Entonces te olvidé

Especial 1

El secreto de 2-2

En el sector este del cosmos, existe un mundo de grado cósmico 3 con una capacidad de conducción etérea que llega a 1.999. Una Tierra Superior; la 515 de su clase en aparecer. Su nombre en clave es 3(1.999)-este-515; nombre distintivo: Reyha.

En Reyha, hay un viejo mito, que es incluso más antiguo que su luna más joven: la serpiente que nació de las estrellas.

La leyenda dice que antes había un sol unitario que no alcanzaba para la supervivencia de los humanos en el mundo, entonces, los ancestros rezaron hasta la muerte para que la Diosa, Reyha, los bendijera con la luz y los protegiera de las tres criaturas oscuras supremas: las sirenas, los elfos y los dragones. Entonces, Reyha atrajo a tres estrellas divinas y de ellas extrajo un ser muy especial: una serpiente tan grande que puede darle tres vueltas al mundo con la longitud de su cuerpo, tan poderosa que podía atar a la estrella principal con su cola para que no se alejara del mundo, tan sublime que contiene los secretos del universo en sus ojos.

Sin embargo, esto era, después de todo, solo una leyenda.

Lo único cierto de ella era la existencia de Shesh. La gran serpiente que una vez trajo paz a la humanidad en la lucha contra las criaturas oscuras; el poderoso semidiós que expió a las criaturas de su oscuridad y engendró las nuevas especies de elfos, sirenas y dragones.

¿Quién diría que un ser tan magnífico sería reducido a un inútil conejo, su presa natural, y subordinado a una insulsa cadena de datos?

Por eso, porque nadie jamás lo podría adivinar, el origen de 2-2 era su secreto mejor guardado.

Cuando el huevo del que Shesh nació eclosionó, sus padres, dos poderosos dragones oscuros, lo repudiaron. ¡Sin alas! ¡Sin patas! ¡Con cabeza plana! ¡Sin ningún tipo de poder dracónico!

¡Era una aberración!

Los que lo engendraron se culparon el uno al otro por dar a luz a tal error, por lo que Shesh, inteligente desde que era un huevo, aprovechó ese momento para escapar.

Se crió a sí mismo y, cuando tuvo la edad suficiente, ¡ocupó su cuerpo de treinta metros de largo para estrangular a un dragón hasta la muerte!

Mientras consumía la esencia del dragón, que en términos modernos sería su madre, conoció a su primer humano. El hombre corrió despavorido cuando lo vio, guiando sin saber a Shesh hasta una humilde aldea que apenas producía para su subsistencia.

La gran serpiente, siempre amable con los más débiles, ayudó con curiosidad a esos estúpidos seres a alejar a las criaturas oscuras hasta que se convirtieron en una población próspera, los observó cuando formaron una gran ciudad e incluso los siguió mientras se expandían en varios reinos. Quizás porque estaban acostumbrados al frío cuerpo del reptil proyectando su sombra por las noches, los humanos nunca temieron a Shesh y, en cambio, lo adoraron como a un dios. Pero solo fue hasta que comenzó la guerra contra las criaturas oscuras que la gran serpiente se volvió tan poderosa como uno, quedando inmortalizado en una leyenda.

La serpiente que nació de las estrellas.

En realidad, Shesh no nació de ellas y su cuerpo tampoco era tan largo como para atarlas a la tierra, pero sí se alimentaba de la oscuridad, haciendo el cielo más brillante, y una vez ocupó su poder para volar y le dio tres vueltas al mundo; en ese momento, sus profundos ojos negros reflejaron la inmensidad del cosmos. Los mitos tenían algo de verdad en ellos.

Pasaron milenios desde su nacimiento hasta que se inmortalizó en la guerra y vivió otro par de siglos de paz, luego cometió un error tan estúpido como los que siempre criticaba en los humanos: se enamoró.

Era tan viejo y diferente a ella, ¿cómo se atrevería a confesar sus sentimientos? Así que vio a la humana crecer, madurar y formar su propia familia. La mujer envejeció con los años y Shesh, que siempre la siguió en silencio, lo único que no estaba dispuesto a hacer era verla morir. Sin embargo, la muerte es un proceso natural inevitable, no importaba cuántos trucos utilizara para eludirla, al final llegaría ese momento.

Entonces, Shesh se tragó su orgullo e hizo un pacto con el Etéreo que gobernaba el mundo, Reyha. El pacto era muy simple. Ya que no podía impedir la muerte de su amada y no tenía la voluntad de presenciarla, Shesh también quería morir. Pensó que al menos la tumba era un lugar en el que sí podrían permanecer juntos.

No obstante, se había vuelto tan poderoso que, como semidiós, no podía morir o ser asesinado solo porque lo quisiera.  Reyha solo pudo sellar su poder y conciencia en una roca.

Con el tiempo, dijo la Etérea, el poder de tu alma en esta roca se desvanecerá y, cuando eso pase, tu conciencia dormida no volverá a despertar jamás. Eso era lo más parecido a la muerte que podía obtener.

Shesh estaba listo para que eso sucediera. Pero, para su desconcierto, un joven moribundo de piel quemada despertó su conciencia apenas un par de milenios después, enlazando su alma con un hechizo de sangre.

—Soy G'Hässan, tienes que ayudarme —rogó el joven que no tenía más que piel y huesos, ocupando su último aliento.

Era una figura bastante lamentable.



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En el texto hay: bl, transmigracion, multiples mundos

Editado: 15.04.2024

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