Capítulo 10:
El bosque estaba envuelto en un silencio denso, apenas roto por el crujir de la nieve bajo las botas de Kael.
El frío le mordía el rostro, pero no sentía nada.
Dentro de él, una tormenta mucho más violenta rugía sin descanso.
Se detuvo junto a un árbol, apoyó la frente contra el tronco y cerró los ojos.
Una avalancha de sentimientos lo golpeó con fuerza: la rabia, la confusión, la culpa… y ella.
Astrid.
Su nombre era una herida y una caricia al mismo tiempo.
—¿Qué me has hecho, princesa? —susurró con voz ronca, apretando los puños.
Por primera vez en años, Kael se sentía vulnerable.
Había luchado contra reyes, contra la nieve y el hambre… pero nunca contra sí mismo.
¿Cómo podía amar a la hija del hombre que le arrebató todo?
El viento sopló entre los árboles, trayendo consigo ecos del pasado.
Y entonces, los recuerdos lo arrastraron como una marea implacable.
Flashback
Su madre cantaba frente al fuego, su voz dulce llenando la cabaña.
Kael, apenas un niño, jugaba con su hermano mayor, riendo hasta que el cansancio los vencía.
El olor a pan recién hecho y a madera cortada lo envolvía todo.
Su padre entraba, fuerte como un roble, con los brazos cargados de leña.
Su madre sonreía, su hermano bromeaba, y él…
Él se sentía protegido, completo.
Luego, las noches de verano en el clan.
Las fogatas encendidas, las canciones, los bailes bajo la luna.
Hombres y mujeres compartiendo historias, los niños corriendo, el sonido de la vida latiendo en cada rincón.
Su gente. Su hogar.
Pero el recuerdo cambió.
Las risas se apagaron.
Las fogatas se convirtieron en ceniza.
El fuego lo devoró todo: los gritos, la sangre, la pérdida.
Recordó a su hermano cayendo con una lanza atravesando su pecho.
Recordó los ojos de su madre, llenos de miedo.
Y sobre todo, recordó las banderas del enemigo ondeando con orgullo.
El símbolo del Reino del Norte, el emblema del padre de Astrid.
Kael apretó los dientes, ahogando un grito.
El odio lo atravesó como una flecha, pero…
entre esas imágenes oscuras, una sonrisa apareció en su mente.
La sonrisa de Astrid.
Su voz suave, sus ojos claros, su compasión sincera.
La forma en que lo miraba, como si aún creyera que la paz era posible.
Y por un instante, el guerrero se quebró.
Porque dentro del caos, ella era la única luz que quedaba.
El sonido lejano de cascos sobre la nieve lo arrancó de sus pensamientos.
Kael levantó la cabeza, su instinto agudizándose.
Entre los árboles, vio las siluetas de jinetes del rey, explorando el bosque.
Sus armaduras reflejaban la luz pálida de la luna.
—No… —murmuró, sintiendo un nudo en el estómago.
Si los hombres del rey llegaban al valle y encontraban a Astrid allí, lo considerarían un secuestro.
Y el rey tendría el motivo perfecto para desatar la guerra que tanto anhelaba.
Kael sintió que la sangre le hervía en las venas.
Su corazón le pedía quedarse con ella, protegerla, esconderla si era necesario.
Pero su razón —y el deber hacia su gente— le gritaban lo contrario.
No podía arriesgar a todo su clan por un amor imposible.
Miró hacia el cielo, dejando escapar un suspiro que parecía desgarrarle el pecho.
—Debo regresarte, Astrid… aunque me cueste el alma.
Cuando volvió a la aldea, el amanecer apenas asomaba.
El humo salía de las chimeneas, la nieve crujía bajo sus botas.
Cruzó la aldea con paso rápido, ignorando las miradas curiosas, hasta llegar a la cabaña de Ingrid.
Abrió la puerta de golpe.
El fuego aún ardía, pero el interior estaba en silencio.
Ingrid levantó la vista desde una silla, su rostro arrugado reflejaba una mezcla de tristeza y resignación.
—¿Dónde está? —preguntó Kael, con la voz tensa.
Ingrid bajó la mirada.
—Se ha marchado, Kael.
El aire pareció escapársele del pecho.
—¿Qué has dicho?
—Partió antes del amanecer. Dijo que no quería causarte más problemas. —La anciana le tendió un trozo de pergamino doblado—. Me pidió que te dejara esto.
Kael tomó la carta con manos temblorosas.
El pergamino olía a ella, a jazmín y nieve.
La abrió y leyó en silencio:
“No quiero que tu gente sufra por mi culpa.
He comprendido que no hay paz posible si seguimos viviendo con miedo.
Gracias por mostrarme quién eres, por protegerme, por ver más allá de lo que soy.
No sé si volveré a verte, pero si existe el destino, cruzarán nuestros caminos otra vez.
—Astrid.”
Las palabras lo atravesaron como una lanza.
Kael apretó la carta con fuerza, su respiración agitada.
—¡Insensata! —rugió, golpeando la mesa con el puño.
Ingrid lo miró con ternura y tristeza.
—Sabes por qué lo hizo. No quería que tú sufrieras.
—Y ahora está sola —dijo él, con la voz cargada de furia y desesperación—. Sola, en un bosque lleno de cazadores y hombres del rey.
Kael se giró hacia la puerta, ajustando el cinturón de su espada con determinación.
Sus ojos, grises como el hielo, ardían con un fuego indomable.
—Voy a encontrarla —dijo con voz firme—.
La llevaré yo mismo de vuelta al castillo.
Sana y salva.
Abrió la puerta y salió, dejando que el viento helado golpeara su rostro.
El líder del clan, el guerrero implacable, había tomado su decisión.
No por deber.
No por orgullo.
Sino por algo mucho más fuerte que la guerra misma.
Por amor.
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Tengo sentimientos encontrados me da mucha rabia por el padre de Astrid, ese hombre malvado le hizo mucho daño a Kael, pobrecito mi Kael por eso digo que nunca, pero nunca debemos juzgar a alguien sin conocer su historia. Y ahora por otra parte necesito ver a Kael y Astrid juntos, no sé si sienten lo mismo que yo, pero será posible eso?