Aunque Lewin se sintió bastante salvaje haciendo algo ilegal antes de que estallara el apocalipsis, en realidad fue bastante recatado. ¿Se imaginan saber que dentro de una semana toda la población sobreviviente iba a saquear hasta la última cosa funcional, pero terminarás en prisión si descubren que lo tomaste ahora?
Entonces, primero fue a una de las tiendas de ropa y calzado. Con la excusa de probarse algunas prendas en los probadores, pudo guardar todo en su espacio de almacenamiento sin preocupación de las cámaras de seguridad, ojos indiscretos u otro factor que pudiera delatar su robo. Así, el primer día, su suministro de ropa había crecido de forma significativa, aunque no demasiado asombrosa.
El segundo día lo dedicó a los alimentos de larga duración, como enlatados o similares. También fue sencillo en términos relativos, ya que solo enviaba a su espacio los productos colocados al fondo de los anaqueles, aquellos que uno veía con dificultad. En su tercer destino quiso correr más riesgos, solo porque estaba aburrido, e ir a un concesionario de automóviles o quizá a una bodega de alimentos frescos, sin embargo, antes de que siquiera se hubiera levantado de su cama, el timbre de su departamento sonó.
Lewin estaba confundido sobre quién podría ser, ya que la madre del contratista murió hace un par de años y su padre no salía del centro de investigación en el que trabajaba, no debería ser familia, también le parecía difícil que fueran amigos ya que era horario de clases. Con dudas en su mente, se asomó por la mirilla. Un joven de cabellos tintados en diversos colores bastante llamativos estaba frente a su puerta.
Solo por su apariencia, con el uniforme arrugado y luciendo una sudadera americana de colores chirriantes, nadie apostaría porque fuera un estudiante modelo ni mucho menos. Pero Lewin buscó en los recuerdos de Cai LiWen y supo que las apariencias eran bastante engañosas: frente a él se encontraba el estudiante número uno de la mejor preparatoria en la provincia S, aunque también era el matón y sin vergüenza que más dolores de cabeza les daba a los profesores.
—Ah’ Yu —saludó con una sonrisa después de abrir la puerta, igual a como haría el contratista.
El otro no respondió, entrando con familiaridad y dejándose caer en el sofá de la sala de estar.
—Fuego —dijo con simpleza mientras sacaba un cigarrillo de la bolsa de sus nada cuidados pantalones escolares.
Lewin alzó una ceja con extrañeza. Según los recuerdos del contratista, él y Gu Yu eran buenos amigos, ¿por qué sentía que lo trataba como subordinado? Aunque no se detuvo a reflexionar sobre este asunto y solo señaló a la mesita frente al chico, no pensaba encenderlo por él.
Bai Yu no le tomó importancia y se despachó por su cuenta.
—No has ido a la escuela en toda la semana —escupió junto a una bocanada de humo.
Cuando Lewin llegó a este mundo era la madrugada de un lunes, ahora ya era miércoles y, por la hora, debería haberse perdido el estudio matutino y la primera clase de la mañana. Era probable que su visitante inesperado haya escapado de la escuela en algún momento entre esas dos actividades.
—¿Por qué? —continuó Bai Yu, desde que llegó, no lo había mirado a la cara—. ¿Es por lo que te dije o hice? Si es así…
No terminó su diálogo, no obstante, Lewin no tenía idea de a qué podía referirse, solo respondió por lo que sabía al compartir los recuerdos y emociones de Cai LiWen.
—No tiene nada que ver contigo. No sé de qué hablas, pero la razón por la que falté… Es complicado, no tiene nada que ver contigo.
Lewin no sabía si debería o no avisar acerca del apocalipsis, podrían tomarlo como un loco, así que primero decidió probar por la remota posibilidad de que Bai Yu fuera su amante, en caso de que sí, estaba seguro de poder convencer al otro. Entonces, en un movimiento natural se sentó al lado del otro y, como si no se diera cuenta o fuera una acción inconsciente, colocó su mano sobre la del otro por un segundo, esperando aquel tintineo familiar.
No hubo nada.
Se decepcionó un poco ya que tendría que seguir buscando, pero también suspiró aliviado porque no sería necesario enseñarle modales o nociones básicas de estilo. Lewin disfrazó su toque dando palmadas en la mano de Bai Yu y, como un anciano sabio, lo miró a los ojos.
—Ya no fumes, es malo para la salud —dijo y se puso de pie.
Perdió por completo el brillo en la mirada del otro, primero conmocionado, esperanzado, ansioso, confundido y, al final, decepcionado. Bai Yu agachó la cabeza para ocultar su frustración y se rió como si hubiera escuchado un gran chiste.
—¿Entonces por qué faltaste? —encarriló el tema de conversación, no queriendo hablar de sus vicios.
—No tenía ganas —se excusó Lewin con un encogimiento de hombros.
Todavía faltaban cinco días para el apocalipsis, después encontraría la forma de advertir al otro, era lo mínimo que podía hacer ya que el contratista valoraba mucho esta amistad.
—Bueno —dijo Bai Yu como si no le importara para empezar.
El lugar se quedó en silencio, Lewin no supo qué más decir.
—Quieres…
—¿Por qué no..?