Evan Lark estaba acostumbrado a escuchar la palabra "desperdicio" desde que entró a ese maldito mundo artificial, pero eso le importaba una mierda. Para él, todas las personas ahí no eran más que sombras de lo que un alma real debería ser, productos falsificados puestos en circulación para mantener activa la energía etérea contenida en la masa terrestre, nutriendo las entrañas de la creación más maravillosa y compleja que los Trotamundos pudieron imitar de los Etéreos.
Crear vida y materia a partir de la nada era una habilidad considerada exclusiva de los Etéreos Mayores y algunos Etéreos Menores, sin embargo, ellos lograron la hazaña de dar a luz un mundo aunque se suponía irrepetible. La desventaja y lo que los volvía distintos de los mundos creados bajo el seno divino de los Primigenios es que los mundos artificiales dependían por completo de la existencia de cierta cantidad de almas registradas en su núcleo y de un sello que las mantuviera atadas a él. Si ese sello llegara a romperse, las almas serían liberadas para entrar al eterno ciclo del fénix, de muertes y reencarnaciones por las que todo ser mortal debe pasar antes de alcanzar un estado superior; entonces, el mundo artificial colapsaría.
El CAE trabajó incontables revoluciones cósmicas para poder imitar la creación de un mundo, sin embargo, este éxito solo podía ser considerado un plan de contingencia en caso de que el curso universal peligrara por el fracaso de la evolución de un mundo. Por ello, existían muy pocos mundos artificiales. No solo eran pocos, sino que su listado, la información relevante, el acceso a ellos y cualquier otra forma de interacción por parte de los trotamundos estaba extremadamente controlada, por no decir restringida.
A pesar de este alto nivel de sincretismo, Pawel Gorski, el alma que ahora ocupaba la identidad de Evan Lark, estaba al tanto de algunos detalles sobre los mundos artificiales que el CAE mantenía bajo su cuidado y control.
Esos mundos no incluían uno cuyo núcleo se hallara en un torre. No solo no había datos sobre el mundo artificial en el que se encontraban, sino que la conexión con las sedes a través del sistema central se había alterado desde que llegó a ese lugar.
Saber esto, sin embargo, no le daba ninguna ventaja. En realidad, lo había perjudicado, porque en cuanto fue consciente de que se hallaba en un terreno potencialmente hostil o criminal, no podía fingir que tenía todo bajo control. Y en ese momento más que nunca se percató de que su misión personal por perseguir y convencer al que él consideraba el amor de su vida se había trastornado, mezclándose con la posibilidad improbable de que un simple viajero condenado al vacío volviera a existir, enredándose con el trotamundo de rango bajo más psicópata que jamás había existido; pero también estaba la duda.
Empezó a cuestionar sus decisiones, su lealtad y la confianza que había tenido sobre lo que sentía por Lewin. Cuestionar sus acciones presentes y pasadas lo habían colocado en una situación desesperada. Los bucles de tiempo antes de que pudiera salir de este mundo artificial no solo afectaron a las almas enlazadas con su núcleo, sino que lo restringían también a él; por eso, en cuanto descubrió que Lewin al fin había entrado al mundo a través de las pocas fuentes de información que consiguió, casi no pudo controlarse.
Necesitaba verlo una vez. Mirarlo a los ojos y confirmar si el amor que creía sentir era solo una ilusión alimentada por la culpa o había algo de verdad en ese sentimiento que había crecido tan retorcido desde que eran mortales y que ahora como trotamundos no hacía más que envenenar su alma de locura por aquello que perdió y no pudo dejar ir.
Por eso buscó al dragón, porque escuchó que no había nada que Lewin deseara más en este mundo que encontrar a ese reptil cerúleo. Para él, Pawel Gorski, no fue tan difícil, pues hubo un tiempo atrás, en un pasado tan distante que ahora era imposible llegar a él, en el que obtuvo un título capaz de conectarlo con la misteriosa consciencia de las criaturas míticas conocidas como dragones. Verdugo del Sabio.
Un verdugo castiga, es un asesino, pero sobre todo, es el que ejecuta; alguien que actúa bajo las órdenes de un tirano. No obstante, no es el que ordena sino el que mata el que conecta por última vez su mirada con la víctima que perecerá bajo su mano. De ahí venía su título y poder, de la mirada inextricable que le dirigió el Rey de los Dragones que descendió en ese mundo moribundo, de los misterios que El Sabio, se llevaría a la tumba; sobre todo, del mensaje de perdón y respeto que solo un ser que sabe puede dar a su propio asesino.
Pawel Gorski nunca había utilizado la habilidad que le confería ese título, pues nunca más había visto o entrado a un mundo con dragones, por eso le sorprendió que, después de activarla, no fuera el miedo o la furia lo que lo conectaría a la mente de un dragón, sino eso que sintió el Sabio por él mientras moría. Piedad.
Así pudo ver al reptil cerúleo que descansaba en las ruinas del castillo de lo que alguna vez fue un impresionante palacio. Lo que no esperaba era que la noticia de su ubicación se difundiera incluso antes de que él lo solicitara a sus subordinados. Cuando se adentró a las runias, no fue un dragón lo que encontró, sino a un hombre de pelo negro y ojos amarillos que en este mundo se hacía llamar Yian Dellos, pero Pawel sabía que su nombre real era Y'ia Hell.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está el dragón? —cuestionó de inmediato con el ceño fruncido.