Marie
El grito de Adriana Carolina, mi hermana, rompe mi concentración, causando que mi dedo se mueva, y en lugar de presionar el botón que me lleva a la casa, presiono el botón rojo que señala el camino hacia el otro lado del arroyo.
No, no, no... ¡no quería ir por ahí!
Genial, ahora me toca ver más muertos, si es que hay uno más...
Creo que voy a vomitar.
Despego los ojos de la pantalla de mi móvil, mirando a mi hermana melliza en frente de mí, a unos centímetros de mi rostro.
—¿Qué pasó? —pregunto, quitándome los auriculares y frunciéndole el ceño levemente—. ¡Estaba a punto de tomar el camino del norte! Ahora deberé ver seguro más cadáveres por ahí, y todavía ni siquiera llego a la mitad de la historia, no sé quién es el asesino o asesina...
—¡Te llamé y no me respondías! Me reprocha Adri, cruzando los brazos—. ¡Tú y Ernesto parecen absortos cada que él crea un juego! ¿no pueden estar más pendientes del mundo real?
La miro, contrariada, pero no digo nada.
Ya empezó... se levantó con el pie izquierdo, me parece a mí.
Mi hermano, por otro lado, no está precisamente mejor que yo.
Tiene el ceño fruncido y los ojos concentrados en la pantalla de su portátil, donde se mueven frenéticamente un sin fin de códigos numéricos y letras que solo él entiende.
Luego de unos minutos, las ramificaciones parecen estabilizarse.
Incluso el librojuego, aún abierto en mi móvil, parece quedarse quieto, porque antes los números de asesinatos que tenía mi personaje se habían vuelto locos, variando constantemente, y el mapa parecía cambiar de ambiente y de lugar de forma continua.
Por fin, Ernesto levanta la vista hacia nuestra hermana.
—Adriana, ¡baja la voz! Casi me haces borrar el código de la historia al desconcentrarme del susto y presionar el botón equivocado —la mira con enfado, y luego se dirige a mí—. Lo siento, Alice. Creo que deberás continuar por el camino que no querías.
Ni modo.
Le respondo con un encogimiento de hombros leve, que él entiende como un "no te preocupes, no hay problema".
Adri, en cambio, decide ignorar deliberadamente a Ernesto, fingiendo no haberlo oído, y de nuevo me habla a mí, como si no me hubiese reclamado hace casi cinco minutos.
Se los he contado.
Y, sí, lo sé, tiene el humor muy cambiante esta mañana...
Pero la quiero igualmente.
—Alice... te desvelaste toda la noche... ¿jugando ese librojuego? —me mira con sorpresa—. No pensé que existiese ese lado ludópata tuyo.
—¡Oye! —le replico, mirándola todavía con algo de enfado por su arrebato anterior, pero ella parece no darse cuenta—. No todo en mi vida implica desvelos por libros o estudios. Además, esto no es ludopatía. Es simplemente un librojuego, así que cuenta como otro libro más.
—Sí, pero bastante adictivo, ¿eh? —Ernesto, un poco más sereno, me mira, y suelta una carcajada, haciendo que mi hermana le dé un codazo mirándolo con irritación—. Adri, es que no lo has probado. Seguro te engancharé a ti también. Solo mira, ¡quién lo hubiera creído! ¡La dulce Marie Alice Grace, la que nunca se mete en problemas, la siempre responsable desvelándose por un juego!
—Un librojuego —corrijo, sonriéndole—. Debo admitirlo, está muy interesante, aunque tengo el estómago revuelto de ver tanto muerto. No podrías crear algo más... ¿libre de muertos y de sangre?
—Sí, no te preocupes. Crearé otro en el cual interpretarás a una pequeña hada —promete mi hermano, y me revuelve los rizos con suavidad, haciendo que yole levante una ceja; sabe que no me gusta que me toque los rizos, pero decide ignorarme—. Como tú. Se enamorará de un... ¿príncipe? ¿Un magnate? ¿Un granjero? Ya veremos. —sonríe, de forma misteriosa—. De todos modos, pequeña, deberíamos descansar. Son las... —mira su reloj y palidece de pronto—. Olvídalo.
—Las cinco de la mañana, sí —confirma Adriana, con las manos en la cintura—. Hora de irnos a bañar y prepararnos para ir al colegio. ¡Ahora ustedes par de zombis a ver cómo se las arreglan para mantenerse despiertos!
Miro mi reloj de muñeca, y me fijo que efectivamente son las cinco.
Genial, una noche entera sin dormir...
Bueno, no me arrepiento.
Es más, lo haría de nuevo sin dudar.
—Carolina, hoy estás más mamona de lo habitual. Cálmate, nada que el café no solucione.
—Vea pues, ¡qué novedad! ¿Y lo dices tan tranquilo?
—Sí, porque el café quita el sueño.
—¡Pero no lo espanta para siempre! —Vocifera mi hermana con exasperación—. Ernesto, ¿por qué tuviste que diseñar ese juego justo cuando se terminaban las vacaciones? ¡Tenías toda la Semana Santa para hacerlo!
—Librojuego, te corrijo. Y no fue mi culpa, Carolina. La idea me surgió de forma espontánea. Además, ¿qué tiempo iba a tener? Estuve en los retiros, en las eucaristías, la conmemoración de la última cena, el lavatorio de pies, visitando las iglesias, en el viacrucis... para mí la semana santa es sagrada, al igual que lo es para el resto de la familia. Excepto para ti, por lo visto.
La voz de mi hermano se eleva ligeramente, porque es obvio que está bastante irritado; me doy cuenta de que aún sigue enfadado con ella, y no lo culpo, casi lo hace perder todo.
Además, tiene razón.
Caro sabe que la semana santa es sagrada. Ella también participa en las actividades familiares, aunque en los retiros organizados por el padre Mario la noté más... dispersa de lo habitual, mirando su teléfono constantemente.
No se lo mencioné, pero en algún momento deberé hacerlo.
O mejor, dejaré que Gia se lo comente.
Tiene más tacto en ese sentido que yo, aunque ella me diga lo contrario.
—Bueno, sí, está bien. Te lo concedo, la semana santa es sagrada, pero... ¿entonces, por qué no guardaste esa idea en tu cabecita hasta yo qué sé, el fin de semana?
Carolina sigue insistiéndole, y ello solo hace que Ernesto la mire, rodando los ojos.