Enséñame [saga Arévalo #10]

Capítulo 1

Marcelo

Cierro con fuerza la puerta de mi camioneta Ford.

Cuando entró a la tienda de abarrotes, el viejo Fred pasa el borde de su delantal por la frente perlada de sudor, las viejas chismosas de Mina el Limón, se hacen a un lado, pero siguen con su parloteo.

—Los hombres se han vuelto loco al verla, honestamente no se que le ven, es una mujer fea —declaró una.

—Dicen que están compitiendo entre ellos para ver a quién le hace caso. Estoy de acuerdo contigo es una mujer fea, mi hija es más guapa, pero su enamorado se ha olvidado de ella. Esa doctorcita algo les debe de dar para volverlos locos —declaró con rencor la otra vieja.

—Den lugar, vayan a chismear al parque — me miran con furia, pero se hacen a un lado.

Fred toma las pocas cosas que llevó y las empezó a empacar.

—Supongo usted no ha caído rendido ante los pies de la nueva veterinaria — levantó la mirada y miró a Fred a los ojos, él se calla y sigue guardando. Me da el precio de mis compras, le pagó y me marchó.

Odiaba los chismes y en Mina el Limón abundaban, la mira esta vez era la tal veterinaria que según las chismosas tenía a los hombres a sus pies.

Cuando llegó a mi rancho le llevó las compras a la Sra Morgan.

—Aquí tiene —me acercó al refrigerador y me sirvo un vaso de agua.

—Adán ha ido a buscar al veterinario —dejó el vaso y me acercó a la Sra. Morgan.

—¿Qué ha pasado? — ella ni se molesta en mirarme a los ojos.

—La yegua no puede parir —pasó una mano por mi cara.

—Le dije a Adán desde ayer que buscará al maldito veterinario, Estrella no se miraba nada bien.

La Sra. Morgan se encoge de hombros. Con furia tomó mi sombrero y me dirigo a las caballerizas.

Adán está sobando la cabeza de Estrella.

—Te dije desde ayer que buscarás al veterinario — Adán no se inmutó ante mi furia.

—Ya lo fui a buscar — hace un movimiento con la cabeza y giró la cabeza al ver a una mujer pequeña, poniéndose los guantes. Entrecierro los ojos, esa mujer no sabrá ni mierda de partos.

Me pongo de pie y me le acercó.

—¿Dónde está el Doctor Mauricio? — mi tono de voz es áspero. Muchos se encogen al escucharlo, pero está mujer sigue con la tarea de sacar las cosas de su maletín y ni me dirige la mirada.

—El Doctor está fuera del pueblo, su esposa ha sido internada en un hospital, así que aquí estoy.

—Eres una chiquilla, no debes tener la experiencia necesaria para atender a mi yegua —hasta ese momento ella levantó la mirada y sus ojos furiosos barrieron mi rostro.

—Soy una veterinaria titulada, he asistido muchos partos. Si quiere mi titulo, me marchó a traerlo y perdemos tiempo con su yegua.

Nos miramos en silencio por un momento, ambos furiosos.

—Marcelo, la yegua no está bien — desvió la mirada hacia Adán.

Miró a la veterinaria molesto.

—Si algo le pasa a Estrella... — ella me interrumpe furiosa.

—Si algo le pasa será su culpa que me ha hecho perder tiempo, por prejuicios de que soy una mujer —Adán me apartó para que la mujer atendiera a Estrella.

Me sentía furioso. Nadie en Mina el Limón se atrevía a hablarme como la hacia está mujer.

El parto de Estrella fue algo difícil, la calmaba con susurró mientras la chiquilla ayudó a que llegara al mundo el potrillo de Estrella.

Una vez que me cerciore que Estrella y el potrillo estaban bien, me acerqué a la veterinaria que estaba saliendo del establo. Adán iba junto a ella, derritiéndose en agradecimientos.

—Espere —ella se detuvo, bufo para nada femenino, clavó su mirada en mi.

—¿Si?

—Me envía la factura señorita... —ella asiente.

—Claro señor Arévalo, soy Lalita —ni ella ni yo nos molestamos en extendernos la mano —Hasta luego.

Me encogí de hombros  e iba detrás de ellos, así que ella era la mujer que tenía loco a todos los hombres de Mina el Limón... corrección a casi todos los hombres de Mina el Limón. Yo no iba incluido en esa lista.

Ella se despidió de Adán con un ademán de mano y subió a aquel escarabajo amarillo.

Adán se acercó a mi, aún podía ver los corazones pintados en sus ojos.

—Ultima vez Adán que te doy una orden y la obvias — él metió las manos en sus bolsillos.

—No te preocupes Marcelo no volverá a pasar.

—Eso espero y por favor si vuelves a llamar al veterinario, que sea a Mauricio.

El sacudió la cabeza y me miró.

—Él no está Marcelo. Lalita demostró ser buena veterinaria.

—'Ya no me hables tanto de ella — me separó de Adán y busco mi caballo para dar una vuelta al campo —Vigila el ganado.

—Un día Marcelo debes darte la oportunidad de amar —me detengo en seco y me giró para mirar con fiereza a Adán.

—Deja el asunto por la paz Adán, somos amigos desde niños y sabes cuales son mis sentimientos.

—Cumplirás treinta y cinco años, Marcelo —me encogó de hombros.

—Tú tienes treinta y cuatro años igual y no te quejas —él me sonríe de medio lado.

—Touche amigo pero yo ya me he enamorado.

—Pues no te veo feliz, además sabes de la famosa maldición que hay en mi familia.

Adán se me acerca lentamente.

—Tu padre enloquecio de amor por tu madre y te amargó. Si la maldición existe en tu familia no creo que tu madre haya sido el alma gemela de él. Honestamente él se obsesionó con ella y le hecho la culpa a la maldición de la gitana.

Me encogó de hombros y dirigo mi mirada hacia mi caballo que esperaba pacientemente.

—Sea lo que sea las mujeres no son de confiar, se supone que cuando te aman no te reducen a pura mierda. No quiero el destino de papá. Asunto cerrado Adán.

Me giré y caminé rápidamente hacia mi caballo. Me negaba a creer que allá afuera hubiera una mujer que amará de verdad y que supiera realmente lo que significaban los votos matrimoniales.

 


 




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