Las olas surcaban el tempestuoso mar, un poderoso y enorme barco de madera se tambaleaba de un lado a otro, una bandera holandesa se agitaba en el mástil más alto. La peligrosa tormenta había oscurecido el cielo del mediodía a tal punto de parecer estar en medio de la noche, los relámpagos iluminaban la oscuridad dejando ver las monstruosas nubes negras; las olas arremetían contra la embarcación haciendo crujir las maderas, el capitán estaba en el timón gritando órdenes a todos los tripulantes para tratar de salir de la tormenta o al menos sobrevivir a ella.
− ¡No se rindan! − Les gritó. − ¡Hemos sobrevivido a feroces ataques de piratas, ésta tormenta no nos doblegará!
− ¡Capitán! ¡Allá! − Le gritó el contramaestre señalando a estribor. − ¡Y allá también! − Le volvió a gritar señalando a babor.
− ¡Señor, por la popa también! − Le advirtió el grumete.
El enorme barco estaba siendo rodeado por grandes y feroces trombas marinas que se acercaban, tres a la derecha, dos a la izquierda y cuatro por detrás.
− ¡Suelten todas las velas! − Ordenó.
− ¡Capitán ya hemos soltado a todas! − Le dijo el maestre.
− ¡Oh señor ayudanos! − Exclamó el capitán sosteniendo un crucifijo de plata en la mano y suplicando al cielo escondido detrás de las nubes negras.
Pero ni bien dijo eso todos miraron hacia la proa. El horror se dibujó en la cara de toda la tripulación, una gigantesca ola rugía delante de ellos mientras se les acercaba velozmente.
− ¡Ya no más! − Gritó el capitán y usando el crucifijo de plata se cortó las venas de ambas muñecas − ¡A ti te entrego mi Alma Príncipe de las Tinieblas, salva a mi tripulación y te seré fiel eternamente!
Tras decir eso arrojó con toda su rabia el crucifijo por estribor, que se sumergió hasta perderse en las revueltas aguas.
El tiempo se desaceleró, la enorme ola apenas se notaba avanzar y era posible contar las vueltas que daban las trombas marinas pero solo el capitán fue el único que notó todo eso. Él se movía con normalidad mientras que su tripulación parecía caminar muy lento y en el mismo lugar.
−No puedes darle algo que no te pertenece. − Dijo una voz pesada, grave y quebrada detrás de él.
Al girarse se encontró enfrente de un sujeto alto que llevaba una túnica negra con capucha y solo eran visibles los amarillentos ojos de pupilas corridas que simulaban una Q negra.
− ¿Quién eres? − Preguntó el capitán con un hilo de voz y asustado.
−Mi nombre no importa, basta con que sepas que me encargo de hacer los contratos. Dijiste que darías tu Alma a mi señor, pero no puedes darle eso a él.
− ¿Qué es lo que quiere? Dígamelo y se lo daré.
−Él quiere tú Esencia y un pago extra, claro está. Él puede salvarte a ti y a tu tripulación.
−Está bien, le daré mi Esencia, sea lo que sea y también ese pago extra.
−Muy bien. Tu Esencia se irá con él una vez hayas muerto, pero no será hoy ni mañana, será dentro de algún tiempo. En cuanto al pago extra, son tres simples actos: robar, violar y matar. Él te salvara pero tú y tu tripulación a partir de ahora serán piratas y trabajarán para él, lo que se te pida lo harás sin cuestionar. Lo que robes lo esconderás haciendo un mapa y luego cuando mueras demonios vendrán a buscar esos mapas y sus tesoros. ¿Es un trato?
El sujeto de túnica se movió y extendió un largo brazo que terminaba en una viscosa mano verde de cuatro dedos con largas uñas negras y en su muñeca llevaba un ancho brazalete grisáceo y casi oxidado.
−Es un trato. − Afirmó el capitán estrechando la mano del demonio.
Los cortes que el capitán se había provocado se cerraron de golpe dejando solo una cicatriz. La nave comenzó a crujir, éste miró al mástil más alto y vio cómo se tornaba de un color negro verdoso que iba descendiendo convirtiendo toda la madera en lo que parecía ser un metal extraño. El tiempo retornó a su velocidad normal, la nave fue golpeada por las trombas marinas que la hicieron dar vueltas y la enorme ola la hundió en el mar.
Con un fuerte estampido el barco emergió del mar, ahora estaba todo cubierto por ese metal negro verdoso y todos comenzaron a dar vitoreo y abrazarse por haberse salvado de la muerte. El capital abrazó a su contramaestre y no se percató que con su pie le dio un golpe a su catalejo que estaba en el suelo, éste era tan negro como la nave y se cayó al mar, perdiéndose en él.