Un velo oscuro cubrió repentinamente el mundo de felicidad y brillo en que Julián creía habitar, y las cosas con Valeria cambiaron de la noche a la mañana sin entender el porqué. Los habituales mensajes a los que estaba acostumbrado, siempre constantes, como la fuente de un amor que creía inagotable, disminuyeron paulatinamente. La cantidad de llamadas telefónicas, con su habitual larga duración, dejó de existir. La falta de afecto y amor pronto inició un proceso de erosión, y su corazón se volvió un desierto árido y triste. Para Julián, toda esta transformación dificultó e hizo menos llevadero su día a día y rápidamente sucumbió ante el veneno de la amargura, tan evidente que era capaz de hacerle mala sangre a cualquiera que se le acercara. En muy poco tiempo, dejó de ser ese joven que desbordaba alegría y se convirtió en alguien que desencantaba y ahuyentaba hasta al alma más optimista y bondadosa. En esos días oscuros, la perfección y la concentración en el trabajo fueron su refugio y escudo protector ante el dolor y la ausencia.
Este cambio en Valeria fue tan notorio, un giro de 180 grados en su conducta, tan inexplicable que construyó un rascacielos monstruoso que alteró el paisaje de sus emociones. Mientras todo esto pasaba, Julián ideaba teorías en lo profundo de su mente con el fin de justificar esa actitud; ninguna de esas hipótesis se acercó a la realidad. Estaba tan enamorado y confiado, que la razón más obvia jamás pasó por su cabeza; y cada vez que su amigo Roberto trataba de tocar el tema, siempre encontraba la manera de dar rodeos y eludir la conversación. Así, bajo estas circunstancias, transcurrieron las primeras dos primeras semanas después que ella se marchó, pero que, gracias a esa abrupta dificultad y adaptabilidad, parecieron alrededor de cuatro.
Fueron muchos los mensajes y llamadas con respuestas tardías, y a veces hasta sin ningún tipo de respuesta, los que poco a poco alimentaron su estado de frustración. No obstante, a pesar de todo eso, el deseo por saber de ella permanecía intacto, aferrado a ese amor dudoso, sin perder la esperanza.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —dijo Julián, ansioso por saber de Valeria.
—¡Hola, mi amor! Bien, pero bastante ocupada… casi ni tengo tiempo a veces. —contestó Valeria, algo agitada, como si acabará de correr un maratón—. ¿Y tú, cómo estás? —preguntó luego.
—¡Molesto y cansado! Ya ni hablas conmigo. —contestó Julián con un tono de voz que revelaba ese sentimiento.
—Mi amor… ¡Por favor! Te prometo que cuando estemos juntos todo será diferente… ya verás. —dijo Valeria, tratando de calmar la molestia, para que no se convirtiera en un tormentoso huracán emocional.
—¿Y cuándo será eso? Ya no veo el momento en que vuelvas. —preguntó Julián, con un tono de voz más melancólico, dando a entender lo mucho que anhelaba su regreso.
—Por ahora creó que me tomará más tiempo de lo que pensé inicialmente… tal vez una o dos semanas más… se un poco paciente, mi amor —contestó Valeria—. ¡Lo bueno se hace esperar! —finalizó, utilizando el famoso eslogan, mientras en el fondo se escuchaba una voz masculina que decía “Valeria, apresúrate. Se hace tarde”.
—¿Y ese quien es? —preguntó Julián, indignado.
—Nadie importante… solo alguien del trabajo. Ya debo colgar. ¡Te amo! Besos. —dijo Valeria, para después colgar apresuradamente, sin dar tiempo de respuesta a Julián, dejándolo sumergido en un abismo oscuro y lleno de dudas.
A medida que pasaban los días esos sentimientos de rabia, amargura y frustración, terminaron por dejar escapar a su alma confusa y aferrada a una frágil esperanza, llevándolo directamente a un estado de depresión, desánimo y soledad que terminó preocupando a todos. Roberto, ante esta situación trató de ayudarlo como en todas las ocasiones anteriores, pero sus intentos no surtieron efecto; y como medida de emergencia, tanto él como su novia Mariana, recurrieron a la única persona que tal vez podría hacer algo diferente.
—Sé que no te agrada la idea, pero Julián la está pasando mal y necesita tu ayuda. Es algo que te pedimos porque pensamos que podrías hacer algo por él. —fue la manera en que le abordaron el tema a Alexandra.
—¡Es un estúpido! Y, la verdad, no me importa como lo esté pasando… quizás lo merece. —fue la primera respuesta que dió Alexandra.
—Tal vez lo sea… pero necesita ayuda y tú podrías hacerlo. —continuaron hasta finalmente persuadirla.
—¡Está bien! Al salir del trabajo, iré a su casa, pero ya quedará de parte de él, si me presta atención o no. ¡Tampoco es que vaya a rogarle! Necesitaré su dirección. —contestó finalmente ella, aceptando hacer algo por Julián.
Alexandra no se sintió cómoda ante la idea de visitar a Julián. Su amistad con Valeria y la fuerte atracción que sentía por él la empujaban a quedarse de brazos cruzados. Sin embargo, al conocer la verdad respecto a Valeria y enterarse que Julián no la estaba pasando bien a causa de ello, experimentó algunos remordimientos y se sintió culpable. Al final su sentido de responsabilidad fue más fuerte y pudo más que los demás, por lo que, dadas esas circunstancias, no le dió tanta relevancia a sus sentimientos.
—¡Hola, Alexandra! ¿Qué haces aquí? —preguntó Julián luego de abrir y encontrarla en la puerta de su casa.
—¡Vine a verte! ¿Me invitas a pasar? —contestó Alexandra a un Julián con cara de sorpresa, mientras se le quedó observando fijamente.
Julián, a los ojos de Alexandra, presentaba un estado deplorable. Su rostro estaba cubierto por vellos de una barba de más de una semana sin rasurar. Bajo los pómulos de sus ojos se apreciaban unas profundas ojeras, que indicaban lo poco que había dormido en los últimos días.
—¡Sí, claro! Que pena contigo… pasa y siéntate por favor. —dijo Julián, mientras le indicaba dónde sentarse.
—¿Qué te trae aquí? No me digas que estás planeando continuar dónde quedamos la última vez. —preguntó Julián.
—¡No seas iluso! Ya quisieras tú… pero no, no estoy aquí por eso. —contestó Alexandra con soberbia.
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Editado: 04.05.2025