Entre acero y destino.

Furia del norte

Capítulo 12:

El viento del norte era más frío esa noche.

Kael caminaba con pasos pesados, la mirada fija en el sendero cubierto de nieve.

Cada sonido, cada crujido del bosque, era como un recordatorio constante de su error.

Ella se había ido.

Astrid.

La princesa.

La mujer que había trastocado sus pensamientos, su calma, y la barrera que tanto se había esforzado por mantener.

Apretó los puños, sintiendo la rabia arderle en las venas.

—¿Qué demonios pensabas, Astrid? —gruñó entre dientes.

Su respiración se mezclaba con el aire helado, y entonces volvió a sacar el pequeño papel doblado que guardaba en el interior de su abrigo.

La carta.

Las letras escritas con delicadeza contrastaban con la rudeza de sus manos.

No quiero que tu gente sufra por mi culpa.

He comprendido que no hay paz posible si seguimos viviendo con miedo.

Gracias por mostrarme quién eres, por protegerme, por ver más allá de lo que soy.

No sé si volveré a verte, pero si existe el destino, cruzarán nuestros caminos otra vez.

—Astrid

"Kael cerró los ojos, y un músculo en su mandíbula se tensó.

Apretó el papel y lo metió de nuevo bajo su ropa, cerca del corazón.

—Tonterías… —murmuró, pero su voz sonó más dolida que firme—. No sabes lo que haces, princesa.

Siguió caminando.

Sabía rastrear mejor que nadie.

Su padre solía decirle cuando era apenas un niño: “Tienes ojos de cazador, Kael. Nada se escapa de ti.”

Y tenía razón.

La nieve era reciente, así que las huellas de Astrid eran claras: ligeras, pero torpes, como las de alguien sin rumbo.

Kael las siguió con precisión, sin perder el ritmo, notando en cada marca su desesperación.

El paso acelerado, las vueltas en círculo.

Estaba perdida.

El cielo se tornaba gris oscuro cuando su instinto empezó a alertarlo.

Su respiración se volvió más profunda.

El aire cambió.

Algo no estaba bien.

De pronto, el sonido.

Un grito.

Agudo, desgarrador, lleno de terror.

El cuerpo de Kael se tensó al instante, como un animal salvaje que olfatea la sangre.

Sus ojos se abrieron y sus sentidos se agudizaron.

Podía oler el humo del fuego, el sudor de hombres, y el miedo… el miedo de ella.

Corrió sin pensarlo, abriéndose paso entre los árboles como un lobo que ha encontrado a su presa.

Su respiración era un rugido.

Y entonces los vio.

Cuatro hombres alrededor de ella.

Uno reía mientras la mantenía en la nieve, otro se acercaba con intenciones que Kael no necesitó adivinar.

Su mente se nubló.

Su visión se volvió roja.

El guerrero del norte dejó de pensar.

Solo sintió.

El primer hombre no tuvo tiempo de girar antes de que Kael lo golpeara con tal fuerza que su cuerpo cayó como un tronco sobre la nieve.

El segundo apenas pudo levantar su arma: Kael lo desarmó y lo lanzó contra un árbol con brutalidad.

El tercero intentó correr, pero el filo de la daga de Kael cortó su pierna, y su grito se mezcló con el rugido del viento.

Astrid, entre lágrimas, se arrastró hacia atrás, viendo aquella furia desatada.

Nunca había visto algo tan feroz.

Era como ver a la tormenta encarnada.

El último hombre —el líder— cayó de rodillas, sangrando y temblando.

—P-por favor… no me mates —suplicó con voz quebrada—. No fue mi intención… solo…

Kael lo sujetó del cuello y lo alzó, su mirada tan fría que ni el invierno se atrevía a desafiarla.

—Te atreviste a tocarla. —Su voz era un gruñido bajo, gutural—. Y eso tiene un precio.

Astrid, aún temblando, reunió valor y se acercó.

—Kael… —susurró—. Por favor, no lo hagas.

Él no la escuchó.

El hombre jadeaba, sus ojos desorbitados mientras Kael apretaba más.

—Por favor… no… —balbuceó el cazador, con las lágrimas helándosele en el rostro.

Astrid extendió la mano, con voz temblorosa pero firme.

—Te lo ruego, Kael. No le hagas daño.

Esa voz…

Su tono.

La súplica pura de alguien que no conocía el odio.

Kael se quedó inmóvil.

Sus ojos se encontraron con los de Astrid.

En ellos no había rencor, solo compasión.

Incluso por su agresor.

El guerrero del norte sintió algo quebrarse dentro de sí.

Lentamente, soltó al hombre, que cayó al suelo, jadeando.

Pero su expresión seguía siendo oscura.

—Te vas a llevar algo de este encuentro —dijo con frialdad.

Sin mediar palabra, tomó la mano del hombre y le quebró los dedos de la mano derecha con un solo movimiento seco.

El grito del cazador resonó entre los árboles.

—Para que nunca olvides lo que hiciste hoy —dijo Kael con voz grave.

El hombre huyó, tambaleándose entre la nieve, hasta desaparecer.

El silencio volvió.

Solo se escuchaba el viento.

Kael respiraba con fuerza, todavía temblando por la rabia contenida.

Cuando se giró hacia Astrid, la vio encogida, con lágrimas rodando por sus mejillas.

Se acercó, lento, y se agachó frente a ella.

La miró, intentando calmar el fuego que aún ardía en su interior.

—¿Estás herida? —preguntó con voz baja.

Ella negó con la cabeza, pero apenas pudo contener el llanto.

Entonces Kael hizo algo que no esperaba:

extendió el brazo.

Astrid, sin pensarlo, se lanzó a él y lo abrazó con fuerza, temblando, buscando en su pecho la seguridad que el mundo le acababa de arrebatar.

Kael la sostuvo.

Sintió su fragilidad, su miedo… y algo más:

la certeza de que ya no podría desprenderse de ella.

Por más que lo intentara, su destino ya estaba ligado al de la princesa.

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Helloooouuu me extrañaron? Yo sé que siiii jajaja y bueno ¡Sorpresa! Jeje aquí les dejo este pequeño maratón para que se deleiten. De nada por cierto jajaja. Nos leemos en el siguiente capítulo mis nenas porque esto está que arde!!!




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