Entre acero y destino.

Bajo la nieve y el silencio

Capítulo 8:

La noche había caído sobre el valle, cubriendo las cabañas con un manto blanco.

El fuego dentro de la choza de Ingrid parpadeaba con suavidad, lanzando destellos anaranjados que se reflejaban en el rostro de Kael.

Había pasado el día entero en reposo, aunque a su manera: impaciente, incómodo, con la mirada fija en la puerta como si algo dentro de él lo llamara a salir.

Astrid lo observaba desde un rincón, preparando una infusión.

—Deberías descansar —dijo en tono sereno—. Ingrid dijo que si te esfuerzas demasiado la herida podría abrirse de nuevo.

Kael se incorporó lentamente, ignorando el dolor que cruzó su brazo.

—Ya he descansado suficiente. —Su voz sonó firme, aunque la respiración delataba el esfuerzo—. No puedo seguir aquí sin hacer nada.

—No es “nada”, es recuperarte —insistió Astrid, dando un paso hacia él—. No eres menos guerrero por necesitar tiempo para sanar.

Kael la miró de reojo, con una sonrisa apenas perceptible.

—Un líder no se permite la debilidad, princesa. Si mis hombres me vieran así, perderían la fe en mí.

Astrid apretó los labios, frustrada.

—Esa herida podría infectarse si no descansas.

—Entonces tendrás que asegurarte de que no lo haga —respondió él, abriendo la puerta y dejando entrar una ráfaga de aire helado.

Se giró hacia ella, sus ojos grises reflejando el brillo de la luna—. Acompáñame a caminar.

Astrid iba a protestar, pero Ingrid, desde la mesa donde trituraba unas hierbas, le hizo un gesto con la cabeza.

—Ve con él, muchacha —dijo en voz baja—. A veces, hablar cura más que cualquier ungüento.

Astrid asintió, tomó su capa y siguió a Kael fuera de la cabaña.

El bosque dormía bajo un manto de nieve.

La luna, alta y redonda, derramaba su luz sobre los árboles.

Sus pasos crujían suavemente sobre el suelo helado mientras el aire frío dibujaba pequeñas nubes frente a sus rostros.

Durante un largo rato, ninguno habló.

Pero el silencio no era incómodo; al contrario, se sentía cómodo, como si ambos compartieran un mismo pensamiento sin necesidad de palabras.

De pronto, Kael habló, su voz más suave de lo habitual.

—Mi aldea no siempre fue así… —murmuró, mirando el horizonte—. Hubo un tiempo en que las risas se oían desde las colinas.

Mi madre cantaba al amanecer, sobre poemas muy antiguos y los lobos que custodian las montañas.

Mi padre traía leña cada mañana, y el olor a pino fresco llenaba todo el campamento.

Una sonrisa, breve y sincera, apareció en su rostro.

—Mi hermano y yo solíamos correr por entre los árboles, imaginando que algún día seríamos guerreros. Él siempre me ganaba.

Astrid lo escuchaba con atención, conmovida por el brillo que adquirían sus ojos al hablar.

Pero entonces su voz cambió.

—Y un día, el cielo dejó de cantar. Los hombres de tu padre cruzaron las montañas. Quemaron los hogares, se llevaron a los nuestros. Todo se apagó. Mi hermano murió intentando defender a los ancianos. Mi madre… —hizo una pausa, trémula— nunca la volvimos a encontrar.

El silencio volvió, pesado, denso.

Astrid bajó la mirada, sintiendo cómo las lágrimas le empañaban los ojos.

—Lo siento tanto… —susurró con un hilo de voz—. Nunca imaginé que mi padre había hecho tanto daño. En el castillo siempre hablan de su gloria y poder, de sus victorias… pero nunca pensé que esa gloria costara tantas vidas, que destruyera aquello que tanto amabas, todo lo que decía siempre es que todo lo hacía por el bien del reino y cuando escuché de tu clan siempre hablada de ustedes como una amenaza.

Kael la miró en silencio.

Una sonrisa triste curvó sus labios, y su voz se volvió un suspiro.

—Eres tan diferente a ellos… —dijo, alzando una mano y rozando con sus dedos la mejilla de ella—. ¿Acaso eres real?

Astrid sintió que el corazón le temblaba en el pecho.

Cerró los ojos ante el contacto, sin saber si era el frío o la ternura lo que hacía que su piel ardiera.

Kael la observó, y algo dentro de él se quebró.

La muralla que había construido durante años se resquebrajó bajo la pureza de esa mirada.

Sabía que no debía hacerlo. Que era peligroso. Que ella era la hija del enemigo y no podía cruzar la barrera, pero era demasiado tarde para pensar. Su razón lo había abandonado por completo.

Y en ese instante, el mundo pareció detenerse.

El viento sopló suave, la nieve cayó ligera, y Kael cruzó la línea que juró no cruzar.

Se inclinó y la besó.

El beso fue lento, contenido, casi temeroso.

Un roce que hablaba de heridas y redención, de dos almas que, sin quererlo, habían encontrado consuelo la una en la otra.

Astrid no se apartó.

Sus manos temblaron al posarse sobre su pecho, y por un momento, el frío desapareció.

Solo existían ellos, y el silencio del bosque cubierto de nieve.

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What??? Ahora si quedé mínimo con un múltiplo jajaja pero es que esto me dejó en stop yo necesito más quiero saber que pasa después y que va a hacer Kael porque esto es material bueno jeje y ustedes que piensan?




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