—¿Engordaste? —la voz baja y molesta de mi padre me sobresalta, haciendo que el chocolate que iba hacia mi boca caiga sobre la barra de la cocina. Mis ojos se abren con sorpresa mientras giro para encontrarlo en el marco de la puerta, observándome—. Lo hiciste, Valeria. Has subido de peso —gruñe, acercándose con pasos largos hacia mí.
—¿Perdón? —balbuceo, sin entender bien a qué viene este ataque tan repentino. Lo único que hice fue aprovechar que los empleados descansan y que mamá salió, para obtener un poco de tranquilidad y disfrutar de los chocolates que ella me prohíbe, como si fueran un delito contra mi figura.
—¿Estás loca? —pregunta—. ¿Cómo se te ocurre empezar a engordar justo ahora que tienes que ser perfecta? Pronto Alonzo te propondrá matrimonio; debes verte increíble para que siga a tu lado. Mira que tener una mujer como tú ya es bastante difícil —hace una mueca—. Una Campbell debe verse bien en todo momento, Valeria. Piensa en lo que podrían decir de mí o de tu madre. —La vergüenza que me provocan sus palabras me hace sonrojar, pero en el fondo agradezco que ningún empleado esté cerca para escuchar a mi padre. —Contrataré un entrenador personal. A ver si haces las cosas bien —pasa una mano por su cabello castaño, y otra vez esos ojos verdes me miran con irritación.
—Lo lamento —murmuro, incómoda, y él asiente.
—Deberías. Ve a ponerte algo que no haga notar que subiste de peso.
Salgo prácticamente corriendo de la cocina, con el corazón doliéndome, porque este tipo de trato ya es cotidiano. Todo por Alonzo. Todo porque es el hijo del senador. Porque es uno de los hombres más ricos del país. Cuando entro en mi habitación, tengo los nudillos blancos de tanto apretar los puños.
De pronto, estas cuatro paredes parecen asfixiarme. ¿Quién más dirá algo malo sobre mí ahora? Parece que se coordinan para turnarse y ver quién logra hacerme sentir más miserable. Estoy cansada. Cansada de que cada día parezca menos mi vida y más la de los demás.
Quisiera tanto salir de aquí, pero mamá solo me lo permite cuando estoy con ella. Papá nunca me lleva a ningún lado; al parecer, todo es más importante que yo en esta casa. Suspiro, camino hasta la cama y me siento en el borde, jugando con mis manos.
Alonzo apenas recuerda que tiene una novia, y a mis supuestas amigas dejé de hablarles el mismo día que las encontré criticándome a mis espaldas. Me doy cuenta de que estoy más sola de lo que quiero admitir. Que mi única compañía son los reproches por no ser perfecta, por no cumplir con las expectativas de los demás.
Me levanto y me detengo frente al espejo de cuerpo entero. Miro el cabello rojizo y el rostro que, según dicen, parece sacado de una revista. Mamá siempre dice que nací con una belleza increíble, pero que no sé usarla. Mis ojos marrones lucen cansados… y es porque lo están.
Soy una chica delgada, de pechos pequeños pero atractivos. Muchas veces me siento hermosa, pero hay momentos como este, en los que mi autoestima se tambalea por culpa de las críticas constantes.
Toco mi vientre plano. La verdad es que me veo igual que siempre, pero luego caigo en cuenta de que quizá son mis mejillas, que están un poco más rellenitas de lo normal. Tal vez a eso se refería papá.
Suspiro y paso las manos por mi cuello. Camino de un lado a otro antes de hacer lo que Elon Campbell quiere. Me cambio de ropa y bajo a buscarlo. Al no encontrarlo, salgo al patio con la esperanza de ver a Harry, aunque sea de lejos. La decepción me golpea cuando no lo encuentro.
Bueno, Valeria, es lo mejor. Solo lo meterías en un gran problema si sigues involucrándote con él. Es lo mejor.
Me animo a mí misma antes de girar para volver a la casa. Pero jadeo de sorpresa al encontrarme con esos ojos grises fijos en mí, observándome con atención. Harry sonríe y me doy cuenta de que estoy muy cerca de él, por lo que retrocedo y desvío la mirada. No quiero que comience a descifrar mis pensamientos, como lo hizo hace tres días, durante la fiesta que se celebró aquí.
—Señorita Valeria —dice con una sonrisa divertida. Frunzo el ceño.
—Hola, Harry. Veo que te parece divertido asustarme —él se pasa la mano por su melena caramelo y deja escapar una risa lenta, baja y peligrosamente seductora.
¿Ah? ¿Qué acabas de pensar, Valeria Campbell? Estás loca. Deja de pensar en cosas como esas.
—Lamento eso. No quería asustarla. Solo quería ver si me seguiría evitando. Desde la fiesta, usted huye de mí como si tuviera una enfermedad mortal —sus palabras me provocan vergüenza—. ¿Hice algo que la incomodó? —pregunta con preocupación, y niego con la cabeza.
—No. Solo… no quiero que te metas en problemas por mi culpa —él asiente.
—Me gustaba más cómo le quedaba el vestuario que tenía hace un rato —dice de pronto, y mis ojos se abren con sorpresa—. Disculpe, es que pasé hace un rato por la cocina y, como la vi tan tranquila, no quise molestar y me fui sin que se diera cuenta —parece avergonzado.
—Descuida. Solo no sabía que estaba siendo observada —se encoge de hombros antes de tenderme una rosa. La tomo con cuidado y la observo. Es una rosa rosada. Sonrío al ver cómo él se alegra de que me guste su detalle.
—Gracias —susurro.
—Me alegra que le haya gustado. Ahora… tengo dos boletos para un concierto de una banda poco conocida. Es esta noche. ¿Quiere ir? —pregunta, con una leve sonrisa en los labios. Me quedo en silencio, mirándolo, mientras ya puedo imaginarme diciendo que no, porque obviamente mi madre no permitiría algo así. Pero… ¿qué quiero yo?
Hace tiempo que nadie se preocupa por invitarme a ningún lugar. Todo lo que hacen es ordenarme cómo vestirme para ir a algún evento o fiesta importante. Ni siquiera Alonzo se toma la molestia de preguntarme si quiero hacer algo o no. Por eso le sonrío a Harry, quien espera tranquilo mi respuesta.
—¿A qué hora?
La sonrisa que me dedica me hace contener el aliento. Lo hace ver increíblemente varonil. Ya lo he dicho: Harry es un hombre muy guapo, pero cuando sonríe así… es casi imposible negarle algo. Él tiene mucho poder en sus manos.
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Editado: 23.05.2025