Gio caminaba por las calles de Nueva York como si la ciudad le perteneciera. Su altura de 1,85 metros y su complexión atlética hacían que su presencia fuera imponente. Cada paso que daba, con una seguridad casi arrogante, parecía resonar en el pavimento húmedo bajo sus pies.
Su rostro, angular y bien esculpido, con pómulos altos y una mandíbula fuerte, tenía una elegancia masculina que contrastaba con la dureza de sus facciones. Los ojos de Gio, de un intenso color verde esmeralda, eran lo más hipnótico de su apariencia. Profundos y penetrantes, tenían la capacidad de transmitir tanto frialdad como una emoción oculta. Cualquiera que se cruzara con su mirada, sentía que él podía ver a través de ellos, desnudando sus pensamientos y secretos más íntimos.
El cabello oscuro de Gio, casi negro, siempre estaba perfectamente peinado hacia atrás, aunque a menudo algunos mechones rebeldes caían sobre su frente, dándole un aire despreocupado. Su piel, ligeramente bronceada, mostraba cicatrices apenas visibles que contaban historias de un pasado violento. Estas marcas, lejos de restarle atractivo, añadían un aura de misterio y experiencia a su figura.
Vestía con una elegancia innegable, siempre optando por trajes oscuros y bien cortados que resaltaban su figura atlética. Los colores sobrios como el negro, el gris y el azul marino eran sus favoritos, y siempre los acompañaba con una corbata fina y zapatos de cuero italianos. Su estilo reflejaba poder y sofisticación, haciendo que destacara incluso en los lugares más concurridos.
Gio no era un hombre de muchas palabras. Su silencio, lejos de ser incómodo, estaba lleno de significado. Cada palabra que elegía decir era cuidadosamente pensada, y eso lo hacía parecer aún más profundo e introspectivo. La forma en que observaba a las personas, con una mirada que parecía atravesarlos, creaba una sensación de misterio y autoridad.
Siempre mantenía una calma imperturbable, incluso en las situaciones más tensas. Esta habilidad para mantenerse sereno bajo presión le daba un aire de invulnerabilidad y dominio total sobre sí mismo y su entorno. Los detalles de su pasado eran un enigma para muchos, lo que añadía a su fascino una capa de misterio casi impenetrable. Solo unos pocos sabían algo sobre sus orígenes y experiencias pasadas, y eso lo hacía aún más fascinante.
Cada uno de sus movimientos era deliberado y controlado. Encender un cigarrillo, ajustar su reloj o simplemente cruzar una habitación, todo en Gio transmitía precisión calculada y un autocontrol absoluto. Pero, a pesar de su apariencia dura, había momentos fugaces en los que una tristeza profunda y una carga emocional se asomaban en sus ojos. Este contraste entre su fuerza exterior y sus vulnerabilidades internas añadía complejidad a su carácter.
Giovanni "Gio" Rossi no era solo un hombre en el laberinto de la ciudad; era un enigma viviente, alguien que atraía y mantenía la atención de todos los que se cruzaban en su camino.
Desde el día del accidente, Gio no podía dejar de pensar en la joven cuya mirada había cruzado brevemente la suya. Su rostro, su nerviosismo, y la chispa de curiosidad que ella despertó en él eran una constante en sus pensamientos. Era una distracción que no podía permitirse, pero no podía evitarlo.
Habían pasado tres días desde el suceso, y Gio finalmente decidió actuar. En su oficina, lejos del bullicio de la ciudad, llamó a su mejor amigo y mano derecha, Carlo.
— Carlo, necesito que averigües todo lo que puedas sobre la dueña de este celular, — dijo Gio, entregándole el teléfono que había guardado. — Solo tenemos el número, pero eso debería ser suficiente para ti.
Carlo asintió sin hacer preguntas. Sabía que cuando Gio pedía algo, era mejor cumplirlo rápidamente. Usando los vastos recursos a su disposición, Carlo se puso a trabajar. Gio dirigía la mafia italiana en Nueva York, y tenían acceso a una red de información que pocos podían imaginar. En unas pocas horas, Carlo volvió con una carpeta gruesa.
— Esto es todo lo que encontré, — dijo Carlo, dejando la carpeta sobre el escritorio de Gio. — Su nombre es Isabella Conti.
Gio abrió la carpeta y comenzó a revisar la información. Fotografías, direcciones, historial laboral, amigos cercanos... todo estaba allí. La vida de Isabella estaba ahora abierta ante él. A medida que pasaba las páginas, una mezcla de admiración y preocupación creció en su interior. Sabía que involucrarse con ella podría ser peligroso, tanto para él como para ella.
En ese momento, una llamada entrante en su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era Matteo.
— ¿Qué pasa? — preguntó Gio, sin apartar la vista de la carpeta.
— Las cosas con la mafia local se están poniendo tensas de nuevo. Necesitamos movernos rápido antes de que estalle algo grande, — informó Matteo.
Gio asintió, aunque Matteo no podía verlo. La tensión entre la mafia italiana y la local había estado en un punto de ebullición durante meses, y parecía que el frágil equilibrio estaba a punto de romperse.
— Entendido. Manténme informado, — respondió Gio antes de colgar.
Volvió a mirar la carpeta de Isabella. En su mente, la imagen de ella seguía persistiendo. Sabía que acercarse a ella en medio de todo este caos era un riesgo, pero había algo en ella que no podía ignorar.
— Ella no tiene idea en lo que podría estar metiéndose, — pensó Gio en voz baja. Pero la decisión ya estaba tomada. Tendría que encontrar una manera de conocerla sin ponerla en peligro, todo mientras mantenía su propio mundo bajo control.
Gio le entregó la carpeta a Carlo y le dijo:
— Necesito que vayas al edificio donde está Don Salvatore. Dile que las cosas se están poniendo gruesas, que podría ser peligroso.