SIGM-P
—Shesh. Me llamo... Shesh.
El nombre se sentía oxidado. Lejano. Como si, después de tanto, ya no le perteneciera; mas ese era él. Ese fue.
—Bien, te analizaremos ahora —dijo una voz ronca, profunda y casi siseante.
Shesh descubrió que quien habló se trataba de una persona que sin duda no era un humano. Su cuerpo tenía una tez azul y, aunque era humanoide, su rostro poseía tres ojos en posición de triángulo, cuya forma era también uno, pero invertido; además, Shesh descubrió la razón por la que su voz llevaba un sonido tan extraño: el ser no tenía orificios respiratorios, sino una especie de respirador conectado a su espalda. Y aunque esas características despertaban su curiosidad por lo diferente, Shesh estaba más interesado por la falta de pelo del sujeto y la apariencia escamosa que lo cubría, lo que le recordaba a su propia especie, pero pudo notar que era en realidad otro tipo de tejido dérmico, algo más flexible y resistente que las escamas.
Era una especie diferente a todas las que había conocido en su mundo de origen, sin embargo, más tarde Shesh descubrió que era de la misma raza en la que ahora se clasificaba G'Hässan: un ser etéreo.
De repente, el cuerpo esponjoso en el que estaba se esfumó y su conciencia regresó a la roca que lo contenía desde que hizo un trato con Reyha.
—Interesante. Este pequeño alguna vez fue un semidiós, con un poco de suerte, se habría convertido en un ser divino —explicó el sujeto azulado—. Debido a que el poder se estaba disipando, ahora está atado a la piedra, lo que la vuelve un recurso etéreo valioso. Puede optar por enviarla al Departamento de Tesorería y obtener grandes beneficios o conservarla hasta que puedas hacer uso de ella de alguna forma, integrarla en un sistema o un arma, por ejemplo.
—Yo... —dudó G'Hässan—. ¿Dijiste que podría ingresar a cualquier mundo en cualquier tiempo si alcanzo el rango 10?
—Mientras acumules los puntos suficientes para tramitar un permiso.
—¿Y cuántos puntos...?
—Ni siquiera lo pienses —cortó su especulación el extraño ser—. Son demasiados para que un joven trotamundo como tú los alcance, ni con cientos de estas piedras podrías acumularlos, pero... ¿Por qué lo preguntas? —cuestionó sin disimular su curiosidad.
—Es complicado. La persona de la que te hablé...
—¡Oh, no! —volvió a interrumpir sin piedad—. De hecho, el tiempo y el espacio no son un inconveniente, sin embargo, lo que estás pensando es imposible.
—¿Por qué? —inquirió G'Hässan con un tono que sonaba un poco irritado.
—No sé qué estás planeando, pero los romances entre trotamundos siempre terminan mal. Siempre. No importa cuánto se amen ahora... Acaba mal —agregó lo último con un murmullo dirigido más a sí mismo.
G'Hässan se quedó en silencio por un rato y, a pesar de su indisposición y deseo de refutar, solo pudo estar de acuerdo, tomando la decisión que le parecía más lógica.
—Entonces me quedaré con la piedra, es un tesoro familiar.
—Como quieras —dijo el otro con indiferencia y lo instó a salir del lugar.
Shesh, que había escuchado su intercambio sin comprender, intentó comunicarse como tantas otras veces hizo mientras G'Hässan era mortal.
«¿Cuánto tiempo dormí?»
—No sé. ¿Hace cuánto te dormiste?
«Lo último que recuerdo es que cerré los ojos en el momento en que moriste, te veías mucho mayor que en este momento. Después de eso, me encontraba aquí».
—Eso... —G'Hässan, pese a su asombro, le dio una respuesta sincera—. Eso fue hace demasiado tiempo.
«Ya veo...».
—...
«Entonces, ¿eres el mismo Shesh de las leyendas de Reyha?»
«... Sí», respondió riendo con amargura.
Shesh, el semidiós. Ahora era solo Shesh, alguien que pasó milenios rondando la inexistencia mientras acompañaba a G'Hässan en silencio durante sus misiones. Hasta que mucho, muchísimo, después, llegó a manos de la persona que le robaba los latidos al mismo G'Hässan.
No podía comunicarse con él. Solo observó en silencio cómo el joven demacrado recorría la habitación de manera histérica. Caminando, murmurando, arrojando cosas, rompiendo y pegando. Si no fuera porque lo había visto en un par de ocasiones anteriores, sospecharía que se trataba de un demente.
—Sí, esto es...
Como si hubiera encontrado por fin lo que estaba buscando, el joven, Lewin, lo sujetó y colocó la piedra en una placa cuya estructura Shesh desconocía.
Una luz brillante de color dorado surgió de la placa y rodeo la roca en el centro, entonces el cuerpo que no podía materializar por su cuenta apareció.
—¿Un conejo? —soltó Lewin asombrado. El estado frenético en el que se encontraba incluso retrocedió un poco.
No obstante, la siguiente pregunta de Shesh lo hizo volver al borde del colapso.
—¿Dónde está G'Hässan? ¿Por qué tienes sus cosas contigo?