Lyra Calder nunca se sintió del todo en casa. A pesar de haber vivido toda su vida en la Ciudad de México, entre avenidas caóticas y cielos llenos de smog, había algo en ella que no encajaba del todo con esa rutina. A veces, al cerrar los ojos, veía paisajes que no conocía, escuchaba palabras en lenguas que no entendía, y sentía un viento que no soplaba en esta tierra.
Desde niña soñaba con lo mismo: un bosque profundo, árboles tan altos que ocultaban el cielo, un lago de aguas negras reflejando estrellas imposibles. Y siempre, una figura que caminaba de espaldas, como guiándola hacia algo. Nunca lograba alcanzarla. Solo en los últimos años, esa silueta comenzó a tener un nombre.
Aranai.
Su hermano.
La separación había sido abrupta, injusta, sin explicaciones. Ella se quedó con su madre; él, con su padre. Dos destinos trazados por decisiones adultas, cuando ellos apenas entendían el mundo. Desde entonces, solo supo fragmentos de su vida a través de comentarios sueltos y recuerdos borrosos.
Y sin embargo, en los sueños, él estaba presente. No como un niño, sino como alguien más: una guía, una presencia que parecía saber algo que ella aún no recordaba.
Lyra miró por la ventana del autobús. El paisaje se desdibujaba entre montañas y pueblos, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que iba hacia algo. Había dejado su trabajo sin grandes planes, apenas una mochila con ropa y una libreta donde garabateaba palabras cada vez más extrañas. Algo dentro de ella la empujaba a moverse, a buscar.
Afuera, el sol comenzaba a ponerse. Las sombras crecían largas sobre la carretera, y el viento golpeaba el cristal con un ritmo suave, casi como si murmurara su nombre. Lyra apoyó la frente en la ventana, cerró los ojos y dejó que el mundo siguiera su curso.
Y entonces el sueño volvio.
Pero está vez era distinto.
Ya no estaba en el bosque. Estaba en un templo cubierto de hiedra, con columnas torcidas y un aire antiguo que olía a tierra mojada. La figura de espaldas ya no huía. Estaba esperándola. Y cuando giró el rostro hacia ella, por primera vez en años, Lyra pudo ver sus ojos.
Pero algo se rompió
Las estrellas en el techo del templo comenzaron a girar violentamente. Las paredes se ennegrecieron, la hiedra se marchitó en segundos, y el suelo se abrió como una grieta viva. Voces—susurrantes, distorsionadas—llenaron el aire. Una lengua desconocida, repetida como un canto oscuro.
La figura de su hermano desapareció. En su lugar, una silueta oscura surgió del abismo… y la miró.
Lyra se despertó con un sobresalto.
El autobús estaba frenando. Respiraba agitada, con las manos temblando y el corazón acelerado.
Entonces lo vio por la ventana.
Una figura parada al borde del camino, entre los árboles. No se movía. No tenía rostro. Pero algo en ella—algo que no entendía—la obligó a levantarse, a bajar del autobús antes de que su mente pudiera discutirlo.
Pisó el suelo de aquella ciudad desconocida con los nervios al rojo vivo.
Sabía que lo que acababa de ver no era una coincidencia.
El viaje apenas comenzaba
•| Nota de autor |•
¿Y si los sueños no fueran solo sueños?
¿Y si lo que olvidamos no se pierde,sino que duerme.... esperando que estemos listos?
Este viaje recién comienza,y estas invitado/a a recorrerlo junto a Lyra.
¿Te animas a seguir bajando por está grieta?