Enséñame a ser libre

Capítulo 2

La sonrisa de mi madre mientras le habla a Alonzo me molesta. No por lo que todos podrían pensar —no es por celos—, sino porque intenta a toda costa ocultar mis imperfecciones al hablar. Su sonrisa no podría ser más falsa, pero me guardo el comentario.

Mi vestido llega hasta las rodillas, y después de tantos años caminando en tacones, ya soy una experta en manejarlos. Alonzo me mira y sonríe. Luego voltea hacia sus amigos y me exhibe como si fuera un trofeo… no su novia, no una persona. Solo un adorno.

Me siento asfixiada, atrapada a su lado en ese silencio que grita. Odio estas fiestas, porque son el escenario perfecto para disfrazar la infelicidad. Para seguir fingiendo. Alonzo conversa con sus amigos sin dedicarme una sola mirada. Mamá, en cambio, le sonríe con afectación, posando una mano sobre su hombro. Lo ve como el candidato perfecto para ser mi esposo.

Fue ella, de hecho, quien prácticamente me entregó a él. No le importó lo que yo sintiera. Solo vio a un hombre con dinero, con un futuro prometedor, del mismo círculo social. En cambio, yo solo veo a alguien que me ignora, que me incomoda. Para Alonzo no soy más que un objeto decorativo que debe lucir bien.

Nuestra relación no tiene espacio para preguntas como “¿cómo estás?” o “¿qué tal estuvo tu día?”. Solo hay órdenes, como las que mamá también me da todo el tiempo. Uno de sus amigos me halaga, y solo entonces Alonzo se digna a mirarme. Me guiña un ojo antes de besarme de forma teatral. Mamá, encantada, amplía su sonrisa aún más.

A lo lejos veo a papá, pero está enfrascado en una conversación sobre negocios. No se percata de nada, como siempre.

Aprovechando que Alonzo y mamá están distraídos, me escabullo. Mientras camino, las prendas costosas y los vestidos de diseñador son lo único que mis ojos captan. Todo es fachada, apariencia. Al llegar a la cocina, algunas chicas contratadas para el evento me miran con curiosidad. Me ofrecen una copa, pero niego con la cabeza.

Pensar que esta podría ser mi vida si algún día llego a casarme con Alonzo me llena de terror. Me siento atrapada en un mundo que no me pertenece. No quiero esto.

Salgo al patio trasero. Allí todo está tranquilo. La música apenas se oye, y el silencio es un alivio. Al fin puedo respirar.

La luna brilla con intensidad. Me pierdo en ella, en su luz solitaria, pero libre. Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios.

A veces me pregunto cómo sería vivir sin fingir, sin tener que actuar como la hija perfecta ante los ojos de todos. ¿Qué pasaría si supieran que también cometo errores? Que hay días en los que no quiero salir de la cama. Que también tengo inseguridades, pero debo esconderlas porque mostrarme vulnerable no es algo que se aprueba en esta familia.

—Señorita... —una voz masculina me saca de mis pensamientos. Me giro y veo a un chico de ojos grises y cabello color caramelo—. Sabía que era usted. Su cabello es inconfundible —dice con una sonrisa tímida. Lleva el mismo uniforme que los empleados—. Estoy ayudando —confiesa—. Uno de los chicos no se sentía bien y como estaban muy ajetreados, me ofrecí para echar una mano —asiento lentamente.

—Eso es muy amable de tu parte —le digo.

Él niega, divertido.

—No es nada. Pero estoy curioso... —sus ojos brillan con una chispa que no había visto en toda la noche—. ¿Por qué está aquí sola, cuando todos parecen pasarlo tan bien allá dentro?

Su pregunta me toma desprevenida. Respondo con un suspiro, dejando que el frío de la noche se cuele en mis huesos.

—¿No has sentido, en algún momento de tu vida, que estás cansado de fingir? —pregunto, y él me observa en silencio. Me doy cuenta de lo que acabo de decir y suspiro—. Olvida eso. Perdón. Debo volver —añado, esbozando una sonrisa antes de alejarme, caminando a paso lento hacia el interior de la casa.

Si mamá me ve hablando con un empleado, es probable que él no dure ni un minuto más en su puesto. Y lo último que quiero es perjudicarlo.

Apenas cruzo la puerta, Juliet aparece y toma mis manos con una sonrisa amplia. Ella es la mejor amiga de Alonzo. Tiene el cabello tan negro que hace resaltar sus ojos marrones, y su piel pálida parece de porcelana. En sí, Juliet es como una muñeca: hermosa, pulida, perfecta… y por dentro, probablemente vacía.

—Valeria, te pierdes —dice con su tono siempre entusiasta—. Ven, que las chicas estamos comentando algo.

Me arrastra con decisión hacia su grupo, y desde el primer momento me siento incómoda. Las risas suenan falsas, cargadas de veneno disfrazado de cortesía.

—Vaya, miren quién está aquí: la mujer que tiene loco a Alonzo —comenta Marie, una chica que, según he escuchado, tuvo algo con él.

—No creo que esas sean las palabras —murmuro, lo suficientemente bajo para que solo se oiga si realmente quieren escuchar.

Ellas intercambian miradas cómplices y se agrupan a mi alrededor.

—¿Alonzo es bueno en la cama? —pregunta una.

—Marie dice que sí, pero tú eres con la que ha durado más —añade otra, con una sonrisa tan dulce como falsa.

Siento sus ojos sobre mí, como si me diseccionaran. No tengo ganas de responder, no tengo ganas de estar aquí. Quisiera desaparecer, encerrarme en mi habitación hasta que esta farsa termine. Busco a Alonzo con la mirada y lo encuentro riendo junto a mi madre. Ella también me busca, seguramente para asegurarse de que no diga algo indebido.

A veces me siento como un simple trofeo que él presume con orgullo, una pieza de exhibición más. No soy parte de su mundo, ni del de sus amigos. Solo soy Valeria Campbell. Un apellido y una apariencia bonita. Para muchos, eso es suficiente. Para otros, solo soy la novia de Alonzo.

Nadie se ha molestado en conocerme realmente. Nadie me ha preguntado quién soy o qué quiero. Solo soy una imagen, una chica perfecta por fuera, criada para agradar. Porque mi padre tiene dinero, porque mi novio tiene dinero y porque soy “bella”. Y esa belleza, para muchos, me hace perfecta.




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