Entonces te olvidé

3.4 Dos corazones

Luzz los estaba castigando. 

Eso fue lo que dijo Erlin respecto a las desapariciones. No es que las diosas pudieran ejecutar su castigo ellas mismas, así como los Ko-a vivían al servicio de los tres sacramentos, había en otros reinos quienes servían a una o ambas diosas de formas diversas. Luzz tenía una especial afición por los ejecutores, estas personas que mataban o castigaban en su nombre.

Su abuela le contó: Luzz ha enviado a dos de sus ejecutores a limpiar la ciudad.

Lewin no entendió todo con claridad, pero sumando toda la información que escuchó la noche anterior a hurtadillas con lo que explicó su abuela y lo que Emiú sabía, llegó a una conclusión, una que se negó a creer, no obstante en su corazón sabía que era verdad.

Cuando Erlin abandonó la habitación, Lewin se volvió a acostar. Sólo quería quedarse acostado y ver el mundo continuar sin él. No quería seguir aquí. Su objetivo no aparecía, su hermano menor le recordaba a su hijo, su familia era una asesina, había caníbales, alguien quería matarlo y para poder cumplir su misión principal…

Ah.

Reuniendo toda su fuerza de voluntad, Lewin al fin se levantó. Aunque el ardor en su pecho había desaparecido, quedando una ligera irritación fácil de ignorar, ya era demasiado tarde para ir al taller. De ida y regreso se le acabarían las horas de sol, así que no era viable trabajar hoy; tal vez mañana tendría que hacer vasijas sin descanso. Una cosa más por la que maldecir este mundo, pensó.

Luego recordó que ahora podía acceder a su espacio de almacenamiento por cuenta propia, sin la intervención del sistema, así que decidió echar un vistazo para ver si su ánimo se levantaba. Entonces recordó que 2-2 no le explicó cómo hacerlo. Pensó un poco y cerró los ojos, concentrándose en acceder a algún espacio extraño o aislado, pero no pasó nada. Abrió los ojos un poco frustrado, sin embargo, se sorprendió enseguida.

A su alrededor, todo seguía igual, los muebles a su alrededor no habían cambiado, no obstante, habían más cosas, eran como objetos fantasmales, podía ver cada uno y distinguirlos, mas no ocupaban un espacio físico. Buscó con la mirada algo que se pareciera al alma de su objetivo, sólo que no había nada. Pensó en una de las cosas que guardó por puro sentimentalismo: los anillos de boda de él y Carson, entonces, todo el espacio semitransparente giró como un tornado y frente a él flotaron los anillos, brillando en una luz plateada; estiró su mano hacia ellos y cuando las yemas de sus dedos hicieron contacto, estos se materializaron. 

Sonrió con nostalgia mientras acariciaba la frialdad del metal, recordaba cuando Carson se lo entregó, alegando que, aunque el valor monetario no significaba nada acerca de sus sentimientos, quería entregarle lo más valioso que su riqueza pudiera comprar, el resultado fueron estos anillos: una aleación de platino y oro con incrustaciones de diamantes rojos. Aunque en su mundo original este sería un gasto escandaloso, en realidad había materiales mucho más caros en la era interestelar, pero eso no le importaba, siempre le recordaba la sinceridad que su esposo de dos vidas siempre le quiso demostrar.

Además de esto, tenía otros tantos recuerdos almacenados, sólo que no quiso profundizar más la tristeza que ya le apesadumbraba,  en cuanto a otros recursos que guardó, no tenía caso revisarlos, así que  pensó en dejar de ver el espacio y las cosas a su alrededor desaparecieron. El decadente estilo medioevo permaneció inmutable ante el evento en este momento. Luego Lewin pensó en otro asunto que podría comprobar.

Debido a su identidad especial en la familia, gozaba de su propio espejo en la habitación, así que se acercó a él y se subió el camisón para descubrir su torso. Como esperaba, había una marca en su pecho izquierdo. Era muy pequeña y de color rojo, si no se prestaba atención, parecería un lunar o una quemadura cualquiera, pero observando con atención, aunque no tenía una forma definida, a Lewin le recordaba una pequeña ave con sus alas desplegadas.

Se sintió divertido. En su vida original leyó todo tipo de cosas en internet, ahora sentía que había cubierto todos los clichés de personas que viajan a otros mundos: tenía un sistema, un pasado olvidado, una pareja con la que se reunía en cada mundo, antagonistas que planeaban matarlo, un espacio de almacenamiento y ahora una marca distintiva con la que podría ser identificado la próxima vida.

Sonrió por medio minuto hasta que su ánimo volvió a caer.

Siendo honestos, sentía que esta era una misión muy fácil de satisfacer, sus ojos y recuerdos eran lo único que necesitaba, además del coraje de asesinar o, en su defecto, guiar a los ejecutores de Luzz. El problema era Elís.

En este mundo donde las personas compartían corazones por pares, estaba comprobado que al estar junto a tu otra mitad tu potencial se aprovecharía al doble, las fortalezas se triplicarán y la felicidad se cuadruplicará, además, serías inmune a todas las maldiciones. Entonces, ¿quién no quiere vivir junto a su otro corazón?

Las diosas estaban satisfechas con los humanos y el cómo aprovechaban ese regalo. La situación cambió hace un par de siglos en el Reino de Hauttlunn.

Una hermosa mujer de cabello negro y ojos rasgados amaba tanto a su compañero, un hombre que se le comparaba en belleza, que tenía miedo de estar lejos suyo por un momento; entonces devoró su corazón. No era una metáfora, ella lo sacó del pecho de él, Lewin incluso la imaginó chupando sus dedos llenos de líquido rojo con satisfacción.



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En el texto hay: bl, transmigracion, multiples mundos

Editado: 15.04.2024

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