Los días pasaron como hojas al viento.
Elías y yo seguimos investigando el diario, encontrando símbolos que no sabíamos cómo traducir, pero que mi cuerpo —de algún modo— parecía reconocer.
A veces, una palabra me daba frío.
Otras, un dibujo me hacía llorar sin motivo.
No se lo decía.
No todavía.
Mientras tanto,el pueblo empezaba a tranformarse.
Calles decoradas con guirnaldas, faroles de papel, flores secándose al sol.
Una festividad se acercaba. Algo que mezclara tradición y memoria.
Doña clara me lo explico una tarde:
—Dicen que en esta época, el velo entre los mundos se afina. Que las almas caminan más cerca… y que los recuerdos duelen distinto.
Esa noche no pude dormir.
Al día siguiente, Clara me llamó a su habitación.
Tenía una caja en el regazo.
Cuando la abrió,el aire cambio.
Era un vestido antiguo.
Marfil y oro suave.
Encaje bordado con símbolos que parecían susurrar algo en otro idioma.
—Era de alguien muy especial —dijo sin dar más detalles—. Creo que te quedaría perfecto.
No supe porque lo acepté.
Solo sé que lo sostuve entre mis manos y algo dentro de mí tembló.
Cuando lo tuve puesto, me miré al espejo.
Y el espejo… no me devolvió del todo mi reflejo.
Había algo distinto en mis ojos.
Como si recordaran una vida que yo aún no había vivido.
Doña Clara me miro largo rato.
No dijo nada.
Pero su expresión era de alguien que acababa de ver un fantasma.
Salí al jardín con el corazón latiendo raro.
El vestido crujía como hojas antiguas.
Y el viento, por primera vez, no me pareció solo viento…
Sino un suspiro de algo que aún no sabía nombrar.
Fragmento del diario de Elyra.
“A veces, el cuerpo guarda más que la mente.
El reflejo duele cuando lo que ves no es tu presente… sino lo que tu alma alguna vez fue.”
Aún con el vestido puesto, y con el corazón latiendo raro, decidí pasar por la biblioteca antes de volver a mi cuarto.
Elías estaba ordenando unos papeles, pero al verme, levantó la mirada y sonrió con esa calidez que parecía ensayada… o demasiado perfecta para ser real.
—¿Te vestiste para la fiesta? —preguntó, observando el encaje con una mezcla de asombro y algo más… ¿nostalgia?
—Todavía falta —dije—. Doña Clara me lo prestó.
—Te queda bien —murmuró—. Muy bien.
Por un momento, pensé en contarle cómo me sentí al verme en el espejo.
En decirle que ese vestido me dio escalofríos… Como si fuera alguien más me lo hubiese puesto antes.
Pero no dije nada.
El silencio entre nosotros se llenó de una tensión suave, como una pregunta sin hacer.
—Hay cosas que se repiten —dijo él de pronto, como si hablara consigo mismo—. Ciertos símbolos, ciertos patrones. Como si el tiempo no fuera una línea… sino un círculo que a veces vuelve al mismo punto.
Lo mire, desconcentrada.
—¿A Que te refieres?
Él sonrió apenas, pero sus ojos ya no brillaban igual.
—A veces me adelanto —dijo—. Perdón. Te lo explico mejor cuando estemos listas para la siguiente parte del diario.
Asentí en silencio.
Y mientras salía de la biblioteca, sentí que Elías no solo me miraba irme…
sino que intentaba recordar algo que ya había olvidado.