Dos noches después al día que hicieron la promesa, Lewin planeó informarle a Elís sobre su partida al imperio. No podían llevar muchas cosas con ellos, al menos en apariencia, así que su hermano debía preparar una maleta con las cosas más indispensables, que en este lugar era sólo ropa y quizás comida. El resto de las cosas no importaban demasiado ya que él las llevaría en su almacenamiento.
—¿Por qué tienes esa cara? —le preguntó el niño bajo la tenue lumbre del candil.
Aunque Lewin confiaba en que Elís no se negaría a su propuesta de partir, ¿cuál sería su excusa para convencerlo? El niño podría no comprender lo complejo que resulta el problema en el que se encuentra, él tenía una corta edad cuando fue salvado a través de la vida de su otra mitad, sin embargo, seguía siendo alguien con sus propios pensamientos, por lo que tenía la obligación de dar una explicación razonable ante la mudanza inesperada.
Había aplazado la conversación hasta este momento porque simplemente no se le ocurría nada, así que al final decidió insinuar que sólo irían de visita y después, cuando fuera el momento adecuado, le diría la verdad.
La noche siguiente era cuando Lewin acordó encontrarse con Gae a la entrada del bosque, luego de que ambos recibieran el símbolo de sangre sólo tendrían que esperar a que Gae terminara con su misión y luego partirían al imperio. El itinerario había sido cuidadosamente considerado, por lo que no debería haber ningún problema. Todo saldrá bien, pensó. Hasta ese momento, ninguna sensación de crisis le había advertido sobre el caótico siguiente día.
—No es nada —contestó a su pregunta con movimientos fluidos de sus dedos—. ¿Sabes algo sobre el Imperio de Lumdule?
Un brillo de comprensión apareció en el rostro de Elís, pero debido a las sombras y su posición en la cama, Lewin no lo notó.
—Lumdule… Es famosa por la fuerza de su ejército y su iglesia de Luzz—respondió el niño con brevedad.
Lewin asintió y como si se le ocurriera de repente sugirió:
—¿Qué te parece ir allá? Mi... amigo se ofreció a llevarnos, creo que hay muchas cosas que ver y sería divertido conocer gente nueva. ¿Qué te parece?
Con una expresión triste, Elís giró un poco la cabeza para que Lewin no notara su expresión. Sin embargo, no olvidó dar una respuesta.
—Está bien, vayamos al imperio.
Lewin suspiró aliviado porque no hubo ninguna pregunta o resistencia a partir, pensando que pronto, cuando salieran de la ciudad de Ness, vivirían los tres juntos, él, Gae y Elís, una vida relativamente tranquila igual que en los dos mundos anteriores. Una familia feliz. Se acercó al niño y lo cubrió con las mantas con cuidado. El clima todavía no era muy frío, pero era un instinto mantener abrigado a su hijo; no quería que se enfermara.
Pronto Lewin se quedó dormido, pero en donde la luz del candil no alumbraba, Elís mantenía sus ojos cerrados, aunque en realidad no podía dormir, pensando en la conversación más reciente que mantuvo con una diosa.
Lunn había dicho: “Los que dieron la espalda se esconden detrás de la mano de mi hermana. El fuego arderá para los que fueron castigados. Los que erraron serán perdonados bajo un último sacrificio en mi nombre. Mi madre pronto hablará”.
En realidad, cualquiera que escuchara las palabras literales de las diosas se sentiría confundido, Elís a veces tampoco podía descifrar muchas de sus oraciones, pero había algo que muchos no sabían y los escuchas como Elís tampoco tenían mucho interés en explicar: las voces nunca paraban.
La mayoría de las personas imaginaban que las diosas les hablaban en ocasiones a sus cuerpos sacramentales y que estos sólo las oían cuando ellas querían, pero en realidad era más como estar en una habitación junto con ellas mientras las escuchaban charlar y sólo se dirigían a ellos en ocasiones, cuando recordaban su presencia.
Al nacer, era claro que Elís no entendía nada de lo que decían, conforme fue creciendo, empezó a distinguir los matices en su forma de hablar, a qué se referían con cosas específicas y hasta descifraban cosas nuevas dentro de su vocabulario. Incluso cuando no se lo decían de forma directa, aprendió varias cosas del mundo a raíz de sus conversaciones, por ejemplo, sabía que existía Arneb y lo que estaban haciendo, también sobre los ejecutores de Luzz y, por supuesto, de su propia identidad como renegado.
El problema es que no podía decirlo, porque las diosas prohibieron de forma directa el que contara acerca de sus discusiones ociosas. Entonces, aunque ellas veían todo lo que sucedía en Ness y el resto del mundo, dejaron que todo fluyera, tanto por falta de interés como porque estaban esperando la orden de Korah para intervenir.
Así que Elís supo de inmediato lo que Lunn le estaba advirtiendo, además del doble sentido de varias de sus oraciones.
La primera, los que dieron la espalda se esconden detrás de la mano de mi hermana, no sólo se refería a que Arneb, quienes querían deshacerse de la influencia de las diosas, escondía sus crímenes tras los castigos que aplicaban los ejecutores de Luzz, sino que la susodicha estaba protegiendo a Arneb, autorizando sus acciones.
El fuego arderá para los que fueron castigados, hablaba de los Ko-a y eso era lo que ponía más ansioso a Elís en este momento; más que nada porque el fuego que mencionaba Lunn podía ser real o metafórico. ¿Significaba que ellos se quemarán o que lo que simbolizaban como familia desaparecería? ¿Un fuego que consume o un fuego que congracia? Si era lo primero, ¿entonces cuándo y cómo pasaría? Debería advertirle a su familia, pero no podía. Si fuera lo segundo, entonces no habría mayor problema, era de hecho bueno porque ya no tendrían que cargar con el peso de los errores de sus antepasados.