al escepticismo por una vez.

«Excelente. Lleva ropa abrigada para la noche y traje de baño para la playa», respondió un par de minutos después.

«A dónde iremos?».

«Es una sorpresa 😼».

Fruncí levemente mi ceño. Un emoji de gatito. Eso era nuevo... y sospechosamente familiar.

«???».

«Si te digo puede que cambies de opinión. Quiero evitar eso».

Solté un profundo suspiro. Era innegable que conocía mis mecanismos de defensa mejor de lo que me gustaba admitir. Antes de que pudiera rebatir, mi celular volvió a vibrar.

«Nos vamos mañana a las 6:30 am».

«Está bien. Nos vemos».

Había pasado la noche sin poder dormir bien, dando vueltas en la cama mientras diseccionaba la idea de Sebastián. La verdad, desde que entré a la Academia Rythove no salía demasiado de ella, ni siquiera para las vacaciones o viajes recreativos que organizaban. Mi mundo se había reducido a estos pasillos, a las salas de ensayo y a la seguridad de lo conocido.

Prefería quedarme tranquila y cómodamente en donde sabía que tenía todo a la mano: salas de mastering vacías a altas horas de la noche, salones con instrumentos que susurraban historias, y, de vez en cuando, conversaciones serenas con los profesores que también se quedaban, como Elliot. Regresar a casa había dejado de ser una opción hace un par de años, pero sinceramente lo prefería así. La academia era mi refugio, mi jaula de oro.

Aún cuando no sabía a dónde íbamos, guardé ropa en una valija para unos pocos días, intentando seguir sus recomendaciones al pie de la letra. Aparte, una bolsa con mis borradores y varias partituras vacías, además de mi guitarra, por supuesto.

Fue una buena distracción empacar, un ritual que me hacía olvidar por breves momentos que iba a estar en un viaje con Sebastián... a solas. La idea se instaló en mi estómago como un enjambre de mariposas.

Mientras caminaba al punto de reunión que me había enviado durante la madrugada, no podía evitar preguntarme por enésima vez la razón por la que había aceptado. ¿Era por la canción? ¿Por el concurso? ¿O por esa melodía que me había enviado y que ahora resonaba en mis sueños?

Tan distraída estaba con mis pensamientos, que no vi el desnivel en el camino. Sentí que di un traspié y, con un jadeo ahogado, mi cuerpo se impulsó hacia adelante, botando la bolsa de mis implementos de trabajo que salió volando de mi mano.

—¿Estás bien?

Una voz familiar, cargada de una mezcla de preocupación y diversión, me hizo elevar la vista de inmediato. Allí estaba Elliot, con sus jeans casuales y una chaqueta ligera, mirándome con esa expresión de "otra vez no" que solo él podía perfeccionar.

—Ah, sí —dije, intentando enderezarme y recomponer mi dignidad mientras una sonrisa torpe se dibujaba en mis labios—. Solo... el suelo.

Una de sus ceñas se elevó mientras me escaneaba lentamente, desde mis zapatillas hasta el desorden de mi mochila.

—¿Necesitas ayuda con tus cosas? —preguntó, y en sus ojos brillaba la oferta genuina, pero también una curiosidad apenas velada.

Habría sido una buena idea recibir su ayuda; sin embargo, aún cuando Elliot sabía sobre mi trato con Sebastián, no estaba segura si debía enterarse de este viaje. Aunque, razoné, tampoco tenía por qué no saberlo.

—No, estoy bien, gracias —respondí, un poco demasiado rápido. Preferiría que esto fuera un secreto... Hasta que viera las fotos en las redes de Sebastián, al menos—. Nos vemos.

Mientras intentaba dar un paso más, decidida a escapar de su mirada inquisitiva, Elliot fue más rápido. Con un movimiento fluido, tomó la bolsa que había salido disparada y que yo aún no recogía, colgándola de su hombro con una sonrisa desarmante.

—No quisiera que te rompieras algún hueso antes de... lo que sea que vayas a hacer —dijo, y el énfasis en "lo que sea" no pasó desapercibido—. Así que mejor te ayudaré.

Solté un pequeño suspiro de resignación, sin encontrar la energía para protestar. Sabía cuando una batalla estaba perdida.

—¿Y adónde vas? —inquirió, caminando a mi lado sin ocultar su curiosidad—. Tu casa no es una opción, la ciudad estará muy llena por el Festival de Música y no has usado ninguna de tus vacaciones para salir, así que no puedo evitar preguntármelo.

Lo miré de reojo, sin disminuir el paso.

—¿No era la persona que más me pedía que saliera a tomar un poco de aire y relajarme?

Mi pregunta le arrancó una risa sincera y cálida, mientras se acomodaba la bolsa que se deslizaba de su hombro.

—Claro, y me alegro mucho por ti, pe...

—Eso debería bastar —lo interrumpí, sintiendo una punzada de exasperación.

Rio suavemente mientras asentía, una chispa de travesura en sus ojos.

—Bien, entiendo que no quieras decírmelo. Pero, ¿sabes lo preocupado que estaré sin saber dónde o con quién estás? —puse los ojos en blanco, pero él persistió—: Oye, lo digo en serio.




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