Desde la ventana podía ver la luna llena que colgaba alto en el cielo y el resplandor de las pocas estrellas visibles en la ciudad. Era una noche tranquila, tan común como cualquier otra, pero a Penny le pareció que estaba dentro de un sueño.
Cuando el banquete terminó, bajó con Artur en sus brazos, procurando mezclarse entre la multitud porque temía que alguien la reconociera como la que arruinó la fiesta al hacerle saber a Joseph lo que sucedió con Zaid.
Debido a que su esposo la trató con insatisfacción después de que su hijo nació, y aunque la traía a estos eventos porque nominalmente era su esposa, ella tenía que regresar sola con el conductor cada vez; fingiendo que desconocía el adulterio del otro.
Esta vez no fue diferente. Llegó al automóvil y todo continuó con normalidad hasta que el conductor chocó de forma deliberada. El auto derrapó después de eso en un ángulo extraño, impactando justo del lado donde ella y Artur estaban sentados.
Pensó que morirían en esta carretera por donde casi nadie conducía. La deformación del auto le hacía imposible moverse, el conductor estaba inmóvil y Artur lloraba como rara vez sucedía. ¿La ambulancia llegaría a tiempo? Pero... ¿Cómo sabrían que tenían que venir si ninguno estaba en condiciones para llamar a emergencias?
La lluvia ligera aumentó en intensidad. Miró por la ventana, dispuesta a tomar cualquier decisión, por peligrosa que fuera, para salvar a su hijo; fue entonces cuando la suerte actuó de forma inesperada. Un hombre que pasaba en su motocicleta vio la escena y se detuvo.
Antes de desmayarse por la certeza inexplicable de que ahora estarían bien, Penny vio al hombre quitarse el caso y cepillar su cabellera roja con una mano mientras llamaba a emergencias con la otra.
Ahí comenzó lo que, de no ser por el dolor persistente en algunas partes de su cuerpo, habría jurado que era un sueño.
Cuando abrió los ojos, lo primero que hizo fue comprobar que su hijo estaba bien: el pequeño estaba intacto, ya que lo protegió con su cuerpo. Por lo tanto, Artur estaba sentado en un sillón junto a su cama y la miraba con atención. Correspondió la sonrisa de su hijo y por fin se permitió escuchar los gritos que provenían del pasillo.
—¿El accidente? ¿Crees que la gente es estúpida? ¡Esos moretones tienen más de unas horas! ¡Y las cicatrices...! —recriminó la voz desconocida de un hombre.
—¡¿Y a ti qué te importa?! —espetó con más fuerza otro, a quien Penny reconoció enseguida no solo por su tono de voz, sino por sus palabras—. ¡¿Esa perra se arrastró hacia ti ahora?! ¿¡Cuántas...!?
¡Pum! El sonido nítido de un puñetazo cortó las palabras de su esposo. Penny sintió un escalofrío y el miedo la hizo encoger sus hombros de manera inconsciente; cuando recordó que Artur la seguía viendo le dirigió una sonrisa tranquilizadora, pero el niño miró el piso con calma, como si no entendiera lo que sucedía y tampoco le preocupara saber.
¡Pam! Alguien empujó la puerta desde el exterior.
—¡Genial! ¡Estás despierta! —bufó su esposo sin molestarse en fingir alivio—. ¡Nos vamos a casa!
Vio que la comisura de su labio estaba hinchada y no se atrevió a negarse, pero tampoco quiso estar de acuerdo. Será como esa vez, recordó aturdida la ocasión en que el hombre fue a un bar a divertirse y terminó siendo golpeado en una pelea porque molestó a la chica de alguien, al final la furia fue redirigida hacia Penny.
—¡Imposible! El doctor no puede dar el alta todavía —dijo una segunda persona que entraba a la habitación. Aunque su tono era alto y cargado de enojo, no gritaba como su esposo.
Cuando lo vio, Penny se dio cuenta de que era el que iba en la moto, el que los ayudó. Sin darse cuenta, relajó los músculos que se habían contraído para soportar el dolor de los golpes de su esposo por reflejo.
—Gracias —habló, olvidando su natural timidez. Esta vez le debía su vida al hombre pelirrojo, más aún, la de Artur.
—¡Todavía eres una puta descarada! —regañó esposo—. ¡Seguridad! ¡¿Qué hace este extraño en la habitación de mi esposa?!
Al ver que el hombre no se avergonzaba de gritar a todas partes y armar un escándalo, Josh frunció el ceño. Si fuera cualquier otra situación irrazonable que no le afectaba en absoluto, se habría ido de este lugar, pues ya había cumplido con su responsabilidad social y moral al llamar a emergencias y asegurarse que los heridos estuvieran a salvo en el hospital.
No obstante, para él esta era una situación especial. Cuando una mujer sufría violencia a manos de su pareja, se sentía involucrado emocionalmente, porque no olvidaba que fue eso lo que mató a su madre. Era un niño impotente antes y no pudo salvar a la mujer que le dio la vida, pero ahora podía usar ese mismo arrepentimiento para hacer lo que estaba en sus capacidades y evitar que otra mujer sintiera que no había más camino que quedarse callada y soportar.
Entonces ignoró los bramidos del hombre que tenía la desvergüenza de llamarse esposo de la mujer en la cama del hospital.
—Toma —dijo mientras le ofrecía una tarjeta de ayuda social especializada para casos como el de ella—. Llama cuando te sientas lista. Por el momento, no salgas del hospital hasta que estés recuperada. Ni siquiera él se atrevería a hacerte algo con tantos testigos.