La batería fue su forma de gritar sin levantar la voz.
El aula de ensayo olía a madera, sudor y cables antiguos. A Lía le encantaba.
Nadie más que ella usaba esa sala a esa hora, y esa soledad le pertenecía como si la hubiera reservado con años de distancia.
Sentada frente a su batería, cerró los ojos, tomó aire… y tocó.
El metrónomo marcaba el compás, pero su cuerpo se movía solo.
Cada golpe tenía un eco dentro de ella. Un recuerdo. Una rabia. Una palabra que no gritó. Una vez que calló por miedo. Otra por costumbre.
Cuando terminó, el reloj ya marcaba las siete.
Guardó sus baquetas, apagó el metrónomo y se colgó la mochila al hombro. Cruzó el pasillo entre sonidos lejanos de otras bandas practicando. Gente
cantando, risas sueltas.
Lía no se detuvo.
Salió del edificio sin mirar a nadie, caminó hacia la parada del bus, y se puso los audífonos otra vez.
Bring Me The Horizon empezó a sonar. Y el mundo volvió a silenciarse.
Su departamento la recibió con el mismo silencio de siempre.
Era pequeño, pero estaba lleno de alma.
Pósters de bandas como Slipknot, Arctic Monkeys, Nirvana y Ghost cubrían las paredes con orgullo. Sobre una repisa descansaban vinilos, un par de libros ajados y una pequeña figura de una batería roja. Todo estaba perfectamente ordenado, como si el caos del mundo tuviera que quedarse fuera.
En el sillón, el verdadero amo del hogar la miraba con ojos dorados.
—Hola, Salem —murmuró con una media sonrisa, tirando la mochila a un lado.
El gato negro saltó de inmediato a su regazo cuando se dejó caer en el sillón. Ronroneó fuerte, como si entendiera que ella no necesitaba palabras ese día.
Sacó el celular, revisó las notificaciones. Nada interesante. Nadie con quien quisiera hablar. Ni siquiera sus antiguas amigas con las que solía compartir en la media. Desde que todo se desmoronó con Él… se había alejado de todos.
Pensar en eso la tensó. Cerró los ojos.
La relación con Martín —el último— había sido la que terminó de quebrarla. Parecía perfecto: atento, cariñoso, divertido. Hasta que no lo fue. Hasta que
empezó a hacerla sentir culpable por todo. A compararla. A controlar con quién hablaba. A manipularla con frases disfrazadas de amor.
“Yo solo quiero lo mejor para ti, ¿no ves que sin mí no eres nada?”
Había salido de eso sola. Sin escándalos. Sin gritos. Solo un día decidió que no quería sentirse menos nunca más.
Y desde entonces, levantó sus muros.
De ladrillo.
Y con púas.
—
Un maullido la sacó de ese espiral.
—Estoy bien —susurró mientras acariciaba a Salem
entre las orejas—. Ya no estoy ahí.
Se levantó, estirando los brazos, y miró la batería que tenía en una esquina del living.
No iba a tocar ahora. No.
Pero solo verla ahí… le recordaba que tenía voz.
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romance contemporaneo, drama psicológico juvenil, ficción realista
Editado: 03.08.2025