CAPÍTULO VI
Del relámpago al trueno
Lo mismo que avanzaba Miguel arrasando con demonios, el que no debe ser nombrado, intentaba hacer lo propio pero en sentido contrario, apartando demonios de bajo rango que estorbaban en su camino. El momento del encuentro entre los líderes de ambos bandos se hizo inminente y al final todos contuvieron el aliento ante la expectación.
La espada del maestro y del discípulo se encontraron una vez más, solo que esta vez lo hacían como enemigos reales; nunca más serían maestro y aprendiz, nunca más sería un ejercicio, nunca más regresaría lo que se fue… El brutal choque y el consecuente impacto del contacto entre las espadas, generó un destello cegador que hizo temblar al cielo. El demonio era poderoso, muy poderoso; pero Miguel no lo era menos.
Muchos de los guerreros de un bando y del otro, no eran capaces de seguir los movimientos de los guerreros, que se movían como un ciclón, yendo de un lado a otro, llevándose por delante, a cualquiera que estuviera a su paso.
Y todo sucedía a la velocidad de un relámpago. Miguel esquivaba la espada oscura y lanzaba un ataque a continuación; su enemigo le esquivaba también y se movía a sus espaldas para atacar por detrás. Miguel repelía la embestida con su daga y lanzaba un nuevo ataque y así se repetía todo de nuevo. Una contienda entre dos colosos, que desde la tierra se veía como un fenómeno violento de relámpagos y truenos. Una tormenta electrica; la más grande que se hubiera visto jamás.
Gabriel y otros arcángeles aprovecharon el momento de confusión general, para comandar el avance ordenado sobre la formación enemiga y con la iniciativa ganaron terreno. Agrupaciones enteras de demonios comenzaron a bajar sus espadas y rendirse, llenos de temor al ver cómo Miguel confrontaba al otrora invencible Luzbel, quien ahora se veía cada vez más disminuido ante el arcángel.
Comenzaron a entender que a Miguel y su ejército les protegía la gracia del creador y que si alguna vez tuvieron una oportunidad de ganar, esta ya se había esfumado.
A esas alturas el demonio esgrimía su espada con menos fuerzas, mientras Miguel no parecía agotarse. La irá y la rabia era todo lo que le quedaba al caído, si continuaba luchando, era solo por ira y rabia.
Pero lo cierto es que a su alrededor cada vez tenía menos seguidores luchando, todos los miembros del bando maligno, que al comienzo de la contienda lucían invencibles, ahora estaban reducidos y rendidos a los ángeles fieles al creador.
Solo Lucifer continuaba luchando contra Miguel, pero claramente ya no era adversario para este último. Dios se lo había dicho: tú lucharás en mi nombre y vencerás porque así lo he dispuesto. Si Dios hubiera vencido al maligno, no habría hecho más que enaltecer a la maldad de este último; pero de la manera en que el señor lo dispuso, demostró a los sublevados de que no eran dignos ni de su ira,
La rebelión tuvo lugar no porque Dios lo permitiera, sino porque ellos tomaron su decisión. Dios solo les dio a los ángeles el poder de escoger, pudieron escogerle a él, pero en lugar de eso escogieron el mal. Escogieron rebelarse. Sin ni siquiera comprender lo insignificante que eran ante la grandeza de Dios.
Finalmente, entendiendo que había sido vencido, el que no debe ser nombrado optó por escapar; salir huyendo a toda prisa para no tener que aceptar la verdad. La verdad de que no era Dios, de que estaba muy lejos de su poder y de que nunca llegaría a igualarlo.
La humillación de haber sido vencido por un ser inferior a él… por alguien a quien él solía orientar, enseñar, disciplinar. Esa era la humillación que Dios había dispuesto ante su altivez.
-¿Sabes por qué no te pedí que te unieras a nosotros? - le preguntó el diablo a Miguel.
-Porque sabías que nunca me rebelaría ante mí Señor.
-No. Fue por miedo a que te rebelaras contra él y quisieras venirte conmigo… yo sabía que merecías algo mejor - le respondió.
Pero aquellas palabras eran mentiras y engaños, porque luego de haber sido un ser de luz tan respetado y admirado, ahora solo era un despojo que se esconde en la mentira y en el engaño.
Miguel posó su pie sobre la cabeza de la bestia caída y humillada, apuntándole con su espada afilada por la gracia del creador. La batalla había terminado y el ejército de Dios, comandado por el arcángel Miguel, había vencido.
Y tal como lo dijo el Señor a Miguel, el precio le resultó alto. Muchos amigos caídos, muchos perdidos. Entre ellos su propio amigo Luzbel, y ahora en su lugar, solo quedaba un demonio luciendo la apariencia propia de su maldad.
Fue una larga batalla. Una que pudo haber durado días o cientos de años, todo depende de quién lo diga, porque del mismo modo que ocurre con la creación del mundo, donde las santas escrituras dicen que Dios lo creó en seis días, mientras que los científicos alegan que el mundo se formó durante millones de años, así también sucede con esta batalla celestial, la cual duró días y también cientos de años. Y es que el mundo se formó durante millones de años y también en seis días, porque lo que escapa a la comprensión de los seres finitos y mortales, es que para el hombre, en su naturaleza efímera, un día no es más que la vuelta del mundo sobre su propio eje; y un año es la vuelta alrededor del sol, pero para un ser eterno, con la capacidad de ver el pasado y futuro, el tiempo tiene un significado completamente distinto.
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Editado: 24.06.2023