Entre Ángeles Y Demonios - Las Sociedades Ocultas

La Sombra Sin Cuerpo y La Línea de Luz

        Al oeste de Argentina en medio de un valle producido por la Cordillera de los Andes, y situada justo en la frontera de dos provincias, se encuentra la localidad de Alborada, se podría decir que es una ciudad pequeña, o más bien un pueblo grande. Fue fundada el 29 de febrero de 1896 y comenzó a edificarse alrededor de un gran y profundo lago por lo que todas sus calles se hicieron circulares y van desde el lago hasta casi llegar al pie de la cordillera, de hecho su singular cementerio ascendía por ésta. Debido a esta singular forma de construcción, Alborada cuenta con treinta y dos Aros de edificaciones separados entre sí por las calles que siguen la misma curvatura; dichos Aros, a su vez, se dividen en pequeños segmentos llamados Círculas (cuadras), la distancia dejada entre Círcula y Círcula son calles rectas que unen las calles circulares de cada Aro. Así mismo cada Aro cuenta con siete Círculas, es decir, que Alborada se compone de 32 Aros y 224 Círculas. En el último Aro viven las personas de menos recursos económicos, y dentro de éste, en las Círculas 223 y 224, se encuentra el cementerio local que poco a poco asciende por la montaña; en él no solo descansan los restos de las personas locales, sino de además se encuentran los restos de varios andinistas y pescadores que perdieron la vida en aquel lugar.

        La gente de allí es muy afable y casi todos se conocen entre sí, respetándose dentro de sus variadas diferencias, tanto religiosas como políticas y económicas; la economía de la ciudad se basa en la gran afluencia de turistas que llegan allí para realizar actividades como el andinismo y la pesca, ya que el lago de Alborada cuanta con una gran variedad de peces de agua dulce, algunos turistas la llaman la "Ciudad Fantasma" puesto que no figura en ningún mapa. Esto se debe a que desde su fundación dos provincias se disputan su pertenencia pero jamás se ha logrado establecer a cual pertenece; si bien no es una ciudad autónoma tienen sus propias leyes de gobierno pero éstas no pueden contradecir las leyes provinciales de ambas provincias que se disputan su pertenencia porque recibe coparticipación por parte de ellas.

        El último viernes de octubre amenazaba con ser el día más rutinario de todos; el canto de las aves se coló, junto con un rayo de sol, por entre las rendijas de la persiana de una singular casa de dos pisos; aunque el murmullo de los automóviles se oían tenues y distantes, el sonido de un motor podía escucharse claramente desde el cuarto más alto de la vivienda. De repente se sintió unos pasos apresurados en el pasillo superior de la casa y una mujer golpeó frenéticamente la puerta del cuarto llamando a viva voz:

        −Álmiro, hijo, despierta. ¡Me quedé dormida y llegarás tarde a la escuela!

        Álmiro era un chico de diecisiete años de una estatura un poco baja para su edad, tenía el cabello oscuro ni muy largo, ni muy corto, sus ojos claros de un gris pálido habían llegado a confundir a algunas personas que creían haberlos visto de color verdes o celestes y más de uno afirmaban habérselos visto de un color negro intenso pero solo en ciertas noches y con poca luz. Era algo delgado pero con un cuerpo definido y marcado. El muchacho se despertó sobresaltado al escuchar la apresurada voz de su madre, sus ojos se achinaron al recibir de golpe el único rayo de sol que se filtraba por la persiana; tanteando con sus manos logró encender su velador y desperezándose un poco se puso la remera gris con bordes negros del colegio. Estando en su baño, comenzó a cepillarse los dientes mientras se ponía el resto del uniforme. Terminó de vestirse y salió corriendo de su cuarto bajando de dos en dos los escalones de la escalera secundaria que conducía a la cocina, y saludó alegremente y con un beso en la mejilla a una mujer de avanzada edad que estaba de espalda colocando unos panes en la tostadora.

        −No te molestes en hacerme el desayuno mamá, como algo en el colegio.

        −Pero, hijo, no puedes irte sin... − pero la puerta de la cocina que daba al patio se cerró dejando sola a la mujer.

        Noemí del Rio, la madre de Álmiro, tenía sesenta y ocho años, un poco más pequeña que su hijo y de un rostro que emanaba mucha paz y calma, sus ojos negros quedaban ocultos tras las ovaladas gafas similares a un balón de rugby, tenía un largo cabello color chocolate que lo teñía ya que detestaba las frondosas canas de éste; hiciese frio o calor, ella siempre llevaba sus clásicas polleras largas. Hacía cuarenta y ocho años que Noemí estaba casada con Roberto Funes, el padre de Álmiro, que es un año más joven que su mujer; éste era un poco más alto que Álmiro y su cabello negro estaba surcado por una gran cantidad de canas al igual que su frondoso y despeinado bigote, a diferencia de su esposa, su rostro era recio y de apariencia muy severa; era muy coqueto ya que se cambiaba de ropa tres veces al día: una a la mañana, otra a la tarde y la última en la noche, pero siempre con cada vestimenta llevaba sus adoradas zapatillas deportivas con cámaras de aire, o al menos eso era lo que se podía ver claramente en las fotos que pasaban una tras otra en un portarretrato digital que había en una estantería de la cocina.



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En el texto hay: angeles, demonios, cazadores

Editado: 04.11.2018

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