CAPÍTULO I
Nunca le veas llegar
Muy lejanas se escuchaban las explosiones de los morteros y otras armas de gran calibre que resonaban en la distancia, pero que aun así, estremecían su caja torácica, cual si estuvieran cerca.
Su cuerpo tembloroso estaba empapado de sudor, lo cual era un grave problema, porque eso solo aceleraba aún más la deshidratación que estaba experimentando, reduciendo consecuentemente sus posibilidades de sobrevivir. Y eso era todo lo que quería: seguir viviendo. Del mismo modo en que Shakespeare escribió en su obra "... un caballo, mi reino por un caballo", así mismo él dijo con angustia que daría su alma por un vaso de agua.
La necesitaba con urgencia y lo sabía, se había arrastrado bajo el ardiente sol en los interminables campos desérticos de Siria. Rajiv fue abandonado a su suerte y apenas se aferraba a la siguiente bocanada de aire, sin más expectativa que eso; la muerte le rondaba y el hecho de ser consciente, hacía que su tormento fuera más insufrible.
-Alá es mi señor y Mahoma su profeta - exhaló con sus últimas fuerzas antes de caer una última vez; esa debía ser la última. Rajiv estaba preparado, o convendría más decir resignado a dejar este plano; el mundo terrenal, para acudir al paraíso de los fieles, con sus no sé cuántas vírgenes. Y entonces giró su cabeza para observar por última vez el horizonte, el paisaje desértico delante de él… y fue así que aquel milagro ocurrió.
Mientras su vista se nublaba, dos figuras humanas se aproximaron como sombras rodeadas de un destello solar. En algún punto perdió el conocimiento, todo se volvió oscuridad y no supo más de sí. Un tiempo más tarde, puede que haya sido un minuto o toda una eternidad, abrió los ojos sin estar claro si aquello se trataba del paraíso, o del infierno.
La verdad es que no se sentía diferente a como se había sentido toda su vida, es decir, si estaba muerto, aquello no implicaba un cambio sensorial per se. Aun así, su garganta le estaba lastimando de tanta resequedad. El lugar era como una taberna turca, pero provista de muchos espejos. Desde la barra, un rostro amable le sonrió y le mostró una vasija con agua. Le hizo seña de que se levantara del banco donde yacía tumbado y mortificado de tanta debilidad.
Llegó a la barra con mucho esfuerzo y se tomó el contenido de aquella vasija. Definitivamente no era agua, pero saciaba su sed con increíble efectividad, al tiempo que endulzaba su paladar y le devolvía su vitalidad. ¡Sí! Estaba vivo y se comenzó a sentir como nunca.
Agradeció al hombre su atención y se tomó un momento para disfrutar aquel respiro. Agradeció a Alá sin todavía saber si era un sueño, o si estaba en plena facultad de sus sentidos, aunque por el momento eso no importaba. Se sentía más vivo que nunca y con eso le bastaba.
-No sé cómo has hallado este lugar y menos aún, cómo has podido entrar - le dijo el hombre en lenguaje sumerio, y aunque él apenas si lo había practicado, milagrosamente lo pudo entender.
La puerta de la entrada se abrió y un sujeto enorme entró a través de ella, era una figura alta, atlética, tenebrosa y llena de oscuridad… un hombre que llevaba el misterio y el horror consigo, o al menos eso sintió Rajiv. Sin embargo no más pisar el salón, aquella tenebrosidad se marchó. Al instante, el extraño se descubrió su rostro y fue derecho a observarse en el espejo.
Se veía fascinado por su propia apariencia, se observaba a sí mismo como quien experimenta la admiración, la envidia y la nostalgia al mismo tiempo, lo cual robó el interés de Rajiv; y bastó con mirar su rostro para sentirse atraído hacia él.
Pero no era una atracción de naturaleza sexual. De hecho Rajiv sólo sentía atracción por las mujeres, pero la belleza de aquel sujeto era inmensurable, lo mismo podía ser un hombre que una mujer. Nunca había visto un ser tan perfecto, tan magnífico, tan impresionante. Sus rasgos no eran anglosajones, ni asiáticos, ni árabes. Definitivamente no podrían catalogar a aquel ser en una raza específica. Rajiv estaba convencido de que igual lo viera un hindú, un latino o un árabe, cualquiera le consideraría el ser más hermoso que hubiere visto jamás.
-No lo mires mucho, de hecho te recomiendo que no lo vuelvas a mirar - le aconsejó el sujeto tras la barra.
-¿Puedo preguntar por qué?
-Porque ese que acaba de llegar, es nada más y nada menos que Lucifer.
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Editado: 24.06.2023