Enterrados, La ciudad subterránea

Introducción

Cuando el ejército, por fin, terminó de recolocarnos, todos pensamos que el Gobierno había hecho lo mejor para nosotros: su pueblo. Luego, poco a poco, nos fuimos dando cuenta de cuán equivocados estábamos, hasta que, un día, abrimos los ojos y contemplamos la oscuridad eterna a la que nos habían condenado.

 

El cataclismo

 

El cataclismo ya había ocurrido tiempo atrás, cuando la tierra se quedó sin luz, envuelta en polvo, y murió la mayor parte de la humanidad.

Fue entonces cuando se creó el Gobierno, un gobierno real, global, dispuesto a dirigir a los supervivientes.

Había gente de muchos países, pero los países habían quedado destrozados, ya no existían.

Las zonas inhabitables se fueron abandonando y los líderes que surgieron tras la tragedia agruparon a las gentes, destrozadas por las pérdidas emocionales y materiales, y se erigieron en salvadores.

De entre los escombros, se rescató toda clase de vida, humana o animal, y se trasladó a todos a un pedazo de tierra que, en otros tiempos, había sido la cuarta parte de un vasto país y que, ahora, era el único espacio apto para vivir en todo el planeta.

Los supervivientes, destrozados en cuerpo y alma, ayudaron en la construcción de un nuevo país. Todos colaboraban, dirigidos por los grandes líderes que les llevaban de la mano y, a los cuales, el pueblo adoraba.

Poco a poco, el sistema se fue estabilizando, las familias se reestructuraron, la economía fue creciendo y las nuevas tecnologías volvieron a tomar el control del pueblo desde el Gobierno. Se agrupó a los grandes científicos y expertos informáticos e ingenieros, la recuperación y mejora de la civilización primaba por encima de todo.

Vivían en paz, el Gobierno se asentó en el poder y nadie volvió a hablar de elecciones. Se formaron de nuevo barrios, ciudades y, otra vez, las jerarquías sociales aparecieron, diferenciándose a la clase rica de los obreros más humildes.

Aun así, no había quejas.

El Gobierno era autosuficiente y nadie pasaba necesidades. Éstas estaban cubiertas y, la sanidad, la educación y la ayuda a los que no podían valerse por sí mismos, funcionaban como nunca antes lo habían hecho.

A pesar de que eran el único país en el planeta, el Gobierno comenzó a formar un ejército, pues nunca se estaba a salvo de una posible sublevación. Para ello, instó a los jóvenes a formar parte de él a cambio de ciertos privilegios para ellos y sus familias.

Se crearon ciudades enteras formadas exclusivamente por soldados y familiares de éstos, con urbanizaciones que incluían piscinas, gimnasios, energía gratuita ilimitada, colegios y hospitales privados, todo creado para asegurar la máxima lealtad al Gobierno.

La energía que los soldados disfrutaban de forma gratuita se extraía de enormes centrales nucleares que se fueron construyendo a lo largo de todo el territorio.

De esta forma, los miembros del ejército y el resto de la población apenas tenían contacto entre ellos, y llegó un momento en que parecían hablar un lenguaje diferente. El orden público se mantenía a través de este ejército, pero siempre respetando la idea de que estaban ahí para defender al pueblo, no para hostigarlo.

Así iban pasando los años. La población se iba recuperando y el trauma del cataclismo iba quedando cada vez más atrás.

El presidente murió y, su hijo, que había sido educado para continuar la labor del padre, se instauró en el poder y mantuvo la misma línea. El pueblo era feliz y vivía en paz, pero entonces…

Un día, temprano por la mañana, el cielo se oscureció y comenzaron a llover rocas. Rocas enormes que chocaban contra los edificios, los coches, la gente… Caían en los parques, los colegios y guarderías; los gritos de los niños traspasaban los oídos aterrados de los adultos, que aún recordaban el anterior cataclismo. La gente corría, trataba de refugiarse, abrazaba a sus seres queridos y pedía ayuda a un ejército que no aparecía por ningún lado.

Los cuerpos de los heridos y los muertos comenzaron a acumularse en las calles mientras las rocas seguían llegando del cielo, golpeando sin compasión lo que se interpusiese en su camino.

El suelo comenzó a temblar y los pocos edificios que continuaban en pie comenzaron a derrumbarse. No había nada que hacer, no había lugares en los que refugiarse, lugares a los que escapar.

El cielo siguió castigándoles durante más de quince minutos en los que los temblores de tierra se repitieron hasta seis veces cada vez con mayor virulencia y, luego, todo terminó. Al estruendo de las rocas y los edificios que se derrumbaban le sustituyó el llanto de los supervivientes y el silencio de los muertos.

Así sucedió todo, un día en que el cielo se oscureció temprano por la mañana.

 

 

EL RESCATE

 

Y entonces, como si de repente el ejército hubiese despertado de un profundo sueño, las calles se llenaron de jóvenes uniformados que trataban de ayudar a los heridos y rescatar a los supervivientes atrapados entre los escombros. Resultaba extraño verles allí, dispersándose por las calles derruidas, llenas de pánico y escombros y ellos con sus uniformes impecables



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En el texto hay: romance, distopia

Editado: 06.03.2018

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