Las fiestas. El ojo público, mucha gente, todo lo que puede estar junto para hacer sentir agobiada a una persona. Tener que estar bonita, no vestir vulgar, pero si llamativa, escuchar como todos opinan de tu figura, si estas mas gorda, más flaca, muy pálida, muy maquillada. Fingir que queres estar ahí, no tanto que se te nota la falsedad en la cara, sonreí a la cámara, come como una señorita, si no comes van a pensar que tenés problemas alimenticios, alcohol poco, sino van a decir que estas borracha.
Mi cabeza daba vueltas mientras el auto se movía por la carretera rumbo a la fiesta, la gran gala anual de la inmensa cadena empresarial y hotelera West Coast, la empresa de la que mi familia era dueña. Al bajar del coche, con la caballerosa ayuda de mi padre, acomodé mi largo vestido rojo, para que cada costura volviera a su lugar y para que la abertura a un lado de mi pierna derecha quedara bien. Una pequeña alfombra dorada creaba un perfecto camino desde la calle hacía la casa del señor Arthur Grend, quien era el anfitrion en esta oportunidad, un gran socio de mi padre.
Las luces de la casa hacían ver como si fuera de día, las nubes tapaban las pocas estrellas que se podían ver con tanta luminosidad, la noche era cálida para ser que nos encontrábamos en finales de julio. Los medios de comunicación de todo New York estaban allí para poder cubrir el gran evento, el más grande de Estados Unidos ¿Cómo no serlo? Si éramos dueños de la mitad de los hoteles que había en el mundo, además las torres empresariales que manejábamos eran unas de las mejores inversiones en la bolsa de Wall Street, todos deseaban entrar allí, nuevos empresarios que anhelaban tener la posibilidad de que sus proyectos fueran escuchados por las familias más adineradas del país. Antes de entrar a la lujosa mansión, con mi padre y mis hermanos nos detuvimos para que nos puedan sacar un par de fotos, además de que mi padre tuvo que dar una pequeña entrevista en reiteradas ocasiones. Al entrar a la casa, repleta de gente adinerada y muy fina, pude divisar a mis amigos, uno de ellos dio un paso hacia adelante para recibirme.
-Llegó la reina de la noche-comentó Sam mientras se llevaba a la boca su copa de champagne y mojaba sus gruesos labios carmesí con aquel liquido burbujeante
Me di una vuelta alzando las manos, dejando que todo mi outfit se luciera, mientras me encontraba bajo la atenta mirada de mi grupo de amigos. Los hombres mantenían su mirada de halcón sobre mi sin apartarlas ni un segundo, me miraban de una manera en la cual parecía que yo era una presa a la cual estaban a punto de dar caza.
-Y la reina de sus corazones-dije lanzandoles un beso, mientras ellos aun seguian mirandome
-Infantil-dijo Seth, otro de mis amigos, posando su mano en mi hombro
-Bueno, por lo menos admitan que me extrañaron un poco
-Una semana sin aparecer en el ojo público, demasiado para ti-comentó Sam
Samuel Grend la envidia de cualquier chico de su edad, su pelo castaño estaba peinado perfectamente, como la ocasion lo ameritaba, sus ojos marrones brillaban bajo la luz de las lamparas y que decir de su sonrisa extremadamente deslumbrante, cualquiera caeria a sus pies sin pensarlo de solo verlo sonreir. Su carisma era lo que lo hacia resaltar del resto de la gente, siempre con una sonrisa risueña plasmada en su rostro, claro cuando no tenia su semblante serio y una cara de, que era capaz de romperte el cuello si fuera necesario. Su traje ceñido al cuerpo dejaba notar la figura atlética y trabajada que le aportaba un aire de madurez.
-Los nuevos proyectos me tienen agotada-dije mientra robaba una copa de la bandeja que se encontraba en la mano de uno de los mozos que iba caminando por el salon
-Ahora que vas a porcentaje de ganancia con los proyectos, te haz olvidado bastante de nosotros-acota Seth
Seth, el "niño" Pierce, su melena morocha enmarca su palido rostro, definiendo su facciones en una gran combinacion entre seriedad y el toque juvenil de su edad, sus ojos verdes le permiten ser un tanto enigmatico, aunque sea el payasito del gurpo entre nosotros, hacia afuera, sus dos faros esmeralda permitia que sea un incognito que no se puede resolver. la figura esbelta de metro setenta que presentaba era imponente para casi cualquier persona que se topaba con él.
-Como si entendieras algo de finanzas y manejar un negocio, hermanito mio-dijo Jake golpeando el hombro de Seth
Por otro lado, Jacob Pierce era lo opuesto a su hermano. Su cabello tenía un color rubio dorado, como hebras de oro que caian en forma ondulada sobre su cara, con ojos color azul profundo, como si de un oceano se tratase, estos ojos tenian la hermosa combinacion de la serenidad y la sabiduria que caracterizaban a Jake. Su cuerpo sobresale con una elegancia natural que le otorga un aire de atleta profesional, con su imponente metro ochenta y cinco.
Por último, sin emitir una sola palabra, se encontraba el más reservado de tods nosotros. Marcus Miller, el castaño, con unos enigmaticos ojos cafes y una hermosa piel tostada eran los rasgos más fuertes de aquel misterioso chico. Con su metro noventa destacaba de la multitud por su altura pero, al contrario de ello, su mente era la que menos alteraba el lugar, reflexivo y discreto eran las caracteristicas principales de Marc.
A lo lejos, medio camuflado entre la gente, pude distinguir al morocho que me traia loca últimamente. Sus ojos color miel chocaron con los mios e instantaneamente comenzó a abrirse paso entre la multitud para acercarse a donde nos encontrabamos.