La noche era enigmática, un velo de misterio cubría las calles de Nueva York mientras la neblina se arrastraba sobre el pavimento húmedo. Giovanni "Gio" Rossi caminaba junto a su hermano Matteo y su mano derecha, Carlo, en un recorrido rutinario por el territorio de su familia. Las luces parpadeantes de los letreros y el murmullo distante del tráfico creaban una sinfonía de sombras y sonidos.
Gio, siempre alerta, tenía una mirada fría y calculadora, una que no permitía distracciones. Pero esa noche, el destino tenía otros planes. Al doblar una esquina, se chocaron con alguien. Gio apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una figura menuda tropezó con él. Un destello de confusión cruzó sus ojos mientras su mano, casi por instinto, se cerraba alrededor de un objeto pequeño y frío: un celular.
—¡Lo siento! — exclamó una voz femenina, apurada y un poco asustada. Isabella Conti recogió apresuradamente sus cosas del suelo sin darse cuenta de que su teléfono había quedado en la mano de Gio. Antes de que pudiera decir algo más, ella se escurrió entre la multitud, desapareciendo en la noche.
Gio miró el celular en su mano, sin intención alguna de robarlo, simplemente se había quedado con él por accidente. Pero algo lo detuvo cuando pensó en devolverlo de inmediato. Matteo y Carlo intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada. Gio guardó el celular en su bolsillo, su mente ya volviendo a asuntos más apremiantes.
Horas más tarde, Isabella llegó a su pequeño apartamento, agotada y con la cabeza llena de imágenes del ajetreo del día. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su celular no estaba en su bolso. Buscó frenéticamente por todos lados, pero era inútil. Desesperada, se dejó caer en el sofá, convencida de que alguien se lo había robado.
— Maldición, lo he perdido, — murmuró para sí misma, con una mezcla de frustración y resignación. A lo lejos, la ciudad seguía rugiendo, ajena a la pequeña tragedia de Isabella.
Mientras tanto, Gio examinaba el celular, preguntándose quién era esa mujer que había irrumpido en su noche. Sin saberlo, esa pequeña colisión había desencadenado una serie de eventos que los unirían de una manera que ninguno de los dos podría haber anticipado. En el laberinto de la ciudad, entre balas y besos, comenzaba una historia que pondría a prueba sus mundos y sus corazones.