Entonces te olvidé

3.2 Elís Ko-a

Cuando Lewin entró a la habitación del contratista no sintió ninguna extrañeza, después de un mes aquí, ya se sentía familiarizado con casi todo. Aunque el estar acostumbrado al ambiente no quitaba que seguía odiando mucho de lo que tenía que hacer o usar en este lugar.

Si tuviera que situar el desarrollo tecnológico de esta época, entonces no llegaría más allá del siglo XVII en su mundo original, aunque tampoco era inferior al XIII; su estructura política y social se quedaría alrededor del XV.

Mientras se quitaba el gipser de la cintura, el chaperón y la cotardía, pensó en lo mucho que agradecía no tener que usar tippets o corte acuchillado de manera forzosa, ya tenía suficiente con sus peores enemigas: las calzas, que aun si no eran tan ajustadas como las mallas, se seguían acoplando al cuerpo, sin dejar muchas cosas a la imaginación; para un hombre que sólo ha experimentado la modernidad o el alto desarrollo de la era interestelar, eran muy incómodas y vergonzosas. A su vez, 2-2 le ayudaba a repasar aquellos detalles que podría considerar para, primero, determinar si la familia de Emiú realmente lo mataría por escuchar su conversación y, en segundo lugar, cuál podría ser la razón por la que no podía ir más allá de la frontera de Ness.

Lewin ya había entendido de manera vaga el funcionamiento de la "magia", misma que justificaba el hecho de que la ideología religiosa en este mundo tuviera un peso mayor que el sistema político. El impacto religioso en la vida privada de la gente común no era cuestión de cultura o decisión: era algo inevitable.

La primera cosa que aprendían las personas de este mundo cuando eran niños era sobre los regalos de las diosas, el primero de los cuales consistía en el vínculo entre los corazones. Nacían y morían con ello, mientras existieran en este mundo, no lo podían ignorar. Así que era entendible que su respeto o sumisión política fuera prácticamente inexistente comparado con la iglesia. Los que gobernaban podían cambiar en cualquier momento; su destino no.

Estaba por quitarse las calzas cuando tocaron la puerta.

Se puso de forma rápida un camisón holgado que usaba para dormir, era de un color gris claro y le llegaba por debajo de las rodillas; luego abrió la puerta, intuyendo de quién se trataba.

En efecto, era él.

—¿Vas a dormir con las calzas puestas? —dijo el pequeño con una sonrisa en la cara.

Toda la apariencia de Lewin se volvió en extremo cariñosa, desbordando un sentido paternal ante el pequeño. Movió sus manos para responder.

—Me las iba a quitar en un momento.

La sonrisa del niño brilló más al recibir respuesta de esa manera. Los ojos de Lewin se sintieron un poco húmedos, así que se giró para ocultarlo. No podía evitar ponerse sentimental cada vez que lo veía.

La habitación estaba silenciosa. 

Como su hermano no lo miraba, Elís se acercó y tocó su brazo.

—¿Otra vez llorarás?

Lewin se avergonzó un poco. La primera vez que vió a Elís, las lágrimas escaparon de sus ojos sin control. Al pequeño le gustaba burlarse de eso.

Despeinó el suave cabello castaño del niño, recordándose que estaba en un mundo distinto al anterior, debería dejar su vida pasada de lado.

—¿Algo que decir antes de dormir? —dijo después de liberar sus manos.

La expresión infantil abandonó el rostro del castaño y sus espesas cejas, muy similares a las de Emiú, se fruncieron con preocupación.

—No deberías salir del palacio.

Lewin también se preocupó ante la seriedad de Elís.

—¿Te dijeron algo?

El niño no movió ni un dedo, pero la respuesta era evidente: las diosas le habían hablado.

Entre los miembros actuales de la familia Ko-a, sólo existían cuatro personas que pudieran ejercer alguno de los tres dones (ver, escuchar o hablar en nombre de las diosas); dos de los cuales eran Elís y Emiú. Estos tres sacramentos se conocían como el quinto regalo de las diosas.

La capacidad de escuchar a las diosas era el don de Elís. Lo sabían porque nació sordo.

Así era como funcionaban estos regalos. Le permitían a un Ko-a ver el destino de los mortales, a cambio de no poder apreciar la belleza del mundo. Le dejaban a otro escuchar sus voces, pero nada más en su vida. A un tercero le concedían el honor de hablar en su nombre, sin embargo, nadie escuchaba su voz. En palabras sencillas, los primeros eran ciegos, total o parcialmente, los segundos eran sordos y los terceros eran mudos.

Lewin creía que el contratista tuvo suerte por pertenecer al primer tipo y, aunque su ojo izquierdo era ciego, el derecho funcionaba lo suficiente cómo para hacer sus actividades normales de forma independiente. 

Aunque cabe agregar que Lewin no sentía mucha buena voluntad hacia él. No le desagrada ni tenía nada en su contra, solo estaba siendo un poco parcial porque Elís le recordaba mucho a alguien y Emiú siempre trató con indiferencia a este hermano.

Como alguien sordo, en realidad Elís podía hablar, sin embargo, una vez unos primos se burlaron de él porque la articulación de sus palabras era muy extraña. ¿Cómo podía imitar el ritmo y entonación estándar si nunca había escuchado nada? Igual que en ese momento: no oía sus burlas. Pero podía leer sus labios, ¡sabía lo que estaban diciendo de él!



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En el texto hay: bl, transmigracion, multiples mundos

Editado: 15.04.2024

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