Mi cabeza dolía mucho últimamente y, aunque quisiera creer que no era por una causa específica, temía que el problema tenía nombre y apellido: mi compañero para el concurso.
En realidad, Sebastián no era el problema. Lo era todo lo que venía después de pensar en él.
Estaba tan acostumbrada a guardar mi progreso creativo, porque la última vez que intenté mostrarlo no salió nada bien, que olvidaba que para otras personas compartirlo era importante. No era lo más inteligente trabajar en secreto cuando alguien más dependía de ese trabajo.
Ni si quiera era común que le enseñara letras o melodías a medias a Elliot, pero sí le tenía mucha confianza como para hacerlo; después de todo, fue la única persona que confío en mí... Incluso cuando yo misma no lo hacía. Era gracias a él que yo seguía en la academia.
Pero con Sebastián era diferente. Él tenía un entorno y unas exigencias distintas: informes de avance, un representante esperando resultados, una carrera en movimiento. Para su mánager, ver un borrador era solo una señal de que algo se estaba haciendo, no una crítica al contenido.
Yo no había pensado en nada de eso antes. Y por mi reacción, parecía que habíamos retrocedido varios casilleros de golpe.
Con Sebastián se sentía que, con cada paso hacia adelante, dábamos tres para atrás.
Solté un quejido, intentando deshacerme de esos pensamientos mientras masajeaba mis sienes suavemente.
—¡Jazmíín!
Casi salté en mi asiento al escuchar que alguien me llamaba y alcé la vista y vi a un rubio caminando hacia mí con la mano levantada en un saludo lleno de energía.
Sonreí mientras fingía ignorar cómo varias miradas en el comedor se desviaron hacia nosotros.
—Hola, Kaspar —respondí cuando él se sentó frente a mí.
Se inclinó un poco más cerca de mí, con un puchero en sus labios.
—¿Sabes lo difícil que es encontrarte por aquí? No podía creer que nadie te conociera —se lamentó, soltando un suspiro—. ¿Cómo sales en redes? Tampoco te encontré en ninguna.
Sonreí con los labios apretados mientras acomodaba los papeles que tenía regados sobre la mesa.
—No tengo —respondí y, en cuanto vi su expresión de sorpresa, agregué:—. ¿Para qué me buscabas?
Su desconcierto duró apenas un segundo; enseguida volvió la sonrisa que parecía iluminarle los ojos. Con emoción, sacó algo del bolsillo y lo deslizó hacia mí.
—Es para el último Aforo antes del Festival de Música —anunció, como si revelara un secreto.
Abrí mis ojos con sorpresa, reconociendo la entrada VIP enseguida.
—¿Te presentarás de nuevo? —pregunté, sin tomarla.
Kaspar asintió con fuerza, despeinándose el flequillo.
—¡El anterior fue todo un éxito! —exclamó sin poder guardar su entusiasmo—. Mis seguidores subieron como falsete en una noche, ¿¡lo imaginas!?
Solté una suave risa, asintiendo.
—Claro que sí.
—¿Entonces…? —meneó la entrada para llamar mi atención—. ¿Vendrás?
Hubiera sido fácil decirle que no, pero estaba segura de que su semblante decaería demasiado con esa palabra. ¿Tenía por qué importarme? Por supuesto que no, pero sentía... una especie de instinto de protección hacia Kaspar.
La razón más probable era que pronto le daría la voz a una de mis canciones, pero prefería no ahondar en ese sentimiento.
Así que comencé a pensar en cualquier excusa que pudiera decirle. Mi necesidad de ir a El Aforo ya estaba saciada, el ambiente bullicioso no era uno de mis favoritos para escuchar música y la fiesta que venía después de las presentaciones me daba jaqueca solo de pensarla.
Bueno, tenía razones bastante válidas para negarme, así que no tenía por qué inventar nada.
—No creo...
—¡Kaspar, aquí estás!
Un par de manos delicadas cayeron en los hombros de Kaspar, haciéndolo saltar por la sorpresa. Esto le provocó una risa, mientras volteaba a ver sobre su hombro.
—¡Monse! Ya casi iba a buscarte —dijo con su sonrisa más encantadora.
Un par de manos finas cayeron sobre los hombros de Kaspar, haciéndolo brincar unos centímetros. Él soltó una risita mientras giraba la cabeza.
—¡Monse! Ya casi iba a buscarte —dijo, con su sonrisa más encantadora.
Pero Monse no lo estaba mirando a él. Su mirada, color miel y tan precisa como un escáner, estaba fija en la entrada VIP sobre la mesa. Luego, sus ojos se desplazaron hacia mí. Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Hola —dijo con una dulzura que parecía sacada de un comercial de yogurt—. ¿Eres la amiga de la que tanto habla?
Kaspar, inocente como una palomita, sonrió con orgullo mientras volvía a verme.
—Sí, ella es Jazmín. Jazmín, Monse. Estamos trabajando juntos para el concurso de Sonido 79.
Mis ojos se abrieron con sorpresa. Solo un poco.
—Mucho gusto —dije, tratando de sonreír.