Entre acero y destino.

Un sueño de paz

Capítulo 22:

El fuego crepitaba en el centro de la cabaña, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de madera. La nieve caía suavemente fuera, cubriendo los techos del clan y tiñendo el mundo de blanco. Astrid estaba sentada frente al hogar, con las manos extendidas hacia el calor. Aquella cabaña, aunque sencilla, tenía algo que el palacio jamás había tenido: alma.

Kael estaba a unos pasos, afilando su cuchillo, mientras la observaba en silencio. Había aprendido que los silencios de Astrid decían más que cualquier palabra, y que su forma de mirar lo llenaba de paz.

Ella se levantó lentamente y comenzó a recorrer la cabaña. Sobre una repisa había un arco tallado en madera oscura, fuerte y bien equilibrado. Sus dedos lo rozaron con cuidado, sintiendo la energía de algo que había pertenecido a un guerrero.

—Era de mi padre —dijo Kael desde su silla, con voz baja, grave—. El mejor cazador del clan. Nunca fallaba un disparo.

Astrid sonrió con ternura, aunque una sombra de tristeza empañó su mirada. Siguió caminando y encontró una espada vieja, con el filo desgastado y marcas de batalla en la empuñadura.

—¿Y esta? —preguntó.

Kael dejó el cuchillo sobre la mesa y se acercó despacio.

—De mi hermano. Cayó en la guerra contra los del sur… la última que mi padre alcanzó a ver.

Astrid bajó la mirada. Sobre una mesa había un pequeño paño bordado con flores, el hilo ya amarillento por el tiempo.

—¿Y esto? —susurró ella, tocando el bordado con cuidado.

Kael se acercó por detrás, y su voz se volvió más suave.

—Eso lo hizo mi madre. Decía que las flores eran promesas del cielo, que incluso en la nieve, la vida siempre encuentra la forma de florecer.

Astrid no pudo evitar una sonrisa triste. Acarició el paño con los dedos, sintiendo el peso de la historia de Kael, del dolor que lo había moldeado en el hombre que ahora tenía frente a ella.

El guerrero se acercó aún más, hasta que su pecho rozó su espalda, y con un gesto tierno la abrazó por detrás.

Su respiración cálida se mezcló con la de ella, y entonces, con esa voz ronca pero hipnotizante, Kael comenzó a tararear una melodía suave. La misma que su madre solía cantarle de niño.

El sonido llenó la habitación con una paz profunda, casi mágica. Astrid cerró los ojos, dejando que esa voz la envolviera.

—Kael… —susurró cuando él terminó de cantar.

Se volteó lentamente en sus brazos, quedando frente a él. Sus ojos se encontraron: los de ella, claros como el amanecer; los de él, oscuros y profundos como la noche.

—Perdóname —dijo ella con un hilo de voz—. Por todo lo que mi padre te arrebató, por lo que le hizo a tu gente. Si pudiera cambiarlo, lo haría…

Kael le acarició la mejilla con el dorso de la mano, y una sonrisa leve se formó en sus labios.

—El destino nos llevó por caminos que ninguno pidió —murmuró—. Pero si todo eso me trajo hasta ti, no me arrepiento de nada.

Astrid apoyó la frente contra su pecho, dejando que las lágrimas cayeran sin contenerlas. Él la sostuvo en silencio, acariciándole el cabello, como si quisiera borrar de ella cualquier vestigio de culpa o dolor.

En ese momento, entre las sombras del fuego, no eran reina ni guerrero. Eran solo dos almas que se habían encontrado pese a la guerra, al tiempo y a la pérdida.

Años después…

El Reino del Norte volvió a florecer. Bajo el gobierno de la Reina Astrid, las murallas no volvieron a teñirse de rojo, y las armas descansaban oxidadas en los arsenales. Los campos se llenaron de vida, las aldeas prosperaban, y los pueblos del sur comenzaron a comerciar nuevamente con los del norte.

Junto a ella, Kael, el líder del clan del Lobo, se había convertido en su aliado más cercano, y en el símbolo de la unión entre dos mundos que antes se temían. Su presencia imponente imponía respeto, pero su sabiduría traía paz.

Los dos viajaban juntos por las tierras frías del norte, visitando tribus, reinos y clanes. Donde antes había fuego y odio, ahora había tratados y promesas.

Astrid llevaba siempre consigo el mismo pergamino que ella misma había firmado: “Nunca más sangre por ambición, sino paz por amor.”

En la gran asamblea de invierno, donde se reunieron los líderes de las tribus más poderosas, Kael tomó la palabra:

—El reino que alguna vez fue enemigo, hoy es nuestro hermano. Que nuestras lanzas sean herramientas de caza, no de guerra. Que nuestras voces sean canto, no grito de batalla.

Astrid, a su lado, alzó su copa y añadió:

—Que la espada del norte jamás vuelva a levantarse para herir a inocentes. Que la historia recuerde que un amor venció a la guerra.

El eco de sus palabras resonó entre las montañas, y los jefes de las tribus golpearon el suelo con sus lanzas en señal de aprobación. La paz, por fin, se había convertido en ley.

Esa noche, mientras el viento soplaba desde los fiordos y las hogueras iluminaban el campamento, Astrid y Kael se miraron como si todo el universo se redujera a ese instante.

Él le tomó la mano y, en voz baja, le dijo:

—Lo logramos, mi reina.

Ella sonrió, con lágrimas brillando en sus ojos.

—Lo logramos… mi guerrero.

Y bajo el cielo helado del norte, donde una vez solo hubo muerte y hielo, renació el calor de una nueva era.

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Awww que lindoooo me encanta como por fin lograron lo que tanto querían de verdad que es hermoso ahora hay paz y ya se acabaron las guerras únicamente quedan recuerdos del pasado que poco a poco van a poder olvidar, ay pero ya me está dando nostalgia, ya casi acabamos, voy a llorar :(




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