Entre acero y destino.

Entre la nieve y el miedo

Capítulo 11:

El bosque parecía infinito.

Cada paso de Astrid se hundía en la nieve, cada respiración se mezclaba con el vapor helado que escapaba de sus labios.

No sabía cuánto tiempo llevaba caminando. Solo sabía que debía seguir, que no podía detenerse… no después de todo lo que había descubierto.

El viento soplaba con fuerza, despeinando sus cabellos dorados mientras su mente era un torbellino.

Su padre.

El hombre que toda su vida había visto como un rey justo, un símbolo de honor y rectitud…

Ahora sabía la verdad.

Sabía lo que había hecho, las tierras que había arrasado, las familias que había destruido.

Entre ellas, la de Kael.

El pecho se le oprimió.

Kael…

Su nombre bastaba para hacerla temblar, no por miedo, sino por esa extraña mezcla de culpa, deseo y tristeza que la perseguía desde el día en que lo conoció.

Él había sido su enemigo, luego su salvador. Y ahora… no sabía qué era.

—Padre… tendrás que explicarme muchas cosas —murmuró con voz quebrada, mientras la nieve caía suavemente sobre sus hombros.

Siguió caminando, pero una inquietud empezó a crecerle en el pecho.

Miró a su alrededor: los árboles parecían iguales, las sombras también.

Y entonces lo notó.

Ese arbusto.

Cubierto por un manto blanco, con una pequeña piedra triangular junto a su raíz.

Ya lo había visto antes.

Astrid se detuvo, con el corazón latiendo más rápido.

—No… no puede ser.

Caminó unos metros más, giró hacia el norte, luego hacia la izquierda, pero el mismo arbusto volvió a aparecer.

Era la tercera vez.

El mismo arbusto, la misma piedra.

Estaba caminando en círculos.

Un escalofrío recorrió su espalda.

El bosque, que antes parecía un refugio silencioso, ahora era una prisión de sombras y frío.

—Tranquila… piensa, Astrid… piensa… —susurró, abrazándose a sí misma.

Pero el miedo se coló entre sus huesos.

El viento cambió de dirección, y entre los árboles se escuchó el sonido seco de una rama quebrándose.

Astrid se giró, tensa.

Nada.

Luego, otro sonido.

Y una risa.

Una risa masculina.

—¿Quién está ahí? —preguntó con voz temblorosa.

No obtuvo respuesta, pero las sombras se movieron.

De entre los árboles surgieron cuatro hombres, cubiertos con pieles y con rostros marcados por el hambre y la rudeza del invierno.

Cazadores.

Pero no de animales.

El que iba al frente la miró con una sonrisa torcida, mostrando dientes amarillentos.

—Miren lo que tenemos aquí —dijo con tono burlón—. Una dama perdida en el bosque. Qué raro hallazgo.

Astrid retrocedió un paso, tragando saliva.

—No… no quiero problemas. Solo estoy buscando el camino de regreso al valle.

—Oh, claro que lo estás, hermosa —respondió el hombre mientras se acercaba, ladeando la cabeza con una sonrisa maliciosa—. Pero un bosque tan peligroso no es lugar para una muchacha sola…

Los otros rieron con burla.

Uno de ellos se movió rápido, bloqueando su paso, mientras otro le sujetaba el brazo.

—¡Suéltame! —gritó Astrid, forcejeando.

El cazador le acarició la barbilla con los dedos ásperos.

—Qué piel tan suave… —murmuró—. No pareces una aldeana.

El asco y el miedo se mezclaron en ella, y sin pensarlo lo abofeteó con fuerza.

El golpe resonó en el aire helado.

El hombre se quedó inmóvil unos segundos, luego soltó una carcajada amarga.

—Tiene fuego esta muñeca —escupió, limpiándose la mejilla.

El más corpulento de ellos se agachó un poco, observando el broche que colgaba del manto de Astrid.

Sus ojos se entrecerraron al reconocer el sello real del Norte.

—Esperen… miren esto. —Le arrancó el broche de un tirón, mostrándoselo a los demás—. ¿Ven? El emblema del rey.

Los hombres se miraron entre sí, y una sonrisa codiciosa se dibujó en sus rostros.

—Pero miren nada más … —rió el líder—. Tenemos un tesoro entre las manos.

Astrid intentó retroceder, pero él la sujetó con fuerza por los hombros, inclinándose hasta quedar a escasos centímetros de su rostro.

Su aliento olía a alcohol y carne seca.

—Parece que el destino nos sonríe, princesa —dijo con un tono cruel—. El rey pagará bien por recuperar a su hijita. O tal vez… —sus ojos se ensombrecieron—, tal vez podamos divertirnos un poco antes de cobrar la recompensa.

—¡No! —gritó Astrid, intentando liberarse—. ¡Por favor, déjenme ir!

El hombre soltó una carcajada, y antes de que ella pudiera moverse, la lanzó a la nieve con violencia.

El frío la golpeó como mil agujas, pero el miedo fue aún más agudo.

Uno de los hombres se abalanzó sobre ella.

Astrid gritó con todas sus fuerzas, su voz desgarrando el silencio del bosque.

—¡AYUDA! ¡POR FAVOR!

El sonido de su grito se perdió entre los árboles…

Pero algo en la distancia se movió.

Un crujido de pasos firmes, pesados, rápidos.

Como si alguien —o algo— se acercara.

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Ay noooo pobre Astrid yo me muero si le hacen algo, Helloooouuu Kael llega rápido antes que te dejen viudo antes de tiempo ahhhhhhh estoy que me quedo sin uñas esta historia me tiene con los nervios de punta!!!! Llamen a un paramédico que me ponga oxígeno!!!




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