Enséñame a confiar

Capítulo 4: ¿Mi cara tiene la palabra desvelo escrita?

Marie

—Tienes cara de fantasma, MaLi —escucho una voz pequeña, pero melodiosa a mis espaldas—. Buenos días, mi angelito de la guarda me dice que te los dé por él, y que le digas a tu angelito que él dijo buenos días.

Levanto la mirada para encontrarme con el rostro sonriente de mi hermana Teresa, quien me observa con su típica chispa de dulzura y curiosidad.

Sus ojos avellana claro están fijos en mi rostro, específicamente en las ojeras que tengo...

Y que ni siquiera un torrente de agua fría que dejé correr por mi cara casi al terminar mi baño pudo borrar.

Sí, ya vi mi reflejo, y eso que dije que no pensaba hacerlo...

—Buenos días para ti también, Tere —le sonrío, estando sentada ante mi tocador, justo frente al espejo de cuerpo entero, peinando mis humedecidos rizos con los dedos—. Dile a tu angelito que el mío también le desea los buenos días.

—Lo haré —ella asiente, con seriedad adorable; luego de casi un minuto de silencio, añade—: ¿Por qué tienes cara de sueñito?

Oh. Dios.

Algún día esta niña me derretirá de amor...

Si me muero por exceso de ternura, quiero que mi lápida diga: fallecimiento prematuro por ternura infantil y excesiva.

Un momento.

No, mejor no...

No quiero morir tan joven, por favor.

Pero lo cierto es que amo a esta pequeñita con toda mi alma.

—Es que me quedé con Nesto probando un librojuego nuevo que creó, y no dormí. Me desvelé —le digo la verdad.

Sin ocultarle nada. Porque yo sé que ella es lo suficientemente mayor para comprenderlo.

Y porque siempre, si algo he tenido muy claro, es que, si quiero enseñarles a mis hermanos menores el significado de la honestidad, yo tengo que ser el ejemplo de la misma.

Tal como nuestros padres y abuelos nos enseñaron cuando yo, Gia, Nesto y Adri éramos pequeños.

—Oh. ¿Nesto creó librojuego nuevo? —le brillan los ojos de emoción—. ¿Puedo probarlo yo también, cuando volvamos de clases?

—Lo siento, pequeña. Ese no lo puedes jugar —contesto, haciendo una mueca.

De ninguna manera pienso permitirle jugar ese librojuego, mejor le muestro el que Erne dijo que iba a diseñar sobre un hada.

Ese sí lo puede jugar.

El otro... no.

Absolutamente no.

Si yo me mareé con tanto número en rojo que vi, mi hermana se traumaría de ver tanto muerto...

Prefiero preservar su inocencia.

—¿Por qué no? —me mira con ojos grandes, casi al borde del llanto.

—Porque tiene... contenido no apto para ti —le explico, mientras me cubro el rostro con una mano para intentar ahogar un bostezo—. Quizás cuando crezcas, puedas jugarlo. Pero pronto podrás probar otro que él está diseñando. Ese es sobre un hada.

Bueno, en realidad Ernesto me había dicho que apenas lo iba a crear, pero ya lo está diseñando en su cabeza... así que cuenta, ¿verdad?

La mirada de mi hermanita se vuelve a iluminar, y sonríe, emocionada.

—¡Yo quiero! ¡Un hada! ¡Un hada! Amo las hadas.

—Pronto, pequeña. Pronto —le sonrío, acariciándole el rostro con mi mano libre, la otra sigue con la tarea de repasar mis rizos—. Y yo también lo jugaré, sé que nos va a encantar.

Bostezo de nuevo, y parpadeo, intentando no cerrar los ojos.

El cansancio que siento es leve, casi mínimo.

Es tolerable.

Creo...

Teresa, como para desbaratar mi reflexión mental, pasa de la emoción a la seriedad, y me mira, preocupada.

—MaLi, tienes mucho sueño.

No es una pregunta, sino una afirmación.

Mi cara habla por mí.

Asiento, confirmando sus palabras, pero añado para tranquilizarla:

—No te preocupes, cuando lleguemos del colegio recuperaré el sueño perdido. Pero cambiando de tema... ¿tú sí dormiste bien?

Ella asiente, me sonríe, y se acerca más a mí para darme un abrazo, como suele hacer cada mañana.

—Sí, y soñé que viajábamos al cielo. Tú, mamá, Gia, Luz Juli, Caro y yo. Conocimos al niño Jesús, y él nos llevó a pasear, a conocer distintos lugares de la casa celestial. Papá y el abuelo hablaban con san Miguel arcángel, ¡e incluso se metieron a ser soldados celestiales! —aplaude, contenta, y continúa—. Hasta Nesto se les unió, y LuLu estaba jugando con su ángel de la guarda a las barbies, luego se pusieron a corretear las nubes.

—¿Y Blayke? —pregunto, girándome para corresponderle el abrazo tras peinar el último rizo.

—Blayke era lo más dulce... se puso a perseguir mariposas, que en realidad eran querubines. ¡Eran tan bonitos! —ensancha su sonrisa, soñadora, y yo la observo, enternecida—. Juan, Beti y la abuela eran los encargados de la diversión. Papá Dios les dijo que reunieran a un enorme coro de ángeles porque quería celebrar una gran fiesta, y todos cantaban o tocaban algún instrumento. ¡Era muy lindo! Fue el concierto más hermoso del mundo. Y mamita María hizo una alfombra de rosas y lirios, solo para nosotros.

—Eso suena hermoso y dulce, LoRe —le sonrío y le acaricio el cabello, que está ligeramente húmedo por su reciente baño—. Estoy segura de que la virgencita creó esa alfombra con las flores más hermosas que encontró en el paraíso.

—¡Sí! ¡Lo hizo! —exclama, con su carita iluminada; podría quedarme todo el día contemplando sus ojitos así de brillantes—… Olían genial, mejor que las rosas de mami abuelita Fátima, pero no le digas que dije eso.

—No se lo diré, princesa. Lo prometo —le beso la frente—. Ahora, vayamos a desayunar, que se nos hace tarde. Ve bajando, yo ya voy.

Ella asiente.

Luego, se libera de mi abrazo y se va corriendo escaleras abajo.

Sonrío y sacudo la cabeza, para que mis rizos se acomoden bien.

Es increíble la imaginación y espiritualidad que tiene mi hermana.

A sus siete años, Teresa Lorraine Charlotte tiene una imaginación, como digo yo, que nunca duerme.

Y una espiritualidad muy bella.

Ama a los ángeles, particularmente a su angelito de la guarda, y habla de ellos, de Jesús y de María Santísima con naturalidad, ternura y esa fe sencilla que tienen los inocentes.




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