Entre acero y destino.

Donde florece el amor

Capítulo 23:

La primavera había llegado al Norte. Los campos, antes cubiertos de nieve, ahora se vestían de flores silvestres y el aire olía a tierra fresca y vida nueva. El murmullo de los riachuelos acompañaba el canto de los pájaros, y el sol, por fin, calentaba la piel con dulzura.

Astrid montaba su yegua blanca, la misma que la había acompañado en tantas batallas y viajes. El viento agitaba su cabello dorado mientras sonreía al sentir la libertad de galopar sin armadura, sin corona, sin el peso del deber. Kael, a su lado, cabalgaba sobre su imponente caballo negro, con su capa ondeando detrás de él y su mirada fija en ella.

—Hace tiempo que no veníamos hasta aquí —dijo Astrid, sonriendo mientras sujetaba las riendas con suavidad.

—Demasiado tiempo —respondió Kael, con esa voz grave que siempre lograba estremecerla.

Cabalgaban en silencio, disfrutando del aire tibio y del sonido del bosque que despertaba. Los árboles susurraban con el viento, y las flores de colores pintaban el suelo como si la tierra misma celebrara la vida.

Pronto llegaron al claro donde sus almas se habían cruzado por primera vez. El mismo lugar donde Kael la había salvado, donde nació su historia. El lago reflejaba el cielo como un espejo, y las montañas en el horizonte parecían guardianas de su destino.

Astrid bajó de su yegua y acarició el cuello del animal. Kael la observó un momento antes de desmontar también. Caminó hacia ella con pasos lentos, como si cada paso fuera una promesa.

Ella lo miró, y su sonrisa se volvió tenue, llena de nostalgia y amor.

—Parece un sueño —susurró—. Todo lo que vivimos, todo lo que perdimos y lo que encontramos aquí...

Kael se acercó y tomó sus manos entre las suyas.

—No es un sueño, Astrid —dijo con voz profunda—. Es el comienzo de nuestra verdadera vida.

El viento sopló con fuerza, haciendo que su cabello se moviera como hilos de oro bajo la luz del sol. Kael se inclinó un poco y, con ternura, sacó de su cinturón un pequeño anillo tallado en plata, adornado con una piedra azul que brillaba como el hielo del norte.

—Astrid, reina del Norte, mujer de fuego y luz —dijo con solemnidad—, desde el día que te vi supe que mi destino estaba atado al tuyo. Luché contra la guerra, contra mi odio, y hasta contra mí mismo… pero no pude luchar contra el amor que siento por ti.

Astrid llevó las manos a su boca, los ojos inundados en lágrimas.

Kael se arrodilló frente a ella, el guerrero más temido del norte, vencido solo por su amor.

—¿Te unirás a mí, no como reina y guerrero, sino como mi compañera, mi esposa, mi alma? —preguntó.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Astrid mientras sonreía.

—Sí, Kael… con todo mi corazón, sí —susurró.

Él se levantó y la atrajo hacia sí, fundiéndose en un beso que selló su destino. Fue un beso profundo, tierno y poderoso, uno que contenía todas las promesas que jamás habían dicho en palabras. El bosque pareció guardar silencio ante aquella unión, como si la naturaleza misma los bendijera.

Luego, Kael la estrechó contra su pecho, acariciando su cabello, y con voz baja comenzó a cantarle una canción antigua en su idioma nórdico. Las palabras eran suaves, melancólicas, pero llenas de amor. Astrid no entendía cada sílaba, pero sentía cada emoción. Cuando terminó, Kael le besó la frente.

—Te amo, Astrid —dijo con voz ronca—. Hasta el fin de mis días.

Ella apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el latido de su corazón.

—Y yo te amo, Kael… más allá del tiempo y de los reinos.

La boda

El día de la boda, el cielo amaneció despejado. En el valle, donde el río se encontraba con las montañas, las flores cubrían el suelo y una suave brisa movía los estandartes de ambos reinos: el del Norte y el del Clan del Lobo.

No había muros, ni tronos, ni lujos de palacio. Solo el verde de los árboles, el sonido del agua y el murmullo alegre de su gente.

Los clanes vikingos se reunieron junto a los nobles del reino. Los campesinos, los soldados, las ancianas, los niños… todos estaban ahí para presenciar la unión que había traído la paz.

Astrid caminó por un sendero de pétalos con un vestido blanco sencillo, adornado con flores silvestres. Su cabello suelto caía como una cascada dorada, y en su cabeza brillaba una pequeña corona hecha de ramas entretejidas y perlas.

Kael la esperaba frente al altar de piedra, vestido con su armadura ceremonial y una capa azul oscuro que simbolizaba la unión de los dos mundos.

Cuando se encontraron, el tiempo pareció detenerse.

—Hoy no hay reina ni guerrero —dijo Kael—. Solo dos almas que el destino decidió unir.

Astrid le sonrió, con lágrimas brillando en los ojos.

—Y que la vida no podrá separar jamás.

Ingrid, vestida con túnicas blancas, fue quien los bendijo con palabras antiguas del clan:

—Que la tierra los sostenga, que el viento los guíe y que el fuego de sus corazones jamás se apague.

Cuando Kael y Astrid sellaron su unión con un beso, las tribus estallaron en gritos de alegría. “¡Larga vida a Astrid y Kael!” coreaban todos. Las flautas, tambores y arpas comenzaron a sonar, y la celebración se extendió hasta que el sol se escondió tras las montañas.

La luna de miel

Esa noche, lejos de todos, Kael llevó a Astrid a una pequeña cabaña junto al lago, rodeada de flores y bajo el reflejo plateado de la luna.

Las luciérnagas danzaban en el aire, y el sonido del agua era un arrullo.

Kael se sentó frente a ella, tomándole la mano con ternura.

—Nunca imaginé conocer la paz, pero tú me la diste. —dijo él.

Astrid sonrió, acariciando su rostro.

—Nunca imaginé conocer el amor, hasta que tú me enseñaste su verdadera forma.

Él la besó, despacio, con el alma, como si ese momento fuera eterno.

Y así, bajo la luna del norte, entre flores, viento y promesas, el amor que una vez nació en medio de la guerra se convirtió en leyenda: la historia de Astrid, la reina de la paz, y Kael, el guerrero que amó más allá de la muerte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.