Entre acero y destino.

Tormenta y fuego

Capítulo 6:

El caballo se detuvo bruscamente frente a la cabaña de Ingrid, levantando un torbellino de nieve.

Astrid apenas respiraba del cansancio, el cabello se le pegaba al rostro por el sudor y el frío, y su corazón latía como un tambor de guerra.

Saltó del animal y corrió hacia la puerta, gritando:

—¡Ingrid! ¡ayúdeme! ¡Kael está herido!

Empujó la puerta con fuerza. Dentro, el fuego crepitaba en el hogar, y el aroma a hierbas medicinales llenaba el ambiente.

Pero no era solo Ingrid quien estaba allí.

Slava, la mujer de ojos oscuros y gesto altivo, estaba de pie junto al fuego, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba sospecha con triunfo.

Sus labios se curvaron en una sonrisa helada al ver a Astrid.

—Vaya sorpresa… —murmuró, dando un paso al frente—. Así que la princesa perdida decidió volver, ¿eh?

Astrid, jadeante, apenas podía responder.

—No tengo tiempo para tus insinuaciones, él está herido… necesito ayuda.

Slava la miró con desprecio.

—¿Y por qué debería ayudarte? ¿Qué hace una princesa entre nosotros? ¿Qué es lo que tramas?

Su voz subió de tono, cargada de celos y rabia contenida.

Astrid retrocedió un paso, intentando mantener la compostura.

Pero justo cuando Svala estaba por decir algo más, Ingrid golpeó la mesa con el puño.

—¡Basta ya, Slava! —tronó su voz grave—. No es momento de disputas. Lo importante ahora es que Kael siga con vida.

Svala giró hacia ella con furia.

—¿Y desde cuándo te importa tanto lo que le ocurra a Kael si lo estás escondiendo con esta… traidora?

Ingrid avanzó un paso, su mirada severa como el invierno.

—Desde que soy lo bastante sabia para saber que no podemos quedarnos sin líder —dijo—. Sin Kael, este clan se desmoronará.

Y justo entonces, un sonido rasgó el silencio.

Desde la entrada, una voz ronca susurró con dificultad:

—…Astrid…

Las tres voltearon al mismo tiempo.

Kael estaba en el umbral, pálido como la nieve, con la mano presionando su herida.

Dio un paso, tambaleó… y se desplomó pesadamente sobre el suelo de madera.

—¡Kael! —gritó Astrid, corriendo hacia él.

Pero Svala se interpuso bruscamente, empujándola con violencia.

—¡No te atrevas a tocarlo! ¡Ya has hecho suficiente!

Astrid cayó de rodillas, mirándola con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Solo quiero ayudar!

Ingrid, furiosa, alzó la voz con una autoridad que ni la propia Svala pudo desafiar.

—¡Fuera de mi cabaña, Svala! —ordenó con firmeza—. No necesito más problemas aquí. Ya basta con que Kael esté entre la vida y la muerte.

Svala apretó los puños, temblando de rabia.

—Esto es culpa de ella —dijo, señalando a Astrid—. Todo esto es culpa de esa maldita princesa.

—¡Fuera! —repitió Ingrid, y su tono no dejó lugar a réplica.

La mujer de mirada oscura y cabello trenzado la fulminó con la mirada y, sin decir más, salió furiosa, golpeando la puerta tras de sí.

Ingrid y Astrid se arrodillaron junto a Kael.

La anciana trabajó con rapidez, cortando la tela alrededor de la herida.

—Ayúdame a sujetarlo —ordenó con calma.

Astrid lo sostuvo con cuidado, sintiendo su respiración agitada contra su brazo.

Kael gemía entre dientes, la fiebre empezaba a apoderarse de él.

—Por todos los guerreros… —susurró Ingrid al ver el color de la herida—. Espero que esa flecha no estuviese envenenada.

La anciana molió hierbas en un cuenco y las aplicó sobre la piel. El aroma fuerte a menta y corteza llenó el aire.

Luego, envolvió el brazo del guerrero con vendas limpias y colocó un paño húmedo sobre su frente.

Astrid no se movía.

Sus manos temblaban, pero su mirada no se apartaba del rostro de Kael.

Cada respiración suya era un pequeño consuelo.

—Descansa, muchacho —murmuró Ingrid—. Has luchado bastante por hoy.

La noche cayó, y la tormenta rugía afuera.

El viento aullaba entre las rendijas de la madera, pero dentro, solo se oía el crepitar del fuego.

Astrid permanecía sentada junto a la cama, sin dormir.

Su vestido estaba manchado de sangre, sus manos frías, pero no se movía.

De vez en cuando, le acomodaba la manta, o mojaba el paño con agua fresca.

Ingrid la observaba desde la mesa, en silencio.

Sabía que algo había cambiado.

La princesa no era como su padre.

Y quizás, por primera vez en mucho tiempo, Kael había encontrado algo más que odio en los ojos de alguien del otro lado.

—Duerme un poco, niña —susurró la anciana, antes de retirarse a su rincón—. Él estará bien.

Astrid asintió, aunque no lo hizo.

Poco a poco, el cansancio la venció, y su cabeza se inclinó sobre el borde de la cama, quedando dormida junto a Kael, con su mano aún sobre la de él.

Cuando la primera luz del alba se filtró entre las rendijas, Kael abrió los ojos.

El dolor en su brazo era punzante, pero soportable.

Parpadeó, intentando enfocar la vista.

Y entonces la vio.

Astrid, dormida junto a él, con el rostro sereno y una mecha de cabello cayéndole sobre la mejilla.

Su mano, aún entrelazada con la suya.

Kael la observó en silencio, y algo dentro de él —esa parte que había jurado mantener endurecida— se estremeció.

Era la primera vez en años que sentía paz.

Una paz que no provenía del acero, sino de la presencia de aquella mujer que el destino le había puesto en el camino.

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Ahhhhh (gritos de loca) yo ya me enamoré jajaja amo de verdad esta historia me encanta como estos dos tienen esa química que es inevitable ignorar, y Kael ya está cayendo redondito con Astrid ay no sé ustedes pero yo quiero maratón, quien dijo yo? Jeje




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