Narra Lyra.
La biblioteca olía a madera vieja y silencio.
Después de todo lo que había pasado —la festividad, el lago, el reflejo— necesitaba estar en un lugar donde el mundo no me hablara. Donde pudiera esconderme entre letras que no me reclamaran una verdad que todavía no estaba lista para entender.
Elias estaba ahí.
Me saludó con su sonrisa suave, esa que nunca se impone. Me ofreció té, me mostró una mesa cerca de la ventana, y volvió a sus libros. Me dejaba respirar, y eso… lo agradecía más de lo que decía.
Caminé entre estantes, pasando el dedo por los lomos como si pudiera elegir con los ojos cerrados. Quería distraerme. Solo eso. Pero los libros no olvidan. Y Atlauikan… tampoco.
En una esquina polvorienta, casi escondida detrás de una cortina de tela pesada, encontré una sala que no había visto antes. O tal vez sí, y no la había sentido.
Entre.
Las paredes estaban cubiertas de cuadros viejos, fotografías sepia, retratos desvaídos por el tiempo. Algunos tenían placas con nombres que no reconocí. Otros, solo miradas que ya no pertenecían a nadie.
Y Entonces lo vi.
Un cuadro colgado en lo alto. Más reciente. Apenas cubierto por polvo.
Dos hombres.
Uno de ellos era Elías.
Más joven, sí… pero sin duda él. Tenía la misma expresión paciente, los ojos sabios, la postura elegante.
El otro.
Mi corazón se detuvo.
Era el.
El vampiro. La sombra. El que había estado en mis sueños.
Sin máscara. Sin sombra. Solo… él. Mirándome desde otro tiempo.
Me acerqué temblando. Miré la fecha grabada en la madera del marco.
1881.
No. Podía ser.
—Elías —dije, sin darme cuenta—. ¿Qué es esto?
Él se quedó quieto unos segundos. Demasiado.
Se acercó con calma. Miró el cuadro como si ya lo hubiera visto mil veces.
—Es solo una imagen del pasado —dijo.
—¿Vos estabas ahí? ¿Y él…?
No respondió.
—¿Quién es? —insistí.
—alguien que deberías olvidar– Murmuró.
Quise preguntar más, pero Elías ya se había alejado.
Lo vi desaparecer entre estantes como si el silencio lo hubiera tragado.
Y yo me quedé ahí, frente a ese rostro, con el corazón latiendo como si me reclamara algo antiguo.
Mas tarde en la casa de doña clara.
La tarde se tiñio de gris. La niebla volvió a bajar.
Camine en silencio,con el cuadro todavía en la mente.
Su rostro. Su presencia. El fuego en mi pecho.
Entré en la casa. Subí sin decir nada. Cerré la puerta.
Y entonces lo vi.
Una rosa.
Sobre el umbral.
Blanca,intacta,hermosa, atada con una cinta negra.
La misma flor que había visto en sueños.
La misma que adornaba el vestido de otra que fui.
La misma que ardía en mi memoria sin razón aparente.
La tomé con cuidado.
La llevé hasta mi escritorio. La dejé junto al diario.
El aire cambió.
Pasé las páginas.
Y entonces una hoja nueva apareció. Como si hubiera estado ahí desde siempre…
esperando que yo estuviera lista.
Fragmento del diario (Sin firma).
"Si encontras está flor,es por qué el todavía te espera.
Y si tus dedos tiemblan... No es miedo.es memoria.
Ame con un amor que no murió.
Y si estás leyendo esto,quizás lo estás empezando a recordar"
Cerre el diario.
La flor seguía ahí. Silenciosa. Viva.
Apoye los dedos sobre la tapa.
Inspiré hondo.
Ya no sabía si quería respuestas.
Pero si sabía una cosa:
Ya no podía seguir huyendo lo que mi alma empezaba a recordar.
–Nota de autora. –
Este capítulo abre una ventana al pasado que hasta ahora solo se susurraba en sombras y sueños. La aparición de ese retrato nos recuerda que las historias que llevamos dentro no son solo recuerdos, sino piezas de un rompecabezas más grande y antiguo.
Lyra empieza a enfrentarse a verdades que la desafían, y Elías… bueno, Elías también esconde secretos que aún no están listos para salir a la luz.
Gracias por acompañarme en este viaje donde cada símbolo, cada imagen, es un eco de lo que fuimos y de lo que seremos. Espero que este capítulo haya despertado en ustedes la misma mezcla de curiosidad y misterio que siento al escribirlo.
Nos vemos en el próximo, donde las sombras y la memoria seguirán entrelazándose.
Con cariño,la autora.