Enterrados, La ciudad subterránea

13.

Al volver al barracón, Ana tuvo que salir disparada a los baños. Golpeó la puerta al entrar y se metió en el primer compartimento que encontró abierto. Vomitó dos veces. Su estómago parecía dar vueltas sin parar.

Las chicas con las que había compartido furgón, en el viaje de vuelta, la miraban de forma hostil. Las miradas que la dirigían eran esquivas, como si ya no formara parte del mismo grupo que todas compartían. Ana comenzó a comprender que no se estaba ganando la simpatía de su pueblo precisamente ¿pero qué pretendían que hiciera? Pensó frustrada en lo irónico que resultaba que, hasta hacía sólo tres días, ella formaba parte de un grupo subversivo y, ahora, la estaban desahuciando hasta de sus propias ideas. Aún no habían decidido quién era la ganadora y ya todos la apuntaban con el dedo. Era demasiado triste y angustioso pensar que la estaban golpeando desde todos los frentes, pero sentirse despreciada por su pueblo, por los suyos, cuando aquello a lo que las estaban sometiendo era un abuso, no dejaba de hacerla sentir una rabia mezclada con impotencia que la hacía, aunque no quisiera, comprender a Vélez más de lo que deseaba en aquellos momentos en los que, él, la había dejado sola y negado ese roce que podría haberla impulsado un poquito hacia arriba, un poquito más hacia la luz que veía muy lejana, desde el fondo de un profundo pozo.

¿Por qué la culpaban a ella? ¿Por qué no volcaban su rabia sobre un Gobierno que se aprovechaba de la pasividad del pueblo castigado? ¿Qué les pasaba a todas aquellas chicas?

Al salir del baño y acercarse a uno de los lavamanos vio cómo las muchachas que estaban allí la observaban. Algunas cuchicheaban entre ellas. Ana se enjuagó la boca y salió del baño. No soportaba aquella ignorancia. Aquel ponerse en su contra como si fuera ella la que hubiese organizado todo aquello. Como si de golpe, en vez de ser un secuestro forzado, se hubiese convertido en una competición para ver quién lograba al príncipe azul ¿Hasta qué punto el Gobierno era capaz de manipular a las personas? ¿Hasta qué punto las personas buscaban una excusa, un culpable cercano para justificar su actitud, absolutamente estúpida?

Volvió a la cama que le había tocado en suerte caminando como sonámbula entre los pasillos formados por las demás camas, viendo cómo las otras chicas se cepillaban el cabello, se recostaban abrazadas a la almohada, formaban pequeños grupos en los que hablar del acto y de lo que les había parecido el hijo del presidente. Se quitó el vestido y se vistió con la sencilla camiseta blanca y los pantalones ajustados. Colgó el traje en la cabecera de la cama con cuidado, tal vez lo reclamaran. Se tumbó en la cama y lloró en silencio dejando que las lágrimas rodaran mansas por sus mejillas. Hacía tanto que no lloraba que apenas recordaba aquella sensación ardiente en los ojos que la invitaba a dejar salir el dolor mientras su cuerpo se convulsionaba ligeramente.

No se explicaba cómo había estado tan ciega durante tantos años. La ciudad subterránea estaba forrada de fotos del presidente ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿cómo no se daba cuenta nadie? Era igual que su padre, tenían que ser hermanos, no tenía otra explicación. Pero ¿cómo era posible? El presidente había salido al exterior después de la construcción de la ciudad de los privilegiados.

El impacto que había sufrido al ver a aquel hombre la había desestabilizado por completo. Parecía que todo el destino se había confabulado contra ella. Secuestrada, rechazada por Vélez, despreciada por el resto de muchachas y con un montón de papeletas para que la tocara abandonar a la fuerza la ciudad subterránea siendo alejada así de su madre y hermana para siempre. Y encima, ahora también se añadía el misterio de que el presidente fuera exactamente igual que su padre. Era terrorífico ver un rostro tan parecido y al mismo tiempo con una expresión tan diferente. Aquel parecido no podía ser casual.

Ana no conseguía entender lo que podía haber pasado. Necesitaba ver a su madre, preguntarle qué significaba todo aquello. Ella tenía que saber el porqué, estaba segura. De no ser así ya habría comentado en algún momento el extraño parecido entre el presidente y su marido. Ana estaba segura de que si no lo había hecho antes era porque había tratado de ocultárselo a ella y a Siri. Simplemente había dejado que a ellas les pasara desapercibido.

Otra vez le entraron arcadas y tuvo que levantarse y correr al baño. Vomitó de nuevo. Cada vez estaba más asustada. Definitivamente el destino parecía estar confabulándose contra ella. Sabía que todo podía empeorar todavía más.

Tampoco Sulla lograba dormir. Había vuelto impresionado por la belleza de Ana. Aquella muchacha era la criatura más hermosa que había visto nunca. Había apuntado el número de unas seis chicas que le habían parecido muy lindas, o al menos eso recordaba, pero la belleza de aquella chica… Despedía una sensualidad que era difícil explicar.

Pensaba detenidamente en el cambio que daría la vida de la persona que él eligiera como esposa. Puede que muchas chicas estuvieran deseando convertirse en la mujer del futuro presidente pero él no lograba imaginárselo. No se consideraba un trofeo como parecía entender su padre. El presidente estaba seguro de que estaba haciendo un gran favor a la muchacha que resultara elegida. Pero Sulla no lo sentía así. No era feliz en su vida y no sabía nada acerca de la vida de aquellas muchachas. Puede que ellas fueran felices tal y como estaban. O puede que a la persona que eligiera él no le gustara. Que estuviera enamorada de otra persona. Él pensaba en todas aquellas opciones que para su padre eran impensables. Para su padre, todo aquel que no pensaba como él estaba equivocado. O estabas con él o contra él, no había término medio. Sulla lo sabía bien, jamás había podido hablar con su padre. El presidente se ponía como una furia y comenzaba a cargar contra él con insultos, ironías y humillaciones en cuanto Sulla le contradecía. No tenía ni idea de cómo habría sido su vida si su padre verdadero, el que le había entregado, no lo hubiera hecho y se hubiese criado en la ciudad subterránea. Era algo que ya nunca podría comprobar, pero sabía que la que había llevado en el exterior no le gustaba. Tratar con el presidente no era agradable, y saber que su familia real si aún seguía viva, lo hacía oprimida por su actual padre, no dejaba de atormentarle. También se preguntaba si el hombre que le había entregado sabría que él era su hijo. Si se encontraría en aquella sala en el momento del acto de presentación, observándole. Tenía tantas preguntas, que no le dejaban dormir.



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En el texto hay: romance, distopia

Editado: 06.03.2018

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