Luciano Lancaster 🎻
Tres meses atrás
Desde pequeño sabía que crecer sería complicado.
En general, los niños quieren hacerlo, crecer, librarse de las reglas, la sobreprotección, tener control de sus propias vidas y deshacerse de las limitaciones que tienen los padres sobre ellos sin saber que ese resulta ser el deseo más absurdo que podrías materializar.
Esos niños desean crecer porque no son conscientes de la responsabilidad que cae sobre tus hombros al hacerlo. Pero yo siempre lo supe. Desde pequeño sabía que no quería llegar a eso.
Sabía que lidiar con mi vida sería complicado, ser el sucesor de Lautaro Lancaster solo significaba problemas para mí, a pesar de que había más de un millón de personas deseando con todas sus fuerzas ocupar ese lugar. Yo no lo deseaba.
No quería ser como mi padre, no quería ocupar su lugar, siempre fui introvertido. Odié relacionarme con mucha gente, los demás niños odiaban la escuela por las tareas, yo la odiaba porque tenía que pasar tiempo con ellos. Elegí quedarme a hacer tareas en los recesos tantas veces como me las permitieron y cuando me negaban esto rogué para que me dejaran permanecer aislado.
Odié las fiestas de papá, conocer gente, que supieran quién soy.
Siempre me sentí fuera de lugar, no me importó muchas veces, pero cumplir las exigencias de papá para que me dejara en paz era la solución. Solo que eso me hacía sacrificar mi tranquilidad.
—Señor Lancaster… —Mis dedos se tensan en el volante del Mercedes mientras observo la estructura blanca a unos metros, le hago un gesto de saludo al hombre en la entrada de la mansión—. Bienvenido, su madre lo espera.
—Gracias, Judah —Abre la reja negra para mí y luego la cierra en cuanto me encuentro dentro.
Papá era demasiado ‘chispeante’ —por decirlo de forma agradable— pero yo siempre fui parecido a mamá. Ella también era tímida, introvertida, reservada. Casarse con papá fue casi un calvario para ella: fiestas, alcohol, música, demasiada gente a la cual conocer, demasiada gente a la cual agradar mientras iba del brazo de mi padre.
Cuando esos días llegaron a su fin, ella finalmente pudo respirar.
Dejo el auto en el camino de entrada y miro el reloj de mi muñeca. Son las tres por lo que rodeo la mansión por la izquierda hasta llegar al invernadero de cristal en el que se encuentra mamá, como cada día a la misma hora.
—¿Girasoles?
Da un respingo ante mi voz y deja caer las tijeras de jardinería, me mira con desaprobación antes de retirarse los guantes y acercarse.
—Ya llegaste, pensé que tardarías un poco más —Se queja—. Ni siquiera tuve tiempo de cambiarme.
—No vine a hacerte fotografías para una revista, mamá —Beso su frente cuando se ha acercado lo suficiente—. ¿Cómo estás?
—Excelente, ¿ya viste mis amapolas? —Las señala y yo doy un par de pasos para escudriñar las flores que quiere mostrarme—. Crecieron sanas y fuertes.
—Las cuidas a diario, lo mínimo que pueden hacer es agradecerte siendo bonitas —reviro secamente y ella suelta una risita, sacudiendo la cabeza con desaprobación.
—Las cosas no se hacen para que te agradezcan, Luciano, ya te lo he dicho, deja esa mala costumbre.
—Las cosas no se hacen para que no te agradezcan, todo tiene un precio, aunque no sea dinero. El mundo ya no se mueve por bondad.
—Deja ese pensamiento en la tumba de tu padre cuando lo visites la próxima vez —replica, acariciando con sus dedos desnudos los pétalos de las amapolas—. ¿Qué has estado haciendo?
—Lo mismo de siempre.
—Nunca dices a qué te refieres.
—Trabajo lo suficiente para mantenernos a flote y no irnos a la ruina. Eso es lo único que importa, por lo demás no tienes que preocuparte —respondo, acunando una de sus mejillas en mi palma.
—Por supuesto que tengo que preocuparme, cariño, ¿qué es lo más destacado de tu vida ahora? ¿Tu compromiso?
—Acabo de romperlo —informo, aprovechando que lo menciona. Las tijeras que mamá volvió a sostener caen al suelo y su rostro gira para mirarme, sus cejas se fruncen y sus labios se crispan con desaprobación.
—¿Por qué?
—No quiero casarme, ella no es para mí.
—Luciano, pero…
—No puedo casarme, mamá, su familia es demasiado grande.
—¿Y? Solo harías apariciones necesarias. Ella es lo que necesitabas para que estuviera en el ojo publico.
—La gente no quiere ver a la ‘esposa de…’. Este acuerdo no me servía de nada y estaba siendo demasiado próspero para ella teniendo en cuenta que yo no ganaba nada.
—Su padre te debe estar odiando ahora.
—No me importa, su empresa se está yendo a la ruina y era un mal trato para nosotros. Encontrarán a alguien más a quien engañar —Ella suspira, pero puedo ver la desaprobación en su mirada.
—¿Al menos los compensaste por el disgusto?
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Editado: 22.04.2025