Marie
Amo a Luz.
Ha sido nuestra niñera desde que tengo memoria, y empezó a cuidarnos desde sus dieciséis, primero por trabajar para hacer voluntariado, y terminó quedándose con nosotros.
Yo la llamo nuestro sol, ella me llama su luna.
Y no sé por qué, pero ese apodo suyo me gusta.
Además, sin ella esta casa estaría patas arriba.
Porque sí, mi mamá es súper organizada y todo lo que quieras, Gia y mis abuelos también ayudan, mi padre ni se diga, Erne, Adri —cuando quiere—, y yo también ayudamos con los demás pequeños, pero sin Luz Juliana no sería lo mismo.
Continúo mi camino, con mis hermanitos brincando alegremente, uno a cada lado.
—Cuidado, LuLu —le digo a mi hermanita, mientras bajamos la escalera—. No brinques por los escalones, te puedes caer.
—Me da igual, si tú me recoges —responde ella, traviesa, y agita su cabello café cómicamente, haciendo que las puntas del mismo formen suaves ondulaciones en el aire.
Me río, incapaz de permanecer seria, y aprieto su pequeña mano con suavidad.
—Sí, te recojo, pero no podría ser tan rápida para atraparte si llevo a Juanlu conmigo.
—¡Yo la recojo! —replica mi hermanito, con sus ojos grises destellando con picardía—. Así me convertiré en un súper héroe.
—Serías mi mini héroe favorito —le contesto, y él ríe, con esa alegría infantil que tanto me enternece en los niños pequeños.
Marta Olivia Charlene —le decimos cariñosamente Livie, Martica o LuLu, su apodo favorito—, y Juan Luis Richard —Juanlu o Richie—, con tres añitos, son los pequeños terremotos de la casa.
No se están quietos en ningún momento, y a Marta le fascina hacernos reír con cualquier ocurrencia infantil cada que tiene oportunidad.
Y... los amo. No imagino una vida sin ellos.
Cuando por fin llegamos abajo, ya está casi toda mi familia desayunando.
Mi padre está a la cabecera de la mesa, charlando con mi abuelo quien lee el periódico.
Beti y Tere están devorando enérgicamente su cereal de milo, como si se los fueran a robar de un momento a otro.
Y mi abuela le está dando de comer a Blayke, mi hermana menor, quien tira los cereales mientras ríe.
—Buenos días —saludo, dando a conocer mi presencia.
—Buenos días, honey —responde mi padre, levantando sus ojos para mirarme—. ¿Cómo amaneces?
—Bien, papi —contesto, tomando asiento en la mesa mientras Marta y Juan se sientan junto a Tere y Beatriz, quien está tan parlanchina como siempre.
—Buenos días, mi niña —dice mamá, saliendo de la cocina y colocando un plato de cereal de milo, y otro con tostadas y huevito en frente de mí—. Anoche te quedaste despierta hasta tarde, ¿cierto?
¿Es tan obvio?
—Sí, mamá —le respondo, bajando la mirada—. Estuve... despierta hasta las doce.
Eres una mentirosa, Marie Alice.
¡Ni siquiera dormiste!
¿No decías que querías que tus hermanos aprendiesen la honestidad de ti?
Silencio, conciencia traidora.
La mando a callar, pero sé que tiene razón. Bien me decía mi abuela que la conciencia es la mejor consejera...
Sentada al lado de Beatriz, Teresa levanta sus pequeñas cejas, confundida, pero yo niego con la cabeza, haciéndole entender que no diga nada.
Y es que...
Ni yo misma puedo.
¡No puedo decirle a mamá que me quedé despierta con Erne toda la noche y que no dormí nada, probando su nuevo librojuego!
Me mataría, porque ni ella, ni mi padre, ni mis abuelos aprueban el que yo y Erne trasnochemos.
Nos dicen que nos volveremos viejos antes de tiempo.
¿Será verdad?
No lo creo.
—Procura acostarte más temprano, Grace. Cuerpo que no duerme lo suficiente, cerebro que no rinde —sentencia mi padre, y yo asiento, sin levantar la mirada.
Sé que no me está regañando, está, simplemente, llamándome la atención de forma afectuosa, pero a veces quisiera que él, mi madre y mis abuelos entendiesen que yo soy nocturna...
Y Erne igual.
—Come, cariño. El desayuno te quitará el sueño —dice mamá, y me acaricia el cabello, retirándose de nuevo hacia la cocina.
Gia viene saliendo de la misma, con los cereales de nuestros hermanitos mellos.
Espero que tengas razón, mamá.
Espero que se me quite este sueño...
Para evitar cerrar los ojos, miro a mi hermana, quien deja los platos de cereal en frente de LuLu y Juanlu.
—¿Gia, pudiste arreglar tu cabello? —pregunto con interés, mordiendo una tostada—. Te vi cuando bajabas las escaleras tratando de peinarlo, pero hoy parece estar travieso.
—Qué va, Ali. Sigue igual —responde ella, sentándose a mi lado con su desayuno; come lo mismo que nosotros, pero además acompañado con avena con banano y canela, la que hace mi abuelo—. Lo arreglaré de camino, llevo un cepillo por si acaso.
—Yo te peino, si quieres —le sonrío.
—Me encantaría, hermanita —dice, y me guiña un ojo—. A ver si puedo impresionar a Ricardo hoy.
Me río y ruedo los ojos, aunque por dentro me estremezco.
No sé qué ve mi hermana en Ricardo, su novio. El tipo tiene más cara de matón que otra cosa, y nunca me cayó bien.
Siempre me dio un no sé qué, y cada que lo trae a casa, lo evado como puedo.
Mi abuela también me dice que no le cae, sabrá Dios si intuye algo sobre él.
—Oh, yo sé que incluso despeinada lo impresionarías —respondo, deseando evadir el tema para no herir sus sentimientos, y tengo la excusa perfecta; tomando una cucharada de cereal, añado—: Delicioso como siempre, mami.
Mi madre, desde la cocina, sonríe.
—Gracias, mi amor. Esa es mi idea siempre, que te guste.
—LuLu, come tus cereales, cielo —dice mi abuela, mirando a mi hermanita quien todavía tiene el desayuno entero.
—Es que le estaba contando el sueño que tuve a Beti, mami abuelita —responde, y se lleva una cucharada de cereales a la boca, obediente.